domingo, 2 de noviembre de 2014

XXVIII . Andrés o "calé in the beach"




"pisoteados, pisoteados, Siendo Pero zapateados Gitano"

Se llamaba Andrés y brillaba, no era un brillo corriente, se parecía más bien al brillo de verano que tienen las ciruelas amarillas cuando están maduras y rezuman esa purpurina de minúsculas gotitas tan frescas y tan dulces. Sabía andar boca abajo apoyándose en las manos, con las piernas, esas piernas amasadas de canela y carne magra, en una genuflexión imposible con el cielo por montera.
Y desde la segunda o tercera sonrisa en la que coincidimos sabía que caminaba así para mí, maldita sea la estampa de aquel que lo ponga en duda. Yo bajaba a la playa casi todas las tardes, en ese verano tardío de mi tierra; teníamos diecisiete años, y después del primer mes en la universidad ya sabía que no necesitaría ir a clase más que de vez en cuando.

Me habían regalado una instamatic veinticinco que a mí me parecía un instrumento mágico

Mi abuelo me enseñaba origami (折り紙)
Así es que, me bajaba a la playa, hacía animalitos y barcos y los fotografiaba sobre la arena o en el agua mansa y limpia de entonces.
Él era el chico que retiraba las sillas de la playa, siempre llevaba un bañador rojo que le estaba un poco grande y brillaba, y brillando me cortejaba. Trabajaba una barbaridad, había un sinnúmero de sillas y las tenía que amontonar en filas enormes y sujetarlas con una cadena. Pero desde el primer día, cuando estaba a mi altura, daba un brinco olímpico y andaba un trecho al revés para que lo viera.

Me hice adicto, todo el día no era más que la antesala de mi espectáculo privado, estaba absolutamente fascinado con su sonrisa, sus piernas, y ese bañador rojo que le estaba un poquito grande. Comencé a hacerle protagonista de mis fotos, preparaba dioramas de arena y figuritas de papel, buscaba un encuadre mientras el pasaba y tenía a Andrés, al culo de Andrés, a los dientes preciosos de Andrés, a sus hombros tan de hombre y a su bañador rojo arrodillados sobre el cielo para mi deseo.


Un día me pidió una foto, le había hecho tantas... flipó con mis figuras de papel, yo también tenía una habilidad extraordinaria, aunque ni soñando supiera andar boca abajo. Ninguno de los dos supimos contener las hormonas, su bañador rojo y mi impecable bañador a rayas nos delataban, fue tan obvio, y nos importaba tanto un comino, que corriendo ya cogidos de la mano, buscamos un sitio adecuado y nos pasamos casi dos días follando, era un debut para los dos y, sí, es cierto que para mucha gente la primera vez fue un desastre, pero, de verdad, para nosotros fue una tempestad y una liturgia, conjugamos el verbo en todos sus tiempos, modos y géneros, gritamos, nos reímos como locos, hasta lloramos un poco y casi no hablamos. Era primerizo en esas lides, pero me di cuenta de que tenía una predisposición natural, sólo cuando besándome el cuerpo acabó en mi polla sentí un placer de tal calibre que lo confundí con las cosquillas.

Entre asalto y asalto, parábamos para enchufarnos la ducha y beber agua, me decía: “voy a hacerte cosquillas payo", y yo me partía de risa y me moría de gusto con ese regalo.

Llegó un punto, después de casi dos días, en que tuvimos que aterrizar, también era la primera noche que no había ido a dormir a casa y mi madre ya habría llamado a la policía y al séptimo de caballería, como pudimos deshicimos el abrazo y quedamos para el día siguiente.

Me fui feliz pensando qué coño contar cuando llegara a casa. Toqué al timbre y mientras subía la escalera me di cuenta de que no llevaba mi Swatch blanco. Jodeeer, vaya putada, mi reloj era la bomba, causaba sensación, y no había visto otro igual, a ver que contaba de esto también ahora. Bueno, salí como pude del lio, besando y prometiendo, y casi no pude dormir pensando en mi gitano moreno y en mi Swatch blanco.

Después de comer, al día siguiente, bajé volando a playa, un inmenso Swatch blanco me obstaculizaba la esperanza. Pero gracias a la Virgen del Remedio o al Lucero del Alba allí estaba Andrés con su cuerpazo, su bañador rojo y mi swatch blanco. Brillando.

- Me daba que no ibas a venir
- ¿Cómo no iba a venir?
- Payo, porque te choré el peluco blanco.
- Que me vas a chorar, te lo regalé yo, para que no llegaras tarde. No tenías ¿no?
- ¿Es pa mí? Te ví a hacer cosquillas hasta que te mueras de risa o hasta que te quedes seco, Payo.

Es el día, después de tanto tiempo, que cuando voy al Postiguet, cualquier tarde, lo veo con su bañador rojo, haciendo el pino y brillando.
Es el día, después de tanto tiempo, y tantos y tantos, que cuando me la chupan, no puedo evitar, al menos, una sonrisa.




No hay comentarios:

Publicar un comentario