sábado, 1 de noviembre de 2014

XXIV - Shyam o el linaje del fuego


“¿Por qué te quieres casar conmigo?”, preguntó Shiva a Shakti.
“Porque yo estoy incompleta sin ti y tú estás incompleto sin mí.”
“Pero yo no tengo nada que ofrecerte.”
“Yo no pido nada aparte de ti.”


Rayastán o Rājastān es la tierra de los príncipes.
El hogar de los Rajput (raj:rey,put:hijo).
Los Rajput se definen a sí mismos como pertenecientes a la clase guerrera védica de los Kshatriya, que se expanden en tres linajes: El de los Suryavanshi, los hijos de Surya, el Sol, la dinastía más antigua. Los Chandravanshi, hijos de Som, la Luna, de donde nació el mismísimo Krishna. Y por último los Agnivanshi, nacidos del fuego.

Estos tres linajes o vansha se subdividen en 36 principales clanes o kula que a su vez se dividen en numerosas ramas o shakha para crear el intrincado sistema de clanes de los Rajput. La fuerte conciencia de pertenencia a su linaje y su clan es una parte esencial del carácter de los Rajput. Esta tradición de la ascendencia común permite a cualquier Rajput considerarse tan bien nacido como cualquier poderoso terrateniente de su clan, y superior a cualquier otro ser humano.

Shyam, nuestro protagonista, pertenece a los agnivashi, de quienes os contaré su leyenda: Los kshatriyas de la tierra estaban siendo exterminados por Parashurama, un avatar de Vishnu. Se hizo una gran Yajna, un sacrificio de fuego, para rogar a los dioses por la justicia en la tierra, en el monte Abu, y de ella surgieron cuatro guerreros y un elefante, los primeros agnivashi.
Rajastán está dividido en 33 distritos. En el de Jodhpur está Jais
almer. La ciudad sobre la que reinó con sabiduría la familia de Shyam.

Catalina es mallorquina, del puerto de Andraitx, de toda la vida, como lo son tanto su padre como su madre, y toda su familia, nació en los estertores de los cincuenta, cuando ser libre en este país era imposible, a pesar de eso, o puede que por eso precisamente, después de pasar dos años en Inglaterra, para estudiar inglés, en vez de volver a sus playas, se fue a recorrer mundo; como buena hippie quería llegar a la India, como buena mallorquina estaba segura de que lo conseguiría.

Mochila en ristre, cruzó Europa hasta Turquía, incluso cruzó Turquía de cabo a rabo, justo hasta la frontera de Irán, y allí, envuelta en telas y polvo, después de tanto, fue a encontrarse con Sardar, un indio hermoso como Sabú al que habían negado el paso contrario en la frontera y se disponía a regresar. Catalina, como no podía ser de otra forma, se dejó seducir por sus ojos de azabache y su piel morena, por ese inglés siseante con que le hablaba, por esa espalda moldeada por siglos de presteza, a su vez Sardar se perdió en la mirada azul, como la suave ola de una cala de Deiá, de Catalina, y se complació en dejarse acariciar por sus manos de senyoreta.

Para convencerla, aunque ya no hacía falta, él le previno del peligro de que una mujer sola cruzara Irán, aunque éste fuera el del final de los 70, acabaría seguramente muerta, así que juntos siguieron viaje hasta Pakistán, y de allí a la India, a Jaisalmer, la ciudad dorada.

