sábado, 1 de noviembre de 2014

XVIII - John & José Luis o el último tongo en París


Sorprendiose un portugués
de ver que en su tierna infancia,
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
Arte diabólica es,
dijo torciendo el mostacho,
que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal
y aquí lo parla un muchacho


Nicolás Fernández de Moratín

Ah, París, la ciudad de las artes, la ciudad del amor. París la cosmopolita, la de las mil caras y las mil etnias. Tradición y modernidad, la torre Eiffel y el barrio Latino, los bulevares, Montmartre y por supuesto Le Marais, el barrio gay. La fusión de los tiempos. Una ciudad para gozar con el cuerpo y con el espíritu, sin prisas. Maravillosa, glamurosa, monumental, artística…

La torre es el triunfo del industrialismo, del metal, sobre la piedra; la magnífica piedra que ha dado a París su armonía y solidez… Notre Dame, el kilómetro cero francés… Les Invalides… el Louvre con la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia, la popular Mona Lisa, que se ha transformado como el tótem que visitan embobados multitud de turistas presurosos que llegan en viajes organizados y a quienes realmente no se les muestra el Louvre… Los Campos Elíseos y el Arco de l’Etoile. En 1616, la reina María de Médicis ordeno plantar una serie de alamedas en lo que hoy son los Campos Elíseos, transformando unos fangales en una continuación de los jardines de Tullerías. Todo su entorno sufrió sucesivas transformaciones que le llevaron a ser un lugar de lujosos palacetes, en el XIX, y una gran avenida de grandes comercios Fnac, Virgin, Zara, Louis Vuitton… Cerca de Concorde están los palacios, el Petit y el Grand Palais. Al fondo aparece la plaza de l’Etoile con el magnífico Arco de Triunfo mandado construir por Napoleón… La Place Concorde, que es otro de los grandes espacios de París, construido sobre un lodazal, el nombre de la Concordia tiene su lógica. Es un lugar trágico. La mayor tragedia fue la instalación del monstruoso mecanismo represor revolucionario: la guillotina, donde murieron centenares de franceses víctimas de la justicia revolucionaria… El museo D’Orsay, Degas, Gauguin, Manet, Monet, Renoir, Cézannne, Matisse y Van Gohg… El Centro Pompidou, “La BouBou”, Picasso, Matisse, Braque, Kandinsky o Miró… La red de metro es la más grande del mundo, es imposible caminar más de 500 metros sin encontrarse con alguna boca de metro….

Reúno toda esta información y sueño con París, voy a pasar un mes en la ciudad de l’amour, dejamos nuestra casa de Mallorca a una pareja que vive en París durante un mes y ahora nos toca a nosotros disponer de la suya, ese es el pacto al que llegamos, salvo mi repugnancia natural al avión y aterrizamos sin problemas en el nuevo aeropuerto, inmenso y espectacular. La primera en la frente, no vienen a recogernos, con lo amables que fuimos, los instalamos cuando llegaron a Son San Juan y nos marchamos para dejarles tranquilos disfrutar de la isla, pero en fin, estarán muy ocupados, les habrá surgido un imprevisto…

Así que no queda otra, un taxi, carísimo y hala, a la Porte de Glignancourt, París, en Julio, se revela luminosa y hace calor, una maravilla detrás de otra; la densidad de preciosidades, según nos acercamos a nuestro destino, cada vez es más escasa, estamos en un barrio francamente corriente, nada que ver con el nuestro en Palma, con vistas al puerto y al castillo de Bellver, pero en fin, París es taaaan grande, que no va a ser lo mismo, por fin llegamos, un edificio vulgar, lleno de andamios, lo están pintando, los edificios se levantan alrededor de un patio central, desangelado e inhóspito, con unas azaleas ralas y cuatro plantujas, con lo cuidada que teníamos nuestra terraza exuberante de bignonias y buganvillas, bueno, cosas de la grand cité. Tocamos el timbre, una voz nos da una clave numérica para pasar, como una contraseña, no hay portero ni llave en la puerta, marcamos el número mágico y entramos, una escalera pitañosa, con pintadas en argot, un ascensor que inspira poca confianza y llegamos.
Es un apartamento estricto, un salón grande, un dormitorio austero, un baño, una cocina y un aseo. Ni parecido.
Nos recibe José Luis, se disculpa por no haber ido a recogernos con la fabulosa excusa de que John tiene mucho trabajo, es corresponsal de la TV. Irlandesa en la capital del Sena, y a él no le deja el coche porque es muy celoso, no veo la relación, pero bueno, a mí no me importa, de momento. En el salón, bajo una aburrida lámina de color azul indefinido hay una especie de cama turca enorme, nos deja caer así, de pronto, que esa será nuestra cama, porque no pueden marcharse por la misma razón, John tiene mucho trabajo y no puede marcharse y por supuesto a él no le permite irse solo, empiezo a consumir mi reserva de paciencia, pero ya que estamos en el asunto no hay tu tía, así que hala, a dormir al salón, cero intimidad y confortabilidad deficiente, pero si París bien vale una misa , digo yo que también valdrá ese esfuerzo.
José Luis es de Santander, vino a París a hacer un master, conoció a John y se quedó, maltrabaja a duras penas dando clases de español. Son una pareja peculiar, el uno rubio y grandote, un auténtico oso irlandés, camisas de cuadros, cuero y barba de varios días, el otro, el español, un morenazo impecable, jeans de Valentino, camisas a medida, un afeitado perfecto…un auténtico ejemplar de niño bien. El uno rudo y casi antipático, de pocas palabras, con un francés bronco y elemental; el otro afable, chispeante, habla por cuatro o cinco, con un francés delicado y casi femenino. Vamos a tener que convivir un mes.

Los celos, en contra de lo que podría parecer y de lo que cantan tantas canciones y cuentan libros y películas, no siempre son consecuencia de un gran amor, ni indican cuánto se quiere, se necesita o se desea a la otra persona. La mayoría entendemos por celos ese confuso, paralizador y obsesivo sentimiento causado por el temor de que la persona depositaria de nuestro amor prefiera a otra en lugar de a nosotros. En la realidad cotidiana, los celos rompen y enturbian las relaciones, y los individuos celosos acaban minando, con su posesividad y persecución asfixiante, el placer del encuentro, el equilibrio en la pareja, que se basa en la ternura, la comprensión, la tolerancia y el respeto a la autonomía del otro. Algunos autores creen que el sentimiento de los celos es universal e innato. Por el contrario, otros psicólogos señalan que este sentimiento es de origen cultural, y que los celos no dependen del deseo o necesidad de goce exclusivo de los favores del otro, sino del status. Son dos teorías relativamente antagónicas, pero como ocurre con frecuencia, perfectamente complementarias.
Podemos pensar por tanto, que cuando nos mostramos celosos experimentamos sensaciones inherentes a nuestra condición de seres humanos y, a la vez, manifestamos un comportamiento adquirido y heredado de nuestra cultura.
Un sentimiento que puede resultar peligroso.
La primera noche salimos los cuatro juntos, como no, le Marais, esa maravilla de barrio rosa, pero nada de ir al Banana Café o a L’Amnesia, no, de eso nada, que había mucho chico guapo y John no podía sufrirlo, a Le Bear’s Den, el único local exclusivo de osos de toda la ciudad, así que allí como un pulpo en un garaje, con toda esa testosterona y ese olor a loción barata, y todo para que el pobre Jose Luis, criaturita, no pudiera levantar la vista del suelo so pena de provocar un estallido que ríete tú de Otelo, ale, unas copitas, la música horrorosa, y el plantígrado del rubio nos dice que se retiran, que alivio, porque ha de madrugar. Le pedimos que deje a su novio con nosotros, que le cuidaremos y a regañadientes accede. ¡Por fin libres!
El cántabro es un cicerone consumado. Le Cox, Open Café, y por fin Le Tango, un club estupendo con una gente ideal, con música divertida y en la onda, el chiquillo, como es lógico, se descoca, es la reina del baile, conoce a todo el mundo, y se besuquea con la mayoría, como es de suponer nosotros a lo nuestro, aquí la gente viene a ligar y nosotros ya lo teníamos resuelto, le proponemos ir a Queen, nos dice que vayamos que luego viene, lo dejamos encaramado a un americano de dos metros.
Queen una maravilla, encima el portero es el mismo del Space de Ibiza y nos conoce, modelazos, un nivel a tono con la ciudad, el París que esperábamos. José Luis no viene y ya cierran, nos vamos, vemos amanecer desde el pont de Alexandre III, con esos caballos colosales de oro, el cielo se incendia, si obviamos el comienzo, por curioso, ha sido una noche perfecta, un noissette, un croissant, otro taxi y a casa.
Algo nos olíamos, porque nos entretenemos, ya de día, por el mercado que hay en la calle, son unos artistas los franceses para hacer atractiva la comida a la vista en un puesto ambulante, compramos algunas cosas y llegamos tan panchos.
Mon dieu, que tragedia, el Irlandés era un oso rabioso, nos recibe a gritos, ¿Dónde está son fiancé? ¿No habíamos dicho que lo cuidaríamos? Nos quedamos a cuadros, él llora, se lamenta, amenaza, y a los dos minutos, también es mala suerte, llega el otro con una tajada como un piano, así, de entrada, le da dos hostias, a base de buen rollo logramos calmarlo.
No vuelven a salir con nosotros, ninguno de los dos, incluso parece que a John le molesta hasta que hablemos, no nos queda más remedio que reducir las vacaciones a la mitad, el mal ambiente se puede cortar con cuchillo, de todos modos disfrutamos de París cada uno de los días.

El día que nos marchamos John nos pregunta qué tal; José Luis, avergonzado.

- Pues mon chere, como decimos en España esto ha sido un tongo.
- Je ne comprend pas
- Pues búscalo en le diccionaire.
En el avión, ya de vuelta.
- Te tengo que contar una cosa.
- Chico que misterio, dime
- Me he tirado al moreno, más que nada por darle en los morros al otro.
- No jodas, yo también
- ¿De verdad?
- Te lo juro
- Pues se queda apañada la criatura.


París, a todo esto, permanece impasible con toda su belleza.


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