sábado, 1 de noviembre de 2014

XX - Gastón o de canículas y mordazas


No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube...
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo, en la noche
y en la sangre...
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto, una gota siquiera de mi llanto.
En la gran luna de este espejo sin límites, donde me miren y se reconozcan los que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
y la luz con el dolor de tus ojos.

Tus ojos son la fuente del llanto y de la luz.


León Felipe - No he venido a cantar


Los días de las canículas (o de la canícula) son la temporada del año en que es más fuerte el calor.
Coincide con el solsticio de verano, el 21 de junio. En esta fecha precisamente, el sol a mediodía está a la máxima altura sobre el horizonte y hace más calor. O sea que es cuando empieza el tiempo de mayor calor, cuando empieza la canícula, el tiempo de "perros".

Esta expresión canícula, derivada de canes / perros, y su alusión al fenómeno del calor abrasador, tiene un fundamento astronómico: alude a la constelación Can Mayor / Canícula y su estrella Sirio “La Abrasadora”, que cuando surgía en determinado momento del año, hace