El cielo turquesa arriba, la dorada Jaisalmer a los pies, las murallas de la "Sunar Qila" - fortaleza de oro - delante y las azafranadas arenas del infinito desierto del Thar a sus espaldas...
Qué extraña villa, parece que seguía durmiendo y que estaba dentro de uno de esos sueños de aventuras orientales. Las casas que rodean el fuerte parecen una gasa que flota a su alrededor, como un vestido que se ha quedado demasiado holgado.
Jaisalmer perdió su papel de "puerto del desierto" hace tiempo, en el mismo instante en que la India y Pakistán se separaron e iniciaron su primera guerra y todas las rutas comerciales quedaron definitivamente cortadas. Un puerto en un mar de arena que no se puede surcar... se transforma en un espectro condenado a volatilizarse en la nada. Pero era una villa hermosa, muy hermosa, demasiado hermosa... eso la salvó.
La historia de su salvación es tan contradictoria como la historia de la propia humanidad. India hace su primera prueba atómica en el desierto del Thar, cerca de Pokaran, 110 km. al este de Jaisalmer. Utilizan Jaisalmer como lugar de alojamiento de las autoridades y de la Primera Ministra de la nación, Indira Gandhi. La ciudad es un espíritu sin vida, queda muy poca gente, el viento se come la piedra de los hogares que antaño rebosaban vida, los escasos pozos están siendo sepultados por las arenas, las lujosísimas havelis están selladas y abandonadas porque ya no hay comercio, el fuerte se desmorona, pero... su gallarda prestancia sigue intacta. Así que el invento más nefasto de la humanidad sirvió para que la Primera Ministra reparara en la necesidad de restaurar esta maravilla. Una vez más el fuego
Suntuosas mansiones familiares lucen balcones, baldaquinos, ventanas, miradores, escalinatas, arquerías,... de piedra repujada hasta detalles inverosímiles. Y celosías, muchas celosías en las fachadas, para salvaguardar el honor de sus mujeres.
Las murallas que rodean al fuerte son iluminadas al atardecer, las luces titubeantes de la ciudad que a sus pies se extienden brotan como traviesas luciérnagas. Pero también le recuerdan las llamas de las piras funerarias a las que debían lanzarse las mujeres y los hijos de los rajput para cumplir el jauhar, uno de los legendarios -y terribles- códigos de honor y de caballería rajput. No se podían doblegar ni ante un enemigo obviamente superior. Cuando llegaba el momento del enfrentamiento "final" se ataviaban con túnicas de color azafrán, se afeitaban la cabeza y los clanes guerreros rajpures se dirigían al galope a una muerte segura. Su orgullo, el honor, su intocable independencia, estaban por encima de todo, incluso de la muerte. Los hombres perecían en el campo de batalla y las mujeres y los hijos de los guerreros consumaban el jauhar en una vasta hoguera creada en un gran pozo de la fortaleza.
Catalina sintió un escalofrío sorprendente en medio de tanta maravilla.
Vencieron las barreras familiares que se levantaron en ambos lados y se casaron, y allí nacieron dos niñas guapísimas como una devadasi y un príncipe: Shyam.

Regresaron a Mallorca, todos, en 1990, Catalina necesitaba que la luz de la isla les iluminara, enseñar a sus niños los mil azules del agua de su patria, después de tantos años no le cabía la añoranza, los niños se encontraron enseguida en casa, Sardar no pudo resistir la batalla, él, un Rajput, de una casta de guerreros milenaria, no pudo vencer a la gran dama blanca, y con los brazos cuajados de pinchazos y la vergüenza desbordándole el alma se fue a morir a la ciudad dorada, dejándoles un hueco descomunal en la esperanza.

Mi destino quiso que Catalina y yo coincidiéramos en el mismo centro como colegas, un colegio privilegiado en Calviá, ella como profesora de inglés, yo como profesor de teatro y de plástica. Desde el principio nos hicimos amigos, como ya os conté en otra ocasión, pronto compartimos risas y confidencias, éramos, de tan raros, hermanos.

Comencé a darle clases de apoyo a Shyam que rondaba los 14 años, tenía un problema de atención; para reforzarle, con toda la buena intención, como le gustaban los recortables muchísimo, compré uno enorme, del Taj Majal (había leído que estaba en el Rājastān, o eso creía) a él le hizo mucha ilusión; cada día, después de acabar las tareas armábamos un trocito, una columna, una ventana, era enorme y complicadísimo.

Cuando lo acabamos, coincidiendo con sus notas, se lo regalé, se quedó ensimismado mirándolo, lo sacó a la terraza, e inopinadamente le prendió fuego. Me quedé de piedra, después de tanto trabajo…

- ¿Pero qué has hecho? Con lo que nos ha costado.
- ¿Tú no sabes que soy un Rajput?
- Claro que lo sé, animal, ¿y eso que tiene que ver?

Me miró con la determinación de un guerrero.

- ¿No sabes que la edificó un Mogol, un enemigo? El honor es siempre más importante que la muerte. Cuando el emperador mogol Akbar tomó la ciudad, 8.000 guerreros con sus túnicas de color azafrán salieron cabalgando hacia la muerte. Las mujeres y los niños se arrojaron al fuego.

- Lo siento, si tienes razón no quería ofenderte.
- Que tonto eres tío, ya lo sé, además ¿tú no eres valenciano? Me contaste que vosotros hacéis esto todos los años. Sonriendo me dio un abrazo.



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