"Lo malo no es que
los sevillanos piensen que tienen la ciudad más bonita del mundo...lo peor es
que puede que tengan hasta razón"
Antonio Gala
El Flechazo, lo que
nuestros vecinos los franceses llaman coup de foudre, es un arrebato de
locura, una enfermedad infecciosa aguda que afecta al cerebro, el corazón y el
sexo. Está causada por una indeterminada cantidad de factores externos y de
condicionantes internos. La enfermedad ataca generalmente a los ojos, y provoca
síntomas como estupidez generalizada, confusión, erecciones disfuncionales,
sudores, palpitaciones y otras anomalías propias de un estado emocional
alterado. Esta sintomatología es similar a la que producen los alucinógenos,
así que es difícil diagnosticar cuando alguien está flechado o se ha comido un
peyote.
Lo habitual es que curse
con una rapidez galopante y demoledora. Suele remitir espontáneamente en un
período relativamente corto, aunque puede dejar secuelas graves. A partir de un
Flechazo pueden surgir varias enfermedades, como amor platónico, enamoramiento,
retraso mental, obsesión, mal de altura e incluso amor. Las investigaciones
señalan que existen varios tipos de afecciones con grados diversos de
virulencia.
Antes, se pensaba que el
Flechazo se debía a la exposición directa a un miembro del sexo deseado que
causara un fuerte impacto en el sujeto, una creencia que sigue al hecho de que
con las defensas de autoestima bajas y cotas de desesperación y abstinencia
sexual altas la gente tiende a concentrarse en el interior de determinados
locales, y aumenta la transmisión de persona a persona.
Es amor por pura
casualidad, vemos a alguien y nos enamoramos perdidamente de esa persona. ¿Hay
alguna base biológica que lo justifique, o es una mera ficción?
Es habitual creer que el
amor a primera vista pertenece a la esfera de la literatura fantástica, pero
pese a todo puede activar partes muy específicas del cerebro que nos dicen
«¡ahí está!». No se trata de algo que pienses, sino de algo que sientes, es
como una sacudida en el cerebro. Esto está codificado biológicamente. ¿Será la
biología el destino?
Yo he sido víctima de este
mal en varias ocasiones, pero la más virulenta me ocurrió en Sevilla.
Y si hablo de Sevilla no
puedo dejar de hablar del príncipe Al-Mutamid. Paseaba el entonces príncipe
Al-Mutamid por la orilla del Guadalquivir con su amigo el poeta Ibn Ammar.
Al-Mutamid improvisó:
- ¡El viento tejiendo lorigas en las aguas!
Debía, según la costumbre,
continuar el poema Ibn Ammar, pero a éste no le llegaba la inspiración, y al
insistir el príncipe con la rima, escucharon una dulce voz femenina que
contestaba:
- ¡Qué coraza si se
helaran!
Huelga decir que el
príncipe la tomó como esposa, y esta anécdota, para mí resume un tanto ese
fatalismo feliz tan andaluz, herencia del reinado de Al-Mutamid, y lo son
también la tolerancia, y el amor por la vida y la belleza.
Sevilla rezuma belleza por
los cuatro costados, es francamente difícil reseñar una sola de sus maravillas,
está cuajada de rincones bellísimos, es un auténtico alarde de la capacidad del
hombre para crear maravillas.
Sevilla, en verano, es un
pecado mortal, el calor es brutal, el sol no hace ninguna concesión y la
humedad todavía lo multiplica, llego a la estación de Santa Justa, tan
ricamente con el aire acondicionado y al bajar al andén, como un gigantesco
empellón, me encuentro con el implacable bochorno, ¿taxis? anda que no tiene
guasa, ni uno, así que como no me aclaro con los autobuses no me queda más
remedio que, pertrechado con mi maleta, clon-fashion, me toca peregrinar hasta
la plaza de los Venerables, en pleno Santa Cruz, donde mi familia ha reservado
unos apartamentos. Intento apreciar la belleza de lo que encuentro a mi paso,
pero que va, el agobio de la torridez es tan asfixiante que solo puedo pensar
en ponerme bajo la ducha fría. Cuando por fin llego tardo unas horas en
atreverme a salir a la calle, el aire acondicionado hace su efecto y ya es casi
la hora de que llegue todo el mundo.
Estamos en el 92, virgen
de la Macarena, y claro, hemos venido a ver la expo.
No voy a entrar ahora en
si el tema que celebraba me parece más o menos ideal, pero, la verdad, era una
pasada y un verdadero martirio tanta cola bajo el sol, había algunos espacios
un poco más confortables, con unos micro aspersores que pulverizaban agua y
conseguían reducir un poco el bochorno, aun así era un auténtico suplicio
aguardar turno delante de cada pabellón con el sol a plomo, dentro de las
construcciones la cosa era menos potente, había de todo, instalaciones que no
comprendí, horteradas atroces y montajes fantásticos, el conjunto era
espectacular y la mezcla de gente muy de mi onda.
