sábado, 1 de noviembre de 2014

XVI - Santiago o la casualidad de la trinchera


La vida es hermosa, vivirla no es una casualidad.

Albert Einstein (1879-1955)

1979. Ponerme a hablar de aquel momento me obliga a hacer unas consideraciones para, por un lado, ser capaz de situarme en aquello que fue hace ya, que escalofrío, treinta años; y por otro, para que aquellos que me leen puedan atisbar ese pedazo de la historia según mi personal punto de vista.
La naturaleza del franquismo había dejado como herencia un estado colectivo de apatía, expectación, miedo, y unos sentimientos de lejanía con respecto a lo público que envenenaban la esencia misma de la transición. Monedero (1999) al hablar del "misterio de la transición embrujada" plantea la necesidad de revisar la historia y desterrar ciertas mitificaciones erróneas desarrolladas en torno a la misma; entre estas mitificaciones encontramos el "todos fueron iguales" que sirve de coartada para el relativismo y elimina la posibilidad de reconciliación ¿cómo va a haber reconciliación si no hay arrepentimiento?

El tan popular consenso de la transición no fue, ni mucho menos, un ejemplo de salud democrática, sino la respuesta de los españoles a que los golpistas del 36 volvieran a las andadas. La transición, no lo olvidamos, se dirigió desde el régimen y respetando la legalidad del régimen, y muy temprano se optó por desmovilizar la calle a favor del ámbito institucional.

En un país como el nuestro, tan poco inclinado a la credulidad, la mejor manera de conseguir la admiración mundial consistió en edificar una verdad (la democracia) sobre una espléndida cama de mentiras (la transición). Un procedimiento muy eficaz para que una historia quede sólida e indestructiblemente escrita. Históricamente las falsedades han sido mucho más fecundas para la ciudadanía que las verdades.

Me molesta toda esa pequeña mitología que se ha creado sobre entonces...me ofende esa mitología de jóvenes revoltosos que ha generado aquella época. Hay que desnudarla de adherencias folklóricas, enseñar su dureza, no fuimos para nada una juventud afortunada. En 1979 en las protestas contra la LAU dos estudiantes resultan muertos durante un tiroteo en una manifestación.

Eran algo más de las diez y media de la noche del jueves seis de octubre de 1977, cuando cuatro jóvenes del Moviment Comunista del País Valencià se encontraban pegando carteles de la Diada, que había de celebrarse el día nueve, en la plaza de Los Luceros.

Poco antes, de algún lugar próximo a donde se encontraban, les habían arrojado, según sus propias declaraciones, dos cubos de agua. De pronto, cuando estaban frente a la fachada contigua a la del edificio número once de la citada plaza, alguien les lanzó un ladrillo: Miguel Grau fue alcanzado en la cabeza y se desplomó. Moría a las ocho de la tarde del domingo, dieciséis de octubre.

Dos días más tarde, ocho mil alicantinos despidieron su cadáver, entre ellos el que os escribe. A partir de ese momento me comprometí durante toda mi vida universitaria a defender los valores democráticos.

A principio de curso la facultad hervía, casi siempre antes de navidad, se sucedían las asambleas, cualquier reunión del bar se transformaba en un debate, las clases se suspendían, el salón de actos se llenaba a reventar, claro no todos estábamos comprometidos del mismo modo, la gran mayoría se dejaba llevar, votaba en las asambleas, encierro si - encierro no, pero casi nunca participaban en las mesas de trabajo ni en las comisiones. La juventud es apasionada, y nosotros, consecuentes con ella, éramos apasionados, horas y horas de trabajo, discusiones más o menos acaloradas, pancartas de colores, carreras de calores delante de los grises, los maoistas, los socialistas, los leninistas los del MC, los  del PSAN, los de la CNT, los moderados, los directamente conservadores.. Y la mayoría que flotaba y se dejaba llevar votando huelgas y encierros siempre que no supusieran un riesgo para sus exámenes ¿dónde quedaría todo aquello?
Se constituye una rudimentaria "asamblea nacional de estudiantes" no tan heroica como aquella que perseguía la desintegración del SEU, ni  por lo menos en Alicante, tan heroica, probabl4nte porque nuestra escuela estaba situada fuera del casco urbano, en lo alto del castillo de San Fernando, con unas vistas estupendas sobre la ciudad y el mar, mi mar, y nuestras escaramuzas no tenían repercusión alguna en la apacible vida de la ciudad.

