El rubio, del latín rubĕus:
rojo, en realidad no es más que un color de cabello con bajos niveles del
pigmento melanina.
Es producido por un gen
recesivo y para que ese color se manifieste dicho gen debe estar presente en
ambos lados de la familia o en la generación de los abuelos. La pigmentación de
pelo varía exclusivamente en el tronco racial caucasoide, o sea el nuestro, el
europeo, siendo uniformemente negra en el resto de los troncos raciales. En
Finlandia se encuentran las poblaciones con mayor incidencia de este carácter.
La mutación o mutaciones
que lo originaron parecen ser bastante antiguas y hay quien las remonta a
Neanderthal. La teoría más aceptada es la de que aparecieron dos: una en el
tronco racial mediterráneo caucasoide y otra en el eslavo caucasoide,
distinguiendo así dos tipos de rubios: uno más dorado, el de la raza nórdica
que provendría de la mediterránea y otro más cenizo, el de la eslava.
La escasez de alimentos
durante los últimos tiempos de la Edad de Hielo y la necesidad de las mujeres
primitivas de encontrar pareja entre un grupo reducido de hombres, podrían
haber sido las causas de que el cabello rubio, se extendiera por el norte de
Europa hace más de 10 milenios.
Cuando el hielo se iba
retirando del paisaje europeo, 10.000 años atrás, surgió un nuevo terreno
repleto de hierba y musgos, estaba bien para que los herbívoros se alimentasen,
pero no los humanos. Nuestros ancestros tuvieron que emplearse a fondo para
sobrevivir: Comiéndose a los mamuts, los renos, los caballos y los bisontes. La
cacería, cosa de varones, era una labor peligrosa y muchos morían. Ello provocó
que la proporción de mujeres fuese cada vez mayor. Las hembras tenían que
afrontar una fuerte competencia para hallar pareja.
Aquí es donde, de acuerdo
con la tesis de Frost, una llamativa variación en el color de los cabellos
habría venido a favorecer a las mujeres que disfrutaran de este rasgo, logrando
atraer la atención de sus congéneres, facilitando así su éxito reproductivo. Éste
sería el motivo de que los genes responsables del pelo rubio se extendieran
rápidamente por Europa, y sobre todo por el Norte, pero no en el resto del
planeta.
El estudio asegura que, de
no haber intervenido estos factores, el proceso de expansión de los rasgos
rubios no hubiera tenido lugar. "El color del cabello y los ojos de
los humanos es inusualmente variado en el Norte y el Este de Europa", recuerda
Frost. Además, el hecho de que estos rasgos se hayan originado durante un corto
periodo indicaría que han sido favorecidos por algún tipo de selección. Según
este investigador, el gran número de bajas entre los cazadores
habría "incrementado las presiones de selección sexual de las mujeres
europeas primitivas, siendo una de sus posibles consecuencias un inusual
conjunto de rasgos de color", en África, la cuna del homo sapiens, la
alimentación no dependía tanto de la caza y las mujeres podían recoger fruta,
por lo que las mutaciones capaces de producir colores claros no se vieron
favorecidas.
La tesis también estaría
respaldada por el hecho de que los rasgos exóticos e inusuales suelen jugar un
papel determinante en la selección sexual, y el cabello rubio ha sido asociado
en algunas investigaciones a un mayor nivel de estrógenos u hormonas femeninas.
Así, el color habría servido a los hombres de las cavernas como indicador de la
fertilidad de ellas.
En todo caso, la teoría de
la selección sexual de los genes rubios siempre podría acogerse al viejo tópico
que tituló una película de Marylin, Los caballeros las prefieren rubias. Según
una reciente encuesta de L'Oréal, el 67% de los hombres y el 73% de las mujeres
creen que las rubias son «más sexys». Aquí, con sólo un 8% de rubias naturales,
se usan más tintes que en ningún otro país de Europa, y los tonos claros son
los más elegidos.
Los políticos también han
descubierto, en la fascinación por el rubio, un modo de obtener rédito
electoral. Se dice que Margaret Thatcher, primera ministra británica de 1979 a
1990, se teñía de rubio cuando quería suavizar su imagen y volvía al moreno
cuando quería endurecerla.
Pero no es oro todo lo que
reluce. Según una investigación de 2001 del Sindicato de Trabajadores
Comerciales de Reikiavik, en Islandia, las personas rubias cobran, como media,
un 10% menos que el resto, y su salario medio queda por detrás del de morenos,
castaños, pelirrojos y canosos. También sobre las rubias recae el sambenito de
que «son tontas». Según algunas investigaciones, las rubias son, de media, más
lentas en las pruebas de inteligencia sólo cuando se les obliga a leer antes
comentarios de este tipo. Es decir, el dicho es falso pero puede afectar
negativamente a algunas personas.
En todo caso, el problema
podría tener los días contados: una investigación de la Organización Mundial de
la Salud establece que es posible que los genes del cabello rubio desaparezcan
en dos siglos. Si es así, aún les quedaría un buen consuelo, tinte aparte, a
nuestras futuras descendientes: según la citada encuesta, y a pesar de que las
rubias arrasan, en el apartado «más sexys», un 51% de los hombres confiesa
preferir a las de cabellos oscuros.
Lo decía Marilyn, «las
prefieren rubias, pero se casan con las morenas».
Bueno, pues aquí estamos
otra vez dando cuenta de mis venturas y desventuras, completamente abandonada
mi cadencia de los miércoles, la vida, esa desconsiderada, que últimamente se
ha entretenido en volver a desconcertarme y me ha puesto delante un camino inesperado,
no tengo horario ni concierto y me resulta muy difícil encontrar el sosiego y
el tiempo que requiere este asunto de mi galería. Pero como el calor y el
afecto me son tan preciosos, de tan extraños, y aquí los encuentro con largueza
no me queda otra que procurarme un break y dedicarme a ello.
Esta querencia mía por el
cambio de tercio no es una novedad ni un producto de la rebelión lógica a la
que me empuja mi próximo cuarentayocho cumpleaños, nada que ver, desde que soy
capaz de recordarme he tenido una casi irracional inclinación a reinventarme, a
no dejarme envenenar por el tedio, a desalojar la comodidad de saberme seguro y
a aventurarme en terrenos sin explorar, no tanto en cuanto al terreno
sentimental porque en contra de lo que parecería me he pasado las tres cuartas
partes de mi vida emparejado, sino más bien en lo referente a mi trabajo y a mi
imagen, he intentado, e intento, hacer todo aquello que mi cabeza máquina, sin
pararme demasiado a calcular cuáles serán las consecuencias de abandonar lo que
tengo para perseguir lo que sueño, como es natural este nomadismo me ha
ocasionado grandes trastornos y al mismo tiempo me ha proporcionado enormes
satisfacciones, el refrán ese de "más vale malo conocido que bueno por
conocer" no me es aplicable, no me es posible resignarme a adivinar en que
se va a resolver mañana, y muchísimo menos pasado mañana o el año que viene.
Como tampoco me
acostumbro, aunque esto ha remitido bastante, seguramente por la edad, a
ofrecer una imagen que me identifique a las primeras de cambio, así que nunca
me he adscrito a ninguna tendencia concreta a la hora de elegir mi guardarropa,
he jugado con el pop, el punk, el clásico y el glam a partes iguales, he
llevado y llevo con la misma frecuencia una chupa Perfecto o una buena
corbata. Y con parecido criterio he jugado con mi pelo, lo he llevado
larguísimo por los hombros y al cero, con flequillos post-románticos y con
puntas desquiciadas, pegado con fijador como mi padre, y hasta con una trenza
como el indio Jerónimo, lo he dejado en manos de estilistas de lo más
diferente: Ruper, Tono Sanmartín, Cheska, Rechal's, y Lola que es una peluquera
magnífica que tiene un salón en mi barrio, en Alicante. Pero lo que no he hecho
nunca ha sido cambiar su color, le he tenido una aversión insalvable al hecho
de teñirme el pelo, esto ha sido así siempre menos en una ocasión, la que ahora
cuento, en la que no sé muy bien por qué razón se me antojó aclararme el pelo.
Ya empezó con un mal
comienzo, el decolorante, una espantosa pasta azul que olía a infierno, me
quemaba una barbaridad, y tuvieron que retirarlo antes de tiempo, con lo que mi
antojado rubio platino se quedó en un discreto rubio ceniciento, por primera y
única vez en mi vida me vi el pelo de otro color al verme en el espejo.
Tenía veinticuatro años así
que difícilmente nada me haría parecer feo, pero no le gustó a nadie, mi padre
puso el grito en el cielo, mi madre y la Tita me miraron con desconsuelo, mis
amigas protestaron y la Pepa quería que el mismo día volviese a la
peluquería y solucionase el entuerto.
- Es que pareces un alemán
de Benidorm, estás blando, te has quitado la mitad del encanto.
- No eres tu exagerada ni
nada, cuando se acabe el veranito me lo pongo otra vez de mi color y santas
pascuas.
- Haz lo que te dé la gana,
pero pareces un actor de serie B, además, con esas cejas.
- Ya te acostumbrarás, a
mí me hace gracia, y tampoco es lo que yo quería, me hubiera gustado un rubio
blanco, que diera un rollo irreal y artificial, seguro que viene, y por la
noche me gusta mucho el efecto.
- Pues menos mal, porque
yo más claro te vería marciano.
Así que sin hacer caso a
mi amigo del alma, ni a nadie, estaba yo tan contento, jugaba a despeinar el
flequillo de mil maneras y estaba ansioso por probar sus efectos.
Por la noche unos
pantalones imposibles de Marithé & François que eran como unos leggins con
cremalleras estratégicamente colocadas, un pull de Nieto y unas botas de
mecánico de la RENFE, salgo a la calle y la gente me mira, perfecto, no creo
que sea precisamente por mi color de pelo, recojo a la pepa - pareces el novio
de Grace Jones, en Ibiza tira que va, pero aquí en el poble es un poco gaypower - el erre que erre, que anda que no era
obstinado la jodía - Pues mejor, así hago pared - y después de unos holaquetal
y unas risas nos vamos a la disco, Rosé se llamaba, un local esquizoide a medio
camino entre una discoteca de pueblo y un cabaret, que era el único sitio
divertido de entonces. A reventar, las malas mascullando, a lo suyo, hordas de
jovencitos y menos niños bebiendo y bailando en la pista, con ese llenazo que
obliga a tocarse a las personas, logramos alcanzar la barra, nos pertrechamos
de nuestras copas, y al más genuino estilo Tony Manero nos dirigimos a la
pista. En aquellos 80 la gente bailábamos con otra desinhibición, con todo el
cuerpo, y una especie de instinto dancing nos contenía, de modo y manera que
nuestras cabriolas no acababan estampándonos contra el vecino, manteniendo con
impecable maestría el equilibrio de la copa, no era cosa de tirarla con lo impracticable
que se ponía la barra.
Y entre todos los que se
descoyuntaban al ritmo de Alaska o de los INX estaba ella, bajo una bola de
espejos, sabiéndose única, vestida de blanco, si es que a esos shorts y esa
mini camiseta se les podía llamar vestido, con unas piernas de concurso y como
no, rubia, rubia platino, perecía danesa o de Finlandia, tan alta y tan pálida.
Una vez ojeada la presa, paso al acecho, que si unas miradas, que si una
sonrisa, me aproximo, lo justo, veo como me mira, observo que ha apurado su
copa, y desafiando a la multitud me sumerjo en la cola de la barra, la ocasión
la pintan calva.
Llego triunfante con una
copa en cada mano, le ofrezco la suya, me mira con sorpresa, falsa pero
elaborada, sonríe, la acepta, le da un sorbo. - Mirá que amable, vasha onda, ¿cómo
sabés que nesesitaba tomar?, do you speak in spanish? - resulta que la danesa
de finlandia era más argentina que la mísmisima Evita, me descolocó, cuando
después de un instante me repuse fui capaz de articular - Eu, sí, claro, claro,
soy español, de aquí, de Alicante - Ella me mira como no acabándoselo de creer
- Pues tenés una pinta bárbara, parecés inglés, así tan cool - Funciona, la
excursión a la masa barra ha dado sus frutos y la rubia platino y yo seguimos
acaparando la pista de baile, cuando acaba la noche ya hemos intimado lo
suficiente para que no me pregunte siquiera lo que voy a hacer cuando me subo
en su coche, un coche impresionante por cierto, aunque la verdad es que no
entiendo nada de esos trastos, pero era un descapotable nada hortera con un
equipo de música fabuloso, vamos hasta Torrevieja, ella atenta a la carretera,
simpática, las dos orejas y... el rabo. Llegamos donde íbamos, un chaletito
coqueto no demasiado kitch, por dentro con bastante buen gusto, pocos muebles,
colores claros, y dos chicas y un chico, sentados en unos sofás, a las cuatro
de la madrugada, me los presenta, todos argentinos, y curiosamente todos
rubios, una copa de cortesía y subimos a la habitación. Prueba superada, una
sibarita de la pasión, sabe sacar de mí lo mejor y lo peor, hasta que agotado
me dejo vencer por el sueño. Despierto, la ventana deja pasar un aviso del sol
brutal que debe hacer fuera, ella no está, me quedo un rato solazándome en su
olor, en el recuerdo de la faena bien acabada; entra sonriente, como si
fuéramos viejos amantes, sin asomo de ese pudor absurdo que a veces aparece por
la mañana, que si nos vamos a comer a la playa, - pues es que Eugenia, así se
llamaba, ya ves cómo voy, no voy a ir a la playa de licras de discoteca -, -
tenés razón, esperá - , y vuelve con unas bermudas de lino, una camisa sin
cuello y unas chanclas, perfecto, todo me queda como un guante, y tiene estilo,
por lo que parece mi rubia no tiene ningún problema económico. Un buen
restaurante en la playa, me regala unas gafas de Cartier, sus amigos presentes
pero sin interferir, nos vamos sumergiendo en un cálido romance, regresamos,
pasado el fin de semana, a Alicante. La Pepa no puede estar más antipático, se
pone borde, que si seguro que tiene un padre psicoanalista, que si ser burgués
para un suramericano es inmoral... Ella educada, y aparentemente sin esfuerzo
se reafirma en ser amable y lo trata con cortesía respondiendo a sus venablos
con cierta guasa.
Así, entre idas y venidas
a Torrevieja, entre rounds en la cama y regalos va pasando el verano del 84,
solo hay una cosa que no acabo de comprender, todos sus amigos son argentinos y
rubios y me tiene intrigadísimo en qué coño trabaja, en el alambre no es
probable porque no tiene horario, muchas mañanas, así como a media mañana, me
deja unas horas porque tiene trabajo, - dos o tres no más -, y no acabo de
entender en qué consiste, desde luego está bien remunerado, sin embargo algo me
impide preguntar, probablemente por si acaso.
Estamos en el coche,
frente al puerto, parados en un semáforo, un coche de la policía para en el
otro carril, a nuestro lado, yo como siempre estoy hablando - Callá - me dice,
en un tono imperativo, la miro y veo una rigidez tensísima en su cara, se me
encienden las alertas, se abre el semáforo, ella se relaja.
Después de aquello me
empiezo a fijar más en algunos detalles, en la amabilidad con que sus amigos me
tratan que contrasta con la discreción con que mantienen sus conversaciones
siempre aparte, es como si se llevaran algo entre manos todo el rato, aunque no
se deslizan ni un gramo, y todos tan rubios. Una tarde, ese día fue por la
tarde, me dice - esperáme un ratito y sha vengo, treinta minutos, tengo que
hacer una cosita de trabajo y en media hora estoy aquí - , estoy en su casa, de
acuerdo, aburrido comienzo a mirar por aquí y por allá, sin demasiado método, y
por casualidad, debajo de unas carpetas hay una especie de caja, roja, de
Chanel, la abro y me encuentro un montón de pasaportes, como cuarenta o
cincuenta, los miro, los hay alemanes, ingleses, suecos, daneses... Y en todos
ellos está su foto. De repente me entra el pánico, dejo todo como estaba y
empiezo a pensar que me he liado con Mata Hari, o con una alien de alguna raza
intergaláctica de marcianos rubios con acento argentino. No sé muy bien que
creer, de lo que sí estoy seguro es de que es todo demasiado extraño, que la
gente no colecciona identidades, que tengo que preguntarle, con tacto, en qué
demonios consiste su trabajo.
Ella vuelve radiante, como
siempre, sin sospechar mi hallazgo, seguro que no ha estado en ningún tiroteo,
no encuentro el hueco para pedirle que me desvele el misterio, pero cada vez
estoy más incómodo, conforme va pasando el día la situación se agrava, le pido
que me lleve a Alicante, con una excusa, que si tengo que entrevistarme con un
fulano por una fiesta el sábado, cosas de mi trabajo, ella como si supiese por dónde
van los tiros se interesa por primera vez desde que nos conocemos, que si
cuantas fiestas hago, que si cuánto dinero puedo sacarles, que si me dan mucho
trabajo. Y me da pie para interesarme por el suyo, así en el coche descapotable
y estupendo, con el estéreo a todo trapo me cuenta, que son una empresa, así me
lo cuenta, de argentinos, y funcionan cobrando post check y travel check
robados, que no tiene riesgo, por eso son todos rubios, y que en un día gana lo
mismo que yo en un mes, que me lo plantee, que con mi rubio, mi altura y mi
inglés soy perfecto, que lo ha hablado con sus colegas y están de acuerdo.
Se me cae el alma a los
pies, ya me veo en los titulares, "La policía detiene una banda de
estafadores argentina que operaba en la costa blanca con un cómplice de
Alicante" Todos los coches ya me parecían de la policía, me quedo
aturdido, le doy largas y a la llegada me despido sin un beso, con un luego te
llamo más falso que un duro verde. Corro a casa de la Pepa y se lo cuento, se
parte de risa, - Ya te lo decía yo, que tanto glam de l'óreal era sospechoso,
hale, te quedas en casa hasta el lunes, y el lunes tempranito, a primera hora
te vas a Lola que te ponga el pelo como dios manda - Y hasta hoy.
Releo el post antes de
darle a publicar y no puedo evitar recordar una frase de Jennifer López al ser
detenida junto a Puff Daddy:
"No he cometido
ningún delito. Lo que hice fue no
cumplir con la ley."
cumplir con la ley."
Espero que ninguna de
vosotras sea rubia, y si lo es que disculpe mi sentido del humor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario