El vizconde Mizi Xia y el
melocotón mordido
Durante el reinado del
duque Ling de Wei vivió también el vizconde Mizi - cuyo nombre de pila era Xia
-, que era su favorito y su amante. Según la ley del reino nadie estaba
autorizado a utilizar la carroza del duque sin su permiso, bajo pena de
amputación de un pie. Ocurrió una vez que la madre de Mizi se puso gravemente
enferma y un mensajero llegó sin aliento a palacio en mitad de la noche para
informarle. Sin dudarlo un segundo, saltó a la carroza del duque y salió
rápidamente. Cuando el duque lo supo, en lugar de castigarlo, lo alabó,
diciendo: "¡Qué hijo amantísimo! ¡Por su madre, se arriesga incluso a
perder un pie!"
Mizi Xia estaba dando un
paseo con el gobernador por el huerto del palacio, al morder un melocotón y
encontrarlo de una dulzura exquisita, dejo de comer y la dio la mitad restante
al gobernante. "Cuan sincero es su amor por mi" - exclamó - "Ha
olvidado su propio apetito y piensa solamente en ofrecerme cosas
deliciosas"
Tiempo después, cuando la
estrella de Mizi fue decayendo y la pasión que por él sentía el gobernador se
enfrió, fue acusado de cometer alguna minucia contra su Señor. "Después de
todo" - dijo el gobernador - "una vez tomó mi carruaje sin permiso, y
en otra ocasión me ofreció la mitad de un melocotón que él ya había
mordido".
No es que Mizi hubiera
actuado en forma diferente, sino que los actos que le habían elevado y honrado
en los días pasados, ahora le hacían culpable, el amor del gobernador se había
tornado en odio.
Si logras el amor del
gobernante, tu sabiduría será apreciada y lograras su favor así mismo. Pero si
el poderoso te odia, no solo tu sabiduría será despreciada sino que serás
considerado como un criminal y dejado a un lado. La bestia llamada dragón puede
ser domada y entrenada hasta que puede ser cabalgada. Pero en la parte inferior
de la garganta tiene escamas enormes y afiladas que si se erizan y si te hieres
con ellas pueden significar la muerte. Los gobernantes también tienen escamas
cortantes que pueden erizarse. Desde esos días, cuando la gente se refiere en
China al amor masculino, uno de los términos que emplea es "los placeres
del melocotón mordido"
Algunas cosas suceden sin
ninguna razón, por muchas explicaciones que les busquemos no encontramos nada
que las justifique, siempre podremos echar mano del destino, acogernos a la
casualidad, pero el caso es que no se puede borrar lo que ocurrió, como mucho
podremos arrumbarlas en el desván de la memoria esperando que vaya aliviándolas
el olvido. Aquella nochevieja cualquiera sabe por qué razón estaba en Murcia,
solo.
Me espantan las fiestas por obligación, a mí que tanto me gusta una fiesta, pero las fiestas tan señaladas, esas en las que todo el mundo se obliga a divertirse siempre me parecen una molestia, nochevieja es una de ellas, nunca acudo a ningún sarao de esos en que la gente se empingorota como si fuera a una boda de postín, nunca he ido, como mucho organizo una cena en casa y con cuatro o seis, nunca impares, está celebrado el año, asomarme a la Plaza del Ayuntamiento o a la Puerta del Sol ni se me pasa por la cabeza.
Me espantan las fiestas por obligación, a mí que tanto me gusta una fiesta, pero las fiestas tan señaladas, esas en las que todo el mundo se obliga a divertirse siempre me parecen una molestia, nochevieja es una de ellas, nunca acudo a ningún sarao de esos en que la gente se empingorota como si fuera a una boda de postín, nunca he ido, como mucho organizo una cena en casa y con cuatro o seis, nunca impares, está celebrado el año, asomarme a la Plaza del Ayuntamiento o a la Puerta del Sol ni se me pasa por la cabeza.
