sábado, 1 de noviembre de 2014

XXI - Che o el crimen de la inocencia



Una Vez yo, Chuang Tse,
Que Soñé Época Una mariposa Que revoloteaba sin rumbo,
libando Aquí y Allá, Satisfecho con mi suerte
e ignorante de Mi estado Humano.
Al despertarme, bruscamente sorprendido Descubri
Que era yo mismo.
Ahora ya no fui Se Si Un hombre Que Sonaba Ser Una mariposa
o si soy una mariposa que sueña hombre ONU Ser. 

Chuang Tse



La seducción no deja de ser una actitud mentirosa, uno sólo muestra lo mejor de sí mismo para conquistar a ese ser que acaba de aparecer en nuestras vidas, se oculta lo menos grato de nuestra personalidad. Con el tiempo ese atractivo barniz se va diluyendo y bajo él aparecemos tal y como somos con lo bueno, lo malo y lo regular... y entonces ¡ay Dios mío! Existe el peligro de que uno se sienta engañado y ese grito interior de ¡no era esto, no era esto!... Los más lúcidos pensaran, que bueno, que es un camino de ida y vuelta que en el juego de la seducción, seductor y seducido a poco que piensen ya saben que eso no es más que una fase de la conquista del amado y que entre adultos esto ya se debe tener previsto... a menos que uno caiga en el autoengaño, otra variante de mentira de la que nadie se confesaría.

Me evado un rato, dejo mi mente volar y le doy vueltas a eso de “me siento engañado”. ¿De verdad es posible que un hombre hecho y derecho pueda entonar con sinceridad semejante queja?, ¿de qué guindo -querido Lou- te has caído?, ¿vives aún en la edad de la inocencia?, No sé pero ¿no será que a veces no se quiere ver?, ¿qué no conviene ver? ¿No será que el autoengaño nubla vista y buen sentido?, ¿acaso no tendemos a vivir en un mundo de interpretaciones más que de realidades objetivas?.. Las verdades suelen ser molestas en muchas ocasiones, ser sincero con uno mismo no sólo es un esfuerzo, también se necesita una clarividencia de la que no siempre disponemos y una enorme humildad para aceptar lo descubierto.

La verdad es, en teoría, la virtud a la que deberíamos tender (la praxis es otra cosa), uno puede decidir libremente instalarse en la casa de la mentira y hacer de ella su hogar, uno puede optar por ser un mentiroso y hacer de la falta de veracidad su forma de vida. El mentiroso llega un momento en que de tanto engañar, se cree sus propias mentiras, dado que la nariz no le crece como al bueno de Pinocho, pues es posible que con el tiempo ni repare en su conducta.
Me viene a la cabeza aquella definición que dábamos los niños de mi infancia en clase de catecismo, medio canturreando y en corro “mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar,” En mi inocencia de niño antiguo creía que cigüeñas rosas entregaban los bebés a domicilio. Que Melchor, Gaspar y Baltasar con camello y caballo incluidos, depositaban silenciosos e invisibles, juguetes junto a mi cama. Creía que entre el cielo y el infierno, estaba el limbo donde se aburrían juntos los chiquillos que tenían la desgracia de morir sin bautismo y que el Ángel de mi guarda, con blancas alas emplumadas y las manos muy juntitas, velaba todas las noches en mi cabecera.

Estaba convencido de que un Dios severo y meticuloso, desde un agujero en el cielo, miraba para llevar la cuenta no sólo de cada uno de mis malos actos sino hasta de mis malos pensamientos para –en cualquier descuido- mandarme al infierno, donde un demonio carcajeante me haría barbacoa por toda la eternidad. Mentiras.


Perdida la inocencia, descubrí que el cielo y el infierno no se encuentran ni arriba ni debajo de la tierra sino dentro de mí.

Aunque a las personas habitualmente esto nos ocurre de una forma paulatina, según la vida nos va yendo, a mí me ocurrió casi de sopetón, porque yo no la perdí, a mí me la mató un guanche de dientes perfectos, una primavera, en Tenerife.


Dice la tradición que el Mencey, cuando el mar se llevaba una de sus doncellas, mandaba a sus guerreros azotar sus olas con una vara, vano castigo supongo, aunque ni yo ni nadie puede saberlo, de ser así, si el mar se arrepiente con ello, debería haberle propinado unos azotes, pues el mar fue testigo y artífice de que Che apareciese en mi vida.
Estaba en la playa de "Las Gaviotas" una playa nudista, tal y como me gustaba disfrutar el sol, después de que un delfín me hubiera dado el susto de mi vida, intentando recuperarme de una travesía a nado que me había dejado exhausto, cuando un morenazo impresionante, con la talla de un guerrero y la piel bronceada por generaciones de volcanes y sol, naturalmente desnudo, se me acerca y me pide un papel, acabo de llegar nadando, estoy seguro de que me ha visto, dónde narices pretende que hubiera guardado un papel, una carcajada, y con ella su risa, una risa franca y divertida, contagiosa, que me permite ver por primera vez su dentadura perfecta, una boca que resplandecía exultante en su cara morena, los labios dibujados para darle sentido al beso, carnosos sin resultar blandos, sensuales pero masculinos, con unos dientes blancos blanquísimos perfectamente alineados, era curioso que un hombretón como él, que a la vista estaba, tenía otras y nada desdeñables cualidades, tuviera una boca como la suya, que las hacía parecer sin importancia.


Encontramos papel, claro, y nos fumamos unos petardos de esa hierba hipnótica y nerviosa de la isla, "congo" le llamaba, y con el humo azul, y la conversación, y su boca inmaculada, antes de acabar la tarde los dos sabíamos que una nueva etapa comenzaba. Yo estaba a punto de licenciarme, la maldita mili había cercenado de cuajo mis proyectos, y tanto yo como aquellos que me querían estábamos convencidos de que una vez terminado el calvario militar, podría recuperar las riendas de mi vida.


Es cierto que mi corazón estaba hambriento, un cuartel no es el sitio idóneo para los afectos, también lo es que mi edad propiciaba que las hormonas me nublaran el entendimiento, así como no lo es menos que el cannabis producía su efecto, pero lo más decisivo fue su sonrisa, esa boca que me cautivó desde el primer beso.

Yo ya había fumado algún porro, es la única droga que me permito de vez en cuando, me gustan sus efectos, pero Che me enseñó un juego con trampa, él daba una calada profunda, llenaba sus pulmones, hinchando sus pectorales, buscaba con su boca de azúcar la mía, y en un beso me insuflaba el humo, lentamente, hasta que estaba lleno, así una y otra vez, este juego hacía que los efectos se multiplicaran exponencialmente, no sé `por qué, si era debido a la mayor cantidad del aire, o a lo elaborado del proceso, pero lo más seguro es que a la embriaguez de la hierba se sumase la embriaguez de sus besos.

Y claro, me rendí, Lou "La esfinge" como me llamaban mis amigas, había sucumbido a la poderosa magia de la droga en un beso, y dejé mis proyectos, porque ya no me concebía sin su abrazo, porque era imposible creerme la vida sin sus besos, y me quedé en la isla que unos días antes me parecía un destierro, y nos fuimos a vivir a Tabaiba, entre alemanes y tinerfeños, y me fui alojando en su presencia, desesperadamente, como en un sueño.

Che, claro, era artista, cosía y pintaba, había hecho fabulosos trajes para el carnaval, otra vez el carnaval, es una constante en mi vida, y aprendí mucho a su lado, nos hacíamos unos porros beso y podíamos estar dibujando fantasías espectaculares todo un día, que digo un día, un mes, y cortando, y cosiendo.
Che, claro, tenía una corte de admiradores, como tienen todos los artistas de nacimiento, que me habían recibido con curiosidad y recelo, a los que me tuve que trabajar con paciencia, desplegando toda mi simpatía, para que pudieran sufrir el hecho, de que un godo viniera a robarles a su mencey perfecto.

Y en nuestras borracheras de amor, porros y besos me contaba de su vida, de cómo una vez vio San Borondón, cuando estaba en la Gomera, en el mar a lo lejos, de cómo un día conquistaría Nueva York y haría los trajes de las Reinas de Santa Cruz y del Puerto, porque Che tenía muchos proyectos, y el más urgente, con el que más entusiasmo me hablaba, era montar una agencia de modelos.
Al principio fue una idea vaga, los canarios, ellos y ellas tienen madera de maniquíes, esas caras tan guapas con los rasgos tan acusados y esas tallas que se gastan, son propicias para el modeleo, y el gran handicap era que las islas, en aquel entonces más, estaban muy lejos, a miles de kilómetros de distancia de lo que se cocía en la península, donde acababa de surgir ese blooof que fue "la moda de españa".

No parecía una excentricidad, enseñarles unas nociones básicas y canalizarlos a Madrid y Barcelona, con una materia prima tan excelente, parecía buena idea, así que dirigí a su sueño todos mis esfuerzos. Trabajaba como dos, de escaparatista, de relaciones públicas, hasta de guía o de modista, con un único fin, reunir el capital necesario para montar "su" agencia de modelos.

Él me contaba que había visto un local, que había visto otro, me llevaba a verlos, un dineral, que si el teléfono, que si las tarjetas, que si ahora me voy a Las Palmas, que si ahora a Madrid, que necesito este traje para la reunión, que si tengo que ser impecable con mi aspecto, y yo trabando como un becerro...
Una tarde que parecía una tarde cualquiera me llama Franci, una amiga suya, que trabajaba de enfermera en el hospital, que si podemos quedar, que necesita hablar conmigo, no veo nada particular, quedamos en una cafetería de la calle Castillo.

Cuando llego ella está nerviosa, le da vueltas a la cosa, no sabe cómo abordarlo, le tiro de la lengua y entonces se dispara, y me cuenta, que si no sabes que es todo mentira, que Che es muy amigo mío, pero que tú me caes muy bien y no hay derecho, que te está sacando el dinero y no va a montar nada, ni mucho menos una agencia de modelos, que con el dinero ha comprado ropa y drogas y que los viajes son para reírse y que es todo un cuento.

Al principio casi no la creo, la gorda odiosa esta lo que tiene es envidia, pero entonces me sereno y voy atando cabos sueltos, tampoco parece tan descabellada la cosa, poco a poco me voy apeando del carro, tiene toda la pinta de ser así, si lo pienso es todo tan ambiguo, yo, si me paro a pensar no he visto nada concreto, pequeños detalles, me estalla la cabeza, se me agolpa el estupor como un remolino de tormento, de repente toda mi confianza, toda la ilusión de construir a su lado algo se hace añicos, poco a poco la certeza de que he sido un crédulo se me instala con cimientos acero.

Cuando le veo no le doy opción, sé que nada de lo que me ha contado es cierto, no le pregunto, le recrimino, pero en el fondo algo estúpido me hace esperar que lo desmienta, que me haga recuperar la fe, que me devuelva la inocencia.
El, sin embargo, no intenta defenderse, me mira con media sonrisa, y me dice - ¿También te creíste que vi San Borondón? - Tiene razón, he sido yo, el que cegado por su sus besos no he querido ver, sólo atino a decir lo siento, lo siento.

En el aeropuerto, tan feo, intento poner orden a tanto desatino, ni siquiera ha venido a despedirme, una boca sonríe anunciando un dentífrico, y yo me doy cuenta de que ya nunca serán lo mismo los sueños.


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