"pisoteados, pisoteados, Siendo Pero zapateados Gitano"
Se llamaba Andrés y
brillaba, no era un brillo corriente, se parecía más bien al brillo de verano
que tienen las ciruelas amarillas cuando están maduras y rezuman esa purpurina
de minúsculas gotitas tan frescas y tan dulces. Sabía andar boca abajo
apoyándose en las manos, con las piernas, esas piernas amasadas de canela y
carne magra, en una genuflexión imposible con el cielo por montera.
Y desde la segunda o
tercera sonrisa en la que coincidimos sabía que caminaba así para mí, maldita
sea la estampa de aquel que lo ponga en duda. Yo bajaba a la playa casi todas
las tardes, en ese verano tardío de mi tierra; teníamos diecisiete años, y
después del primer mes en la universidad ya sabía que no necesitaría ir a clase
más que de vez en cuando.
Me habían regalado
una instamatic
veinticinco que a mí me parecía un instrumento mágico
Así es que, me bajaba a la
playa, hacía animalitos y barcos y los fotografiaba sobre la arena o en el agua
mansa y limpia de entonces.
Él era el chico que
retiraba las sillas de la playa, siempre llevaba un bañador rojo que le estaba
un poco grande y brillaba, y brillando me cortejaba. Trabajaba una barbaridad,
había un sinnúmero de sillas y las tenía que amontonar en filas enormes y
sujetarlas con una cadena. Pero desde el primer día, cuando estaba a mi altura,
daba un brinco olímpico y andaba un trecho al revés para que lo viera.
Me hice adicto, todo el
día no era más que la antesala de mi espectáculo privado, estaba absolutamente
fascinado con su sonrisa, sus piernas, y ese bañador rojo que le estaba un
poquito grande. Comencé a hacerle protagonista de mis fotos, preparaba dioramas
de arena y figuritas de papel, buscaba un encuadre mientras el pasaba y tenía a
Andrés, al culo de Andrés, a los dientes preciosos de Andrés, a sus hombros tan
de hombre y a su bañador rojo arrodillados sobre el cielo para mi deseo.
Un día me pidió una foto,
le había hecho tantas... flipó con mis figuras de papel, yo también tenía una
habilidad extraordinaria, aunque ni soñando supiera andar boca abajo. Ninguno
de los dos supimos contener las hormonas, su bañador rojo y mi impecable
bañador a rayas nos delataban, fue tan obvio, y nos importaba tanto un comino,
que corriendo ya cogidos de la mano, buscamos un sitio adecuado y nos pasamos
casi dos días follando, era un debut para los dos y, sí, es cierto que para
mucha gente la primera vez fue un desastre, pero, de verdad, para nosotros fue
una tempestad y una liturgia, conjugamos el verbo en todos sus tiempos, modos y
géneros, gritamos, nos reímos como locos, hasta lloramos un poco y casi no
hablamos. Era primerizo en esas lides, pero me di cuenta de que tenía una
predisposición natural, sólo cuando besándome el cuerpo acabó en mi polla sentí
un placer de tal calibre que lo confundí con las cosquillas.
Entre asalto y asalto,
parábamos para enchufarnos la ducha y beber agua, me decía: “voy a hacerte
cosquillas payo", y yo me partía de risa y me moría de gusto con ese
regalo.
Llegó un punto, después de
casi dos días, en que tuvimos que aterrizar, también era la primera noche que
no había ido a dormir a casa y mi madre ya habría llamado a la policía y al
séptimo de caballería, como pudimos deshicimos el abrazo y quedamos para el día
siguiente.
Me fui feliz pensando qué
coño contar cuando llegara a casa. Toqué al timbre y mientras subía la escalera
me di cuenta de que no llevaba mi Swatch
blanco. Jodeeer, vaya putada, mi reloj era la bomba, causaba sensación, y
no había visto otro igual, a ver que contaba de esto también ahora. Bueno, salí
como pude del lio, besando y prometiendo, y casi no pude dormir pensando en mi
gitano moreno y en mi Swatch blanco.
Después de comer, al día
siguiente, bajé volando a playa, un inmenso Swatch blanco me obstaculizaba la
esperanza. Pero gracias a la Virgen del Remedio o al Lucero del Alba allí
estaba Andrés con su cuerpazo, su bañador rojo y mi swatch blanco. Brillando.
- Me daba que no ibas a
venir
- ¿Cómo no iba a venir?
- Payo, porque te choré
el peluco blanco.
- Que me vas a chorar, te
lo regalé yo, para que no llegaras tarde. No tenías ¿no?
- ¿Es pa mí? Te ví a hacer
cosquillas hasta que te mueras de risa o hasta que te quedes seco, Payo.
Es el día, después de
tanto tiempo, que cuando voy al Postiguet,
cualquier tarde, lo veo con su bañador rojo, haciendo el pino y brillando.
Es el día, después de
tanto tiempo, y tantos y tantos, que cuando me la chupan, no puedo evitar, al
menos, una sonrisa.
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