Pues el caso es que esa
Nochevieja me puse como un sanluis, pantalón de rayas de Lucio,
camisa de Le
Garage y una chaqueta preciosa de los Girbaud. Agarré el tren y me planté en
Murcia, todo cerrado a la hora de cenar, y lo poco que quedaba abierto
reservado, veía pasar a las murcianas y a los murcianos hechos un brazo de mar,
ellas de peluquería, con flores imposibles en las caderas, o en los
hombros, ellos con chaquetas de alpaca de brillos de astronauta y corbatas
psicodélicas, pasan en grupitos alborozados o en coches que tocan el claxon.
Cae una lluvia finísima, insignificante, que hace brillar el suelo y da frío.
Encuentro un bar abierto,
en una placita, con la terraza puesta, con ese frío y la lluvia, todas las
mesas mojadas chorreando y las sillas le dan un aire desangelado, se oyen las
trompetillas y los canturreos de los que van a la fiesta, dentro solo en
tiltiquititiclin de la máquina tragaperras. En la barra dos personas
concentradas en su copa, no tienen nada de comer, pido un café con leche
condensada y coñac, belmonte le llaman, me siento en una mesa al lado
de una cristalera, veo escurrir ls gotitas de agua que dibujan complicadísimos
laberintos mientras despido a 1987.
El maldito belmonte me cae
fatal con el estómago vacío, nada más acusar recibo del mísmo mis tripas se
dedican a gritarme a retortijón batiente que les eche algo de comer, tarea
imposible, intento despistarlas contemplando a la parroquia: la señora que
desgrana monedas en la dichosa maquinita tintiticlin, dignísima dentro de su
humildad, va derrochando con parsimonia, sin aparente emoción, la paga de
Navidad, monedita de veinte duros a monedita de veinte duros; en la barra que
está adornada por cientos de llaveros colgados de clavitos hay dos personas
más, cada una en un extremo, dos hombres, de más o menos la misma edad, a punto de
jubilarse, se concentran en su copa sin hablar; dentro una señora, que es quien
me ha servido, limpia y relimpia la máquina del café.
Justo enfrente tengo el mejor personaje, un señor atildado y comedidamente ridículo que me mira sin verme, diríase que mira en mi dirección, pero sueña o dormita con los ojos abiertos, le observo detenidamente, lo que más me llama la atención es su pelo, escaso y teñido de un caoba desvaído, peinado con pulcritud de un modo francamente femenino, va hecho un pincel, zapatos lustrados, manos cuidadas con varios anillos, chaqueta antigua pero impecable, marrón, pantalones con la raya perfecta, camisa color salmón y una corbata verde primorosamente anudada, que desentona un poco, fuma cigarrillos oscuros, de boquilla dorada, como las amigas de mi Tita, y como ellas pasó la sesentena hace más de un lustro, le da profundas bocanadas al pitillo y sin tragarse el humo lo deja escapar por la boca entreabierta, recuerda un poco alguna foto antigua de la Garbo, salvando las distancias, sale de su sopor y cae en la cuenta de que le estoy mirando, me sonríe amable, levanta la copa con un gesto de rancia elegancia y me dedica un amago de brindis, le devuelvo la sonrisa, el brindis no, no me parece adecuado hacerlo con un vasito de café, el hombre se levanta, y con educación me pide permiso para sentarse a mi lado, que si que hago en Murcia, que si que raro que un chico como yo en una noche como esta ande solo, que si la soledad es triste y voluntaria... Le cuento que no sé exactamente por qué he venido, seguramente porque Alicante está tan a mano, que detesto las fiestas preceptivas y que la soledad elegida es una opción que a veces me sosiega, hablamos de la lluvia y de las máquinas tragaperras, de lo preciosa que se pondrá la ciudad en primavera y de cómo pasan los años, me invita a una copa, la rechazo con cortesía porque tengo el estómago vacío y es imposible comer nada, se queda pensativo, como escrutando una solución mágica, y con absoluta naturalidad me invita a cenar en su casa, así no cenará solo, me dice, y nos comeremos las uvas para empezar con buen pie el nuevo año, así a bote pronto no detecto ninguna segunda intención y llevado por la urgencia de mi estómago, por la solidaridad navideña y su sonrisa acepto.
