domingo, 2 de noviembre de 2014

XXXV - Manuel o el tiramisú de Sierpes


"Lo malo no es que los sevillanos piensen que tienen la ciudad más bonita del mundo...lo peor es que puede que tengan hasta razón"


Antonio Gala


El Flechazo, lo que nuestros vecinos los franceses llaman coup de foudre, es un arrebato de locura, una enfermedad infecciosa aguda que afecta al cerebro, el corazón y el sexo. Está causada por una indeterminada cantidad de factores externos y de condicionantes internos. La enfermedad ataca generalmente a los ojos, y provoca síntomas como estupidez generalizada, confusión, erecciones disfuncionales, sudores, palpitaciones y otras anomalías propias de un estado emocional alterado. Esta sintomatología es similar a la que producen los alucinógenos, así que es difícil diagnosticar cuando alguien está flechado o se ha comido un peyote.

Lo habitual es que curse con una rapidez galopante y demoledora. Suele remitir espontáneamente en un período relativamente corto, aunque puede dejar secuelas graves. A partir de un Flechazo pueden surgir varias enfermedades, como amor platónico, enamoramiento, retraso mental, obsesión, mal de altura e incluso amor. Las investigaciones señalan que existen varios tipos de afecciones con grados diversos de virulencia.

Antes, se pensaba que el Flechazo se debía a la exposición directa a un miembro del sexo deseado que causara un fuerte impacto en el sujeto, una creencia que sigue al hecho de que con las defensas de autoestima bajas y cotas de desesperación y abstinencia sexual altas la gente tiende a concentrarse en el interior de determinados locales, y aumenta la transmisión de persona a persona.

Es amor por pura casualidad, vemos a alguien y nos enamoramos perdidamente de esa persona. ¿Hay alguna base biológica que lo justifique, o es una mera ficción?

Es habitual creer que el amor a primera vista pertenece a la esfera de la literatura fantástica, pero pese a todo puede activar partes muy específicas del cerebro que nos dicen «¡ahí está!». No se trata de algo que pienses, sino de algo que sientes, es como una sacudida en el cerebro. Esto está codificado biológicamente. ¿Será la biología el destino?

Yo he sido víctima de este mal en varias ocasiones, pero la más virulenta me ocurrió en Sevilla.
Y si hablo de Sevilla no puedo dejar de hablar del príncipe Al-Mutamid. Paseaba el entonces príncipe Al-Mutamid por la orilla del Guadalquivir con su amigo el poeta Ibn Ammar. Al-Mutamid improvisó:

- ¡El viento tejiendo lorigas en las aguas!

Debía, según la costumbre, continuar el poema Ibn Ammar, pero a éste no le llegaba la inspiración, y al insistir el príncipe con la rima, escucharon una dulce voz femenina que contestaba:

- ¡Qué coraza si se helaran!

Huelga decir que el príncipe la tomó como esposa, y esta anécdota, para mí resume un tanto ese fatalismo feliz tan andaluz, herencia del reinado de Al-Mutamid, y lo son también la tolerancia, y el amor por la vida y la belleza.
Sevilla rezuma belleza por los cuatro costados, es francamente difícil reseñar una sola de sus maravillas, está cuajada de rincones bellísimos, es un auténtico alarde de la capacidad del hombre para crear maravillas.

Sevilla, en verano, es un pecado mortal, el calor es brutal, el sol no hace ninguna concesión y la humedad todavía lo multiplica, llego a la estación de Santa Justa, tan ricamente con el aire acondicionado y al bajar al andén, como un gigantesco empellón, me encuentro con el implacable bochorno, ¿taxis? anda que no tiene guasa, ni uno, así que como no me aclaro con los autobuses no me queda más remedio que, pertrechado con mi maleta, clon-fashion, me toca peregrinar hasta la plaza de los Venerables, en pleno Santa Cruz, donde mi familia ha reservado unos apartamentos. Intento apreciar la belleza de lo que encuentro a mi paso, pero que va, el agobio de la torridez es tan asfixiante que solo puedo pensar en ponerme bajo la ducha fría. Cuando por fin llego tardo unas horas en atreverme a salir a la calle, el aire acondicionado hace su efecto y ya es casi la hora de que llegue todo el mundo.

Estamos en el 92, virgen de la Macarena, y claro, hemos venido a ver la expo.

No voy a entrar ahora en si el tema que celebraba me parece más o menos ideal, pero, la verdad, era una pasada y un verdadero martirio tanta cola bajo el sol, había algunos espacios un poco más confortables, con unos micro aspersores que pulverizaban agua y conseguían reducir un poco el bochorno, aun así era un auténtico suplicio aguardar turno delante de cada pabellón con el sol a plomo, dentro de las construcciones la cosa era menos potente, había de todo, instalaciones que no comprendí, horteradas atroces y montajes fantásticos, el conjunto era espectacular y la mezcla de gente muy de mi onda.