La verdad es que todo esto de la lucha tenía sus atractivos, por un lado estaba la sensación de que si los más válidos, aquellos cuyas conversaciones eran más interesantes, estaban metidos en ella, uno, que no era menos, se veía obligado por una especie de conciencia de clase intelectual a no mantenerse al margen, por otro loa cosa del poder, esto de tomar decisiones que implican a otros, de ostentar autoridad de algún modo, la erótica del poder es cierta, y tan ciertas. Tampoco podemos dejar a un lado la fabulosa e irrepetible ocasión de establecer lazos de amistad, que en esas edades son fortísimos, con tus correligionarios, la posibilidad de rebelarse, después de tantos años de represión, y la sensación de libertad que todo esto proporcionaba.

La asamblea nacional, recién gestada, exige que cada universidad designe unos representantes para que acudan a Madrid, a celebrar una asamblea que nos aglutine a todos y coordinar la protesta. Los muertos de Madrid caldean los ánimos. Cómo no, uno, que no es manco, es elegido representante de la Escuela y allá que voy, con mis 19 añitos recién estrenados, en un autobús, 6 horas de viaje, y toda la disposición del mundo.

Destino: La calle Libertad, no me digáis que no es poético, donde precisamente tiene su sede la CNT, que nos cede sus instalaciones, allí me encontré por primera vez en mi vida con esas escaleras de madera inmensas y ruidosas impensables en Alicante, con esos pasillos llenos de puertas, en un edificio que tenía 8 o 10 viviendas por planta, como en las películas, y en una sala grande y soleada nos fuimos juntando los representantes de cada ciudad, la adrenalina fluye a raudales, ponemos las propuestas sobre la mesa. Se acuerda celebrar una macrofiesta en el campus de la complutense, habrá conciertos, puestos de bocadillos, mítines variados y convocatoria para la prensa. Los vascos son partidarios de encadenarnos a la puerta del ministerio de educación, pero no tienen mucho eco. Se designan grupos de trabajo, a mí me toca uno cuya misión es invitar a todos los grupos organizados  que tengan algo que aportar. No sé por qué vericuetos, ni por qué conexiones acabo invitando al sarao a la Unión del Pueblo Gitano.