Justo enfrente tengo el mejor personaje, un señor atildado y comedidamente ridículo que me mira sin verme, diríase que mira en mi dirección, pero sueña o dormita con los ojos abiertos, le observo detenidamente, lo que más me llama la atención es su pelo, escaso y teñido de un caoba desvaído, peinado con pulcritud de un modo francamente femenino, va hecho un pincel, zapatos lustrados, manos cuidadas con varios anillos, chaqueta antigua pero impecable, marrón, pantalones con la raya perfecta, camisa color salmón y una corbata verde primorosamente anudada, que desentona un poco, fuma cigarrillos oscuros, de boquilla dorada, como las amigas de mi Tita, y como ellas pasó la sesentena hace más de un lustro, le da profundas bocanadas al pitillo y sin tragarse el humo lo deja escapar por la boca entreabierta, recuerda un poco alguna foto antigua de la Garbo, salvando las distancias, sale de su sopor y cae en la cuenta de que le estoy mirando, me sonríe amable, levanta la copa con un gesto de rancia elegancia y me dedica un amago de brindis, le devuelvo la sonrisa, el brindis no, no me parece adecuado hacerlo con un vasito de café, el hombre se levanta, y con educación me pide permiso para sentarse a mi lado, que si que hago en Murcia, que si que raro que un chico como yo en una noche como esta ande solo, que si la soledad es triste y voluntaria... Le cuento que no sé exactamente por qué he venido, seguramente porque Alicante está tan a mano, que detesto las fiestas preceptivas y que la soledad elegida es una opción que a veces me sosiega, hablamos de la lluvia y de las máquinas tragaperras, de lo preciosa que se pondrá la ciudad en primavera y de cómo pasan los años, me invita a una copa, la rechazo con cortesía porque tengo el estómago vacío y es imposible comer nada, se queda pensativo, como escrutando una solución mágica, y con absoluta naturalidad me invita a cenar en su casa, así no cenará solo, me dice, y nos comeremos las uvas para empezar con buen pie el nuevo año, así a bote pronto no detecto ninguna segunda intención y llevado por la urgencia de mi estómago, por la solidaridad navideña y su sonrisa acepto.
Al salir casi tropezamos
con una marica aviesa, una de esas víboras de edad indefinida, que después de
mirarme con descaro de arriba a abajo le guiña obscenamente un ojo a mi
anfitrión y le espeta - Empiezas bien el año - mi acompañante le corta con un
tajante - buenas noches - y nos marchamos.
Su casa está al lado, en
una calle comercial al lado de la catedral, al llegar me sirve un vermú de su
pueblo, me cuenta que nació en Yecla, pone un disco de Yma Sumac en un aparato
desmesurado, se disculpa con franqueza por no tener demasiado en la nevera, me
ruega que me ponga cómodo y se pone a hacer la cena, que no me preocupe, que
cuatro cosas para picar, que si quiero que vaya contando las uvas, le consulto
sobre si le molesta que les quite las pepitas y él me reconoce que también le
molestan, son unas uvas magníficas, moscatel, de color dorado, se adivinan
dulces, las cuento, las lavo, mientras la Sumac gorgojea con frenesí, y les voy
quitando las pepitas, casi al mismo tiempo que yo acabo él tiene lista la cena,
unas latas de navajas y de angulas, una fuente con queso y dos tortillas,
perfecto, sin fastos como me había dicho, charlamos animadamente mientras
cenamos, me cuenta que estuvo empleado durante treinta años en una tienda de
muebles que era lo mejor de Murcia, que ya se ha jubilado, voluntariamente,
porque con la paga que le quedó de sus padres y la jubilación va tirando, que
no es tan mayor, que le gusta Alicante, la playa, y no comprende el porqué de
esa rivalidad tan insensata entre las dos ciudades. La tortilla es punto y aparte, la ha hecho con hinojo y
piñones, está buenísima, me cuenta que el secreto consiste en elegir los
hinojos que sean hembras, que se nota porque son los que tienen barriga,
realmente deliciosa, son casi las doce, pone la tele, hay un especial que
codirigen Pilar Miró y Hugo Stuven, presentado por Arturo Fernández y Carmen
Maura, Super 88 se llamó, aquel programa nos ofreció uno de los momentos más
calientes de la historia de la televisión, una tal Sabrina cantaba una canción,
que seguramente no por casualidad se tituló "Hot Girl", en la que sus
neumáticos pechos desafiaban cualquier ley gravitatoria emprendiendo una feroz
lucha por desprenderse de sus ataduras, para los miembros de la generación del
Naranjito el tiempo se detuvo, un pecho se escapó, y no hubo manera de volver a
meterlo en el corsé, a estas alturas del destete mi anfitrión y yo ya
llevábamos unas cuantas copas y hasta una botella de cava y lo celebramos con
alegría.