Era una visita familiar, mis padres, mi hermana, mis tías y alguna prima, así que por lo menos nos lo tomamos con tranquilidad y hasta descubrimos, gracias a que una de mis primas se hizo un esguince, que los que iban en silla de ruedas y el acompañante no hacían cola, así que nos fuimos averiando por turnos. Y oye, tan ricamente.

Llegó la hora de marcharnos al hotel, derrengados, y no habíamos visto más que una pequeña parte, así que me di cuenta de que pasaría todos los días de un modo parecido.

Claro, por la noche, los demás a dormir y yo de pendoneo, me pongo estupendo, me informo un poco de cuáles son las opciones y me decido a ir de cañas, es pronto para ir a Ítaca o a cualquier otro antro.

En la plaza de Santa Cruz, donde está esa cruz de forja con serpientes, bajo los arcos, comienzo la ronda, estoy solo, el calor no remite con la noche, es como si el suelo latiera, la cerveza fresquita alivia bastante, no conozco a nadie, pero está todo lleno de turistas, así que no me encuentro extraño, me siento en una silla en la calle, la gente va y viene, está todo repleto.

Un moreno como un castillo viene a mi mesa y me pide permiso para sentarse, por supuesto yo encantado, que barbaridad, es otro monumento de la ciudad, porque me cuenta que es de Sevilla.

A los treinta segundos de hablar con él ya era el amor de mi vida, así como suena, fue fulminante, me quedé enganchado en sus pestañas, en la obscena curva de su labio superior, en ese acento sevillano, viene el camarero, le invito, más que nada para que se quede, ya se qué coño hago en Sevilla, miro sus manos, perfectas, su pinta un tanto relamida, pero sin chabacanerías, y sin ton ni son nos ponemos a hablar de tangos, le encantan los tangos, bailarlos, le cuento que soy de piñón fijo, que rodeado de bailarines no se dar dos pasos, que, una caña y otra y otra, yo puedo cantarlos, me pide uno, lo canto, un tango de Malevaje, trágico como todos, ese de sal de mi vida...

Cuando acabo me aplaude como un niño, me da un abrazo y me dice - Te invito a un tiramisú - vamos andando hasta la calle Sierpes, justamente donde estaba en otro tiempo la cruz de forja, por eso las serpientes me explica, pide dos pasteles de tiramisú, y mientras lo como voy, con la imaginación, comiéndomelo a él, después del pastel, como si éste estuviera impregnado de un bebedizo, me pregunta

- ¿y ahora que hacemos?
- Anda, y yo que se, aquí el que es sevillano eres tú, yo casi no conozco nada.
- ¿qué ibas a hacer?
- Pues - ahora o nunca, me la juego - yo me iba a Ítaca
- ¿A Ítaca?, vamos hombre, otro día, para ir a Ítaca vamos a mi casa, digo yo.
- ¡¡¡bingo!!!

Nos pasamos toda la noche jugando, besaba como nadie, tenía un cuerpo con una piel suave como la de un niño, ni un solo pelo, la recorro milímetro a milímetro, él, por su parte, da buena cuenta del mío, caricias, besos, un sesenta y nueve perfecto, peeeeero a la hora h nastis, que no, que me duele y que no puedo, lo entiendo, a mí me pasa lo mismo, nunca he disfrutado desde esa orilla el sexo.
Llego al hotel como un ladrón pasando agachado por debajo de la ventana, la family está desayunando, así que otra camiseta y otra ración de expo.
Ante el cachondeo lógico, bajo ese calor, me tumbo en un murete y me duermo.

Así pasé cuatro días cuatro, por la noche en los brazos de Manuel, por el día en familia por la expo, no pude dormir ni un solo momento, además en su casa no había aire acondicionado, tenía un ventilador, que, la verdad, no hacía gran cosa, marear el calor, teníamos que interrumpir el asunto de vez en cuando para ponernos bajo el chorro, el último día, la última noche, cuando ya había asumido que su culo era terreno vedado, se pone tierno, me voy a Mallorca, tan lejos, coge mi sexo, lo besa, me mira y me dice que ha decidido permitir que le folle, me quedo perplejo, le explico que no quiero hacerle pasar un mal trago, que hay otros caminos para nuestro sexo, insiste, pero es que yo quiero me dice, no lo hago casi nunca pero hoy quiero, la sola idea de no ser el único me decepciona un poco pero, vamos Lou, parece mentira que seas tan primitivo, borro de mi cabeza ese estúpido veneno, pongo toda la ternura de que soy capaz, le preparo con besos, sus piernas abiertas son la puerta del paraíso, saboreo el momento, me coloco un condón, él da un respingo.

- Tranquilo, si te duele lo dejo.
- No, no es eso, lo vamos a hacer, pero no te pongas eso.
- ¿Pero tú estás loco? ¿Cómo que lo voy a hacer a pelo?
- No, no te pongas eso

Todo se va al traste, no puedo.

El súbito amor se apaga de pronto, así como vino, de cuajo.

Me visto y me marcho. Sin un beso



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