Un chico muy amable, me atiende el teléfono, a partir de ese momento se convierte en mi interlocutor, enseguida se brinda, acordamos llevar un cantaor y un grupo de baile flamenco. Quedo con él en un puesto de coches de choque que hay en Arturo Soria, trabaja allí, es de su familia. Cuando llego, quedo absolutamente prendado, además de listo y simpático Santiago es guapo, muy guapo. Además tiene coche, no es universitario, pero desde el principio se toma nuestra guerra como la suya propia, me lleva para arriba y para abajo, a ver los bailaores, a comprar hielo, a por unas neveras, en su coche, con su conversación, voy descubriendo poco a poco Madriz, desde Carabanchel al barrio de Salamanca.
Gobernación autoriza la fiesta, está todo preparado, repartimos los comunicados, se suceden los mítines, y después la fiesta, dos o tres grupos de pop, algún cantautor y mis gitanos. Todo sale bien, la policía observa pero no interviene, no se produce más que algún encontronazo con un grupito de exaltados del otro lado, no llega la sangre al río. Y yo con Santiago, cervecitas, algún porro, y mucha conversación, en ningún momento me hace sentir que piense que esto son cosas de payos, participa conmigo en todo y curra como el primero. Cuando acaba la cosa hay que recoger, que si hay que devolver las neveras a la coca cola, que si la carpa a un colegio mayor....
Cuando ya está todo, se me acerca una víbora del MC, de Valencia, creo. - Tú amigo se ha mosqueado y se ha ido -. No entiendo nada, es cierto, hace un rato que no lo veo, yo estoy enrollando cables. - ¿Se ha mosqueado? ¿Y eso? - , la víbora me mira con cara de estajanovista y me espeta - es que cuando hemos ido a recoger la mesa de sonido había desaparecido y le hemos dicho que nos abriera el coche - Me quedo de una pieza, no puedo comprender a la primera la situación, resulta que después de pasarse dos días currando a mi lado como el que más, desaparece una mesa de mezcla y le dicen que abra el coche sólo porque es gitano. La indignación me hincha las sienes y me colma la paciencia, intento serenarme y no lo consigo. Me planto delante de la serpiente y solo atino a decirle - Tú eres imbécil, una fascista de mierda y una imbécil.
Me paso toda la noche sin pegar ojo, lo que queda de ella, porque llego a las tantas, y todo el día siguiente intentando localizar a Santiago y denunciando la ofensa que le han infligido. Me tropiezo con una muralla de indiferencia, todos ponen cara de circunstancias pero ninguno propone pedirle disculpas. Lo logro encontrar por la noche - Santiago, oye lo siento mucho, no sé cómo pedirte disculpas, ¿por qué no me dijiste nada?, el me responde igual de alegre que siempre, sin asomo de rencor. - No te preocupes, pisha, yo me piré porque no quería bulla, pero tú no te preocupes que contigo no va nada ¿Dónde estás? ¿En la calle Libertad? Dentro de media hora paso a recogerte. Quedamos en la puerta, abajo.
Llega en sus dos caballos, aparca, - Te voy a llevar a un sitio que te va a molar y que está aquí al lado y no te comas más el tarro tío, que me importa un pijo lo que hagan esos payos.
Y vaya la casualidad quiso que el mismo día que desesperé de las vanguardias políticas universitarias conociera, por primera vez en mi vida el Black & White, que qué casualidad estaba justito al lado. El primer local gay que pisé en mi vida. Ese día comencé otra revolución. Y seguí estrechando mis lazos con el pueblo gitano.

Ese día supe, que en adelante, viviría en Madriz. Y hasta ahora.

Companys, si sabeu a on dorm la lluna blanca

digueu-li que la vull
però no puc anar a estimar-la,
que encara hi ha combat.
Companys, si coneixeu el cant de la sirena,
allà enmig de la mar,
jo l'aniria a veure,
però encara hi ha combat.
I si un trist atzar m'atura i caic a terra,
porteu tots els meus cants
i un ram de flors vermelles
a qui tant he estimat,
si guanyem el combat.
Companys, si enyoreu les primaveres lliures,
amb vosaltres vull anar,
que per poder-les viure
jo me n'he fet soldat.
I si un trist atzar m'atura i caic a terra,
porteu tots els meus cants
i un ram de flors vermelles
a qui tant he estimat,
quan guanyem el combat.

Compañeros, si sabéis donde duerme la luna blanca,
decidla que la quiero
pero que no puedo acercarme a marla,
porque aún hay combate.
Compañeros, si conocéis el canto de la sirena,
allá en medio del mar,
yo me acercaria a buscarla,
pero aún hay combete.
Y si un triste azar me detiene y doy en tierra,
llevad todos mis cantos
y un ramo de flores rojas
a quien tanto he amado,
si ganamos el combate.
Compañeros, si buscáis las primaveras libres,
con vosotros quiero ir
que para poder vivirlas
me hice soldado.
Y si un triste azar me detiene y doy en tierra
llevad todos mis cantos
y un ramo de flores rojas
a quien tanto he amado.
Cuando ganemos el combate.


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