Llegó la hora de
marcharme, le dí las gracias por su amabilidad, y después de tomar buena nota
de sus indicaciones me encaminé hacia la discoteca, Talco, se llamaba.
La discoteca a parir, con
cola y todo, para entrar, y sobre todo para poder dejar las chaquetas, que hay
que ver la falta de previsión que tienen siempre los empresarios para la cosa
del guardarropa, a parir, oye y fue llegar y besar el santo, estaba esperándome
o no se entiende, nada más conseguir mi copa surgió de entre todo ese
maremagnum de camisas de colores todo vestidito de Gaultier de pies a cabeza,
como si lo hubiesen teletransportado con un sortilegio fashion de una discoteca
de París o de Ibiza, vino directo, tenía un aire entre Manuel Bandera y un
Antonio Gala de treinta años, unos pantalones de licra divinos y una chaqueta
con el canesú de piel, unos ojos tan negros como su pelo y una sonrisa que era
una puerta abierta, con una voz grave aunque suave me preguntó si estaba solo,
le miré a los ojos, para contener su exultancia y sopesar su entereza, y
le contesté - ahora ya no - no hizo falta más, a los diez minutos ya estábamos
sumergidos el uno en el otro ante la expectación de su cohorte de modernísimos
y atildados amigos, a los que por otro lado Ginés, que así se llamaba, no
prestaba la más mínima atención, ni que decir tiene que el que os escribe
tampoco.
Cuando ya la calentura se
hizo incontenible fuimos a por su destartalado e inapropiado coche blanco, no
vivía en Murcia capital, sino en una pedanía, en Torreagüera para más señas, en
una casa que fue de sus abuelos y que él, que pasaba los veranos en Ibiza - ya
me parecía a mí tanto Jean Paul poco huertano - había reestructurado con más
ingenio que presupuesto y con un evidente buen gusto, estaba un poco apartada
la casa del pueblo, con su huerto de naranjos y melocotoneros, mueblacos
antiguos y oscuros con algún detalle frivolón y divertido, toda pintada de
blanco blanquísimo, una cama enorme con un colchón terrible de lana y una
cabecera pintada con una orla multicolor de frutas brillantes y apetitosas, muy
pop y muy propia, en la que rezaba una leyenda "Come fruta
fresca", en ella nos habitamos, saboreamos nuestra piel y descubrí uno de
los culos más sublimes que he tenido la suerte de conquistar a lo largo de mis
andanzas; cuando rendidos, después de varios asaltos, le pude observar dormido,
boca abajo, mientras la aurora con su luz naranja daba un tono ligeramente
anaranjado a sus nalgas, cubiertas de un suavísimo terciopelo, pensé sonriendo
si no sería esencial para esa textura haberse criado a la vera de una huerta de
melocotones como esa, o quizás fuera porque en su pueblo la fiesta más sonada era la del ángel glorioso.
Vivimos una luna de miel hermosa, en aquel pueblo antipático en que las mujeres nos negaban el saludo, los niños nos miraban como a marcianos y los chicazos nos dedicaban silbidos con más sorna que admiración, en aquellos años tan pazguatos.
Él trabajaba en el hospital, era solo auxiliar, aunque la verdad es que la bata le quedaba como al mismísimo Clooney en Urgencias, yo me puse a hacer de todo, tampoco era cosa baladí encontrar mi sitio en la ciudad del Segura, así que lo mismo hacía un escaparate que montaba un sarao, que hasta me puse a poner copas y todo en un bar fantástico que había en San javier, el Varadero se llamaba... Lo peor de todo aquello eran sus amigos, no sé si por alicantino, si por envidia, o por qué narices, no me tragaban, y Ginés tampoco ayudaba mucho, se refería a mí como a "mi chulo", que maldita la chulería, con lo que curraba, y no me lucía demasiado porque la criatura estaba en la onda de la raya y nunca tenía bastante, así que ya veis la gracia que me hacía esa desfachatez de llamarme chulo, aunque a él le pareciera cool y eso me adornara de quien sabe que prestancia, y luego esa intransigencia tan clasista que exhiben los modernísimos en las capitales de provincia, como si ser mariquita y moderna les hiciese pertenecer a un exclusivísimo club de campo, el resto del mundo no tenía importancia, y trataban a todos con indiferencia, cuando no con un desaprensivo desprecio, poco a poco mi pasión se fue desinflando como se desinflan las pasiones de estación y conforme el sol se iba afirmando en el cielo, la primavera anunciaba el verano, y la perspectiva de verme en Ibiza rodeado de petardas emborronaba mis sueños, su culo, otrora sublime, se me fue haciendo cotidiano, y con la costumbre aparecieron los primeros síntomas de hastío, los silencios incómodos, las suspicacias, hasta que una noche aburrida, en la misma Talco donde nos conocimos, veo dignísimo a mi anfitrión de nochevieja sentado en la barra, con una camisa azul pavo real, me acerco y le saludo con dos besos, nos alegramos de vernos, la gente tan amable siempre deja un buen recuerdo.
De entre la farralla surge
Ginés como un tornado, me coge aparte y me avisa, - qué tienes tú que
hablar con ese carrozón, que te va a ver todo el mundo y se van a creer que le
debes algo - se había creído el muy percebe, de tanto decirlo, que había
algo de chulo en un servidor, así que ya no pude más con tanta nobleza baturra,
lo miré como si fuera la última vez, que lo fué, y de una le dije - Cuidadito
con lo que dices tontodelhaba, que ese señor tiene más clase con una tortilla
de hinojo que tú con todo tu ropero de Gaultier, yo hablo cómo y con quien me
da la gana - Y entonces el muy gilipollas me dio un bofetón, una bofetada
afectada y ofensiva, desmesurada y obscena, de las que duelen más en el orgullo
que en la cara, le cogí la mano, conté hasta diez y ... no dije más nada.
- Luisaaaaa, que sí, que
vengas a por mí, mon amour, que es que llevo cuatro maletas, no, no chouchou,
no puedo pillar un tren, el tren no para en Torreagüera.
De las cuatro maletas tres estaban llenas con sus
trapos y sus gaultieres que, mientras la bofetada iba cicatrizando, fuí arrojando por el camino
desde la ventanilla del coche de mi auxiliadora amiga, modelito a modelito
desparramándolos, menos un chaleco divino bordado a mano que le regalé a un
chulo, aquel si que era un chulo, en Granada.
Receta de la tortilla de
hinojo y piñones.
- 4 hinojos (de los que
tienen barrigas, las hembras)
- Un puerro y una cebolla
roja pequeña.
- 100 grs de piñones.
- 100 grs. de Gorgonzola.
- 5 huevos de buena
calidad.
- Aceite.
Cortar en juliana y pochar
los bulbos de hinojo, deshechando las hojas, la cebolla y el puerro hasta que
estén tiernos. Tostar los piñones. Batir los huevos, mezclar y cuajar la
tortilla.servir con un poco de gorgonzola fundido por encima.
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