Ming bebió un poco de
agua, en su cuenco situado en la cocina, luego fue a la cama de su ama, se
enroscó junto a las almohadas y se durmió profundamente...............Elaine
entró en el dormitorio. La luz seguía encendida. Ming observó como Elaine abría
despacio la caja que tenía en el tocador, y dejaba en su interior el collar
blanco, que al caer produjo un leve sonido. Luego Elaine cerró la caja. Comenzó
a desabrocharse la blusa, pero antes de que hubiera terminado de hacerlo, se
arrojó sobre la cama, acarició la cabeza de Ming, alzó su pata izquierda y la
oprimió de modo que las uñas sobresalieron.
- ¡Oh, Ming, ming...! - exclamó Elaine. Ming reconoció el tono propio del amor.
- ¡Oh, Ming, ming...! - exclamó Elaine. Ming reconoció el tono propio del amor.
La mayor presa de «Ming» -
Patricia Highsmith
Lo de Kitty con su nombre
era una especie de destino fatal, como no podía ser de otra forma era una
adoradora incondicional de los gatos, cuando yo la conocí tenía dos, un gatazo
enorme, pelirrojo, pausado y con un gesto permanente entre la ironía y la
exultancia, Teo se llamaba; y una gatita blanca, Nena,
completamente blanca, menuda y nerviosa que siempre estaba asustada.
Kitty era, y debe de
seguir siendo, Inglesa, nada de Británica, era completamente Inglesa, estudiaba
guitarra clásica, por eso había venido a España, y bebía ginebra sola, con
hielo, por eso daba pocos conciertos. Kitty era rubia y un poco gordita, le
encantaba charlar, pintarse como una puerta, las minifaldas y los chicos
españoles. Vivíamos en la misma casa, en el barrio de Santa Cruz, en un edificio
antiguo y precioso que hasta tenía una hornacina con un Santo Tomás en la
fachada, entre dos balcones, el de mi habitación y el del salón, nosotros le
poníamos flores y todo, más que por devoción porque hacía más bonito. La casa
era preciosa, toda de colores, con muchísima luz, además ella había traído unas
tiras de papel pintado que había comprado en Londres, y que reproducían las
originales de Bloomsbury, la legendaria residencia de los Woolf, que le daban
un toque realmente chic a nuestras paredes.
Kitty y yo éramos amigos,
cada cual en su cama, pero bastante cómplices sin llegar a ser íntimos, nos
divertíamos bastante y casi no teníamos problema, a no ser el de los malditos
gatos, no es que yo sea enemigo de los felinos, hasta tengo una gata negra, es
que mi amiga los quería demasiado, no podía ni imaginar la atrocidad de castrar
a Teo, y como buena hija de la Gran Bretaña, lo de limpiar y desodorizar sus
marcas era ciencia ficción, así que nuestra casa en tecnicolor hacía un pestazo
a pis de gato que echaba para atrás. A casi todo se acostumbra uno, y llegó un
momento, en que a no ser por los comentarios de las visitas, yo ya casi no lo
olía.
Compartimos un verano de
playas, horchatas y mais en las terrazas. Un otoño de clases - Kitty era
profesora de inglés y alumna del conservatorio, yo estaba de profe para un
curso nuevo de técnicos en animación sociocultural (ahí es nada). Unas
navidades fusión con su Christmas Pudding (un
mejunje que debe engordar toneladas), sus galletas de jengibre, como los
mismísimos cinco de Blyton, y su pavo, claro que también con su cabrito asado,
su turrón de Alicante y su pan de Cádiz, que uno tiene su corazoncito.
Y llegó carnaval.
Lo mío con el carnaval es
especial, desde que tengo capacidad de decidir lo he vivido siempre en primera
fila, me apasiona esto de fabricar un personaje, maquillarme la cara y
disfrutarlo, mira que mi tierra es más de fallas y de moros y cristianos, pero
a mí lo que me hace disfrutar de verdad es el carnaval, el de alicante no está
mal, y en aquella época en que estaba menos institucionalizado todavía mejor.
Es una fiesta que elige su
fecha, cada año diferente, inmediatamente antes de la cuaresma, unas veces a
finales de enero, las más en febrero, e incluso a principios de Marzo, me
parecen inevitables esa permisividad y ese descontrol que trae consigo. Hay
quienes atribuyen su etimología al tiempo en que vale la carne - carne vale -
hay quienes lo atribuyen a una fiesta pagana en que todo valía y se ofrecía
carne a Baal – carna baal - e incluso hay una versión más pía en la que se
argumenta la raíz carne levare, abandonar la carne. Sea cual fuere la correcta,
a saber, yo prefiero la primera, en carnaval vale la carne, y generalmente me
lo tomo al pie de la letra y mi libido se pone de tiros largos, válgame la
expresión. Con los años he logrado ser un profesional del tema y es una de las
cosas que hago que más satisfacciones me proporciona.