Era una visita familiar,
mis padres, mi hermana, mis tías y alguna prima, así que por lo menos nos lo
tomamos con tranquilidad y hasta descubrimos, gracias a que una de mis primas
se hizo un esguince, que los que iban en silla de ruedas y el acompañante no
hacían cola, así que nos fuimos averiando por turnos. Y oye, tan ricamente.
Llegó la hora de
marcharnos al hotel, derrengados, y no habíamos visto más que una pequeña
parte, así que me di cuenta de que pasaría todos los días de un modo parecido.
Claro, por la noche, los
demás a dormir y yo de pendoneo, me pongo estupendo, me informo un poco de
cuáles son las opciones y me decido a ir de cañas, es pronto para ir a Ítaca o
a cualquier otro antro.
En la plaza de Santa Cruz,
donde está esa cruz de forja con serpientes, bajo los arcos, comienzo la ronda,
estoy solo, el calor no remite con la noche, es como si el suelo latiera, la
cerveza fresquita alivia bastante, no conozco a nadie, pero está todo lleno de
turistas, así que no me encuentro extraño, me siento en una silla en la calle,
la gente va y viene, está todo repleto.
Un moreno como un castillo
viene a mi mesa y me pide permiso para sentarse, por supuesto yo encantado, que
barbaridad, es otro monumento de la ciudad, porque me cuenta que es de Sevilla.
A los treinta segundos de
hablar con él ya era el amor de mi vida, así como suena, fue fulminante, me
quedé enganchado en sus pestañas, en la obscena curva de su labio superior, en
ese acento sevillano, viene el camarero, le invito, más que nada para que se
quede, ya se qué coño hago en Sevilla, miro sus manos, perfectas, su pinta un
tanto relamida, pero sin chabacanerías, y sin ton ni son nos ponemos a hablar
de tangos, le encantan los tangos, bailarlos, le cuento que soy de piñón fijo,
que rodeado de bailarines no se dar dos pasos, que, una caña y otra y otra, yo
puedo cantarlos, me pide uno, lo canto, un tango de Malevaje, trágico como
todos, ese de sal de mi vida...
Cuando acabo me aplaude
como un niño, me da un abrazo y me dice - Te invito a un tiramisú - vamos
andando hasta la calle Sierpes, justamente donde estaba en otro tiempo la cruz
de forja, por eso las serpientes me explica, pide dos pasteles de tiramisú, y
mientras lo como voy, con la imaginación, comiéndomelo a él, después del
pastel, como si éste estuviera impregnado de un bebedizo, me pregunta
- ¿y ahora que hacemos?
- Anda, y yo que se, aquí
el que es sevillano eres tú, yo casi no conozco nada.
- ¿qué ibas a hacer?
- Pues - ahora o nunca, me
la juego - yo me iba a Ítaca
- ¿A Ítaca?, vamos hombre,
otro día, para ir a Ítaca vamos a mi casa, digo yo.
- ¡¡¡bingo!!!
Nos pasamos toda la noche
jugando, besaba como nadie, tenía un cuerpo con una piel suave como la de un
niño, ni un solo pelo, la recorro milímetro a milímetro, él, por su parte, da
buena cuenta del mío, caricias, besos, un sesenta y nueve perfecto, peeeeero a
la hora h nastis, que no, que me duele y que no puedo, lo entiendo, a mí me pasa
lo mismo, nunca he disfrutado desde esa orilla el sexo.
Llego al hotel como un
ladrón pasando agachado por debajo de la ventana, la family está desayunando,
así que otra camiseta y otra ración de expo.
Ante el cachondeo lógico,
bajo ese calor, me tumbo en un murete y me duermo.
Así pasé cuatro días
cuatro, por la noche en los brazos de Manuel, por el día en familia por la
expo, no pude dormir ni un solo momento, además en su casa no había aire
acondicionado, tenía un ventilador, que, la verdad, no hacía gran cosa, marear
el calor, teníamos que interrumpir el asunto de vez en cuando para ponernos
bajo el chorro, el último día, la última noche, cuando ya había asumido que su
culo era terreno vedado, se pone tierno, me voy a Mallorca, tan lejos, coge mi
sexo, lo besa, me mira y me dice que ha decidido permitir que le folle, me
quedo perplejo, le explico que no quiero hacerle pasar un mal trago, que hay
otros caminos para nuestro sexo, insiste, pero es que yo quiero me dice, no lo
hago casi nunca pero hoy quiero, la sola idea de no ser el único me decepciona
un poco pero, vamos Lou, parece mentira que seas tan primitivo, borro de mi
cabeza ese estúpido veneno, pongo toda la ternura de que soy capaz, le preparo
con besos, sus piernas abiertas son la puerta del paraíso, saboreo el momento,
me coloco un condón, él da un respingo.
- Tranquilo, si te duele
lo dejo.
- No, no es eso, lo vamos
a hacer, pero no te pongas eso.
- ¿Pero tú estás loco? ¿Cómo
que lo voy a hacer a pelo?
- No, no te pongas eso
Todo se va al traste, no
puedo.
El súbito amor se apaga de
pronto, así como vino, de cuajo.
Me visto y me marcho. Sin
un beso
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