Lo de ese carnaval
precisamente fue un poco diferente. Empezó bien, los dos preparando nuestros
disfraces con cariño, pintando telas, eligiendo maquillajes, ella como habréis
sospechado quería disfrazarse de gata, yo, como habéis visto, me empeñé en
pintarme de azul. Justo el viernes Kitty se me descuelga con la buena nueva,
sus fathers vienen el sábado y está como un flan, que si no sabe cómo se van a
tomar la cosa de que viva con un chico, que no, que no, que si les cuento que
eres gay será peor, que mi padre es muy bruto con eso, que dónde los voy a
meter en pleno carnaval que no hay hotel, que si patatín que si patatán. Así
que no sé qué santo la ilumina y va y me dice que ya que no hay hoteles y han
de quedarse en su habitación, tendré que buscarme una residencia alternativa. Y
unas narices, hasta ahí podíamos llegar, si quieres darling, duermes conmigo, o
si no en el sofá, pero mi cama es mía y no tienes suerte. Se le ilumina la
cara, y con esa erre suya tan requetebritánica me dice - peRRRfecto, les
decimos que somos novios y aRReglado, les encantaRRRás.
El caso es que no sé cómo
me pilló, pero contra toda lógica le dije que bueno, otra estupidez a añadir en
mi currículo.
Un espanto, los padres
eran los mismísimos Ropper, pero sin pizca de gracia, él con su bigote, hincha
del Chelsey, le faltaba la camiseta azul, ella, espigada, con un peinado
cascodeastronauta style en rubio Marilyn y una especie de funda de leopardo de
la que surgían dos espingardas de piernas rematadas con unos zapatos imposibles
en verde botella, cuando les vi bajar del taxi, desde el balcón, me encomendé,
a pesar de mi escasa fe, al Santo, a ver si en agradecimiento a mis ofrendas
florales llevaba aquel despropósito por buen camino. Naranjas de la china,
Alicante hervía de gente disfrazada y a ellos les parecía Zambia, lo de que su
daughter del alma tuviera novio, a juzgar por cómo me miraban, maldita la
gracia que les hacía. Intenté ser amable, desplegué todo mi encanto cool, pero
nada que ver, las caras de estar chupando limón no se las quitaba nadie, todo
les parecía horrible, todo les parecía carísimo, incluso cuando les recomendé
un restorán para comer, les oí preguntar, en inglés of course, a su hija, si yo
no llevaría comisión. Así que desconecté, preferí pasar por antipático antes
que discutir, al fin y al cabo serían sólo tres días.
Por la tarde nos
disfrazamos, aquello ya les pareció un rito indígena, incluso forzaron a la
pobre Kitty a customizar su traje de gata con un pudor bastante conservador. Ni
hablar de venirse con nosotros a divertirse, menos mal. A pesar de los pesares
nos lo pasamos pipa, bebimos lo que no estaba escrito, e intimé, por decirlo de
alguna manera, con un indio Comanche con un torso sobresaliente, claro que no
llegó a mayores porque tenía la cama ocupada y el guerrero de marras vivía con
sus padres... Así que a las tantas llegamos a casa con un colocón como un
piano, los Roper estaban levantados, con muy poco tacto se encerraron con la
niña en la habitación que salió con cara de circunstancias y me dijo que se
marchaban a Cullera, que a sus papis el Carnaval les horrorizaba, que con el
jaleo de la calle no se podían dormir y dicho y hecho, se duchó en un pis pas y
se fueron.
Ni que decir tiene que
salí a toda prisa tras sus pasos a por mi comanche. Santo Tomás en esta ocasión
sí escuchó mi plegaria, y nos fuimos a conocernos mejor a casa, esto de tener
un Toro Sentado de tal calibre en mi sofá, de par en par, es la esencia del
carnaval, del mío por lo menos. Y justo cuando el maromo estaba aplicado en
fumarme la pipa de la paz, así, con las plumas del disfraz dándome en la
barbilla, se abre la puerta y la family entra al completo.
Inenarrable,
afortunadamente mi inglés no incluía las palabrotas, habían venido a por la
gatita, cuando ya estaban por Altea, porque la niña estaba preocupada, la había
dejado pachucha, me dio tiempo a agarrar una bolsa con cuatro cosas y llevarme
al indio a casa de la Pepa.
Cuando salí Kitty tenía en
brazos al gato y le decía - Teo, don't love me.
Cuando volví, al día siguiente, Kitty no estaba, sus cosas y sus gatos tampoco. En unas semanas, con algún litro de lejía, el olor también se había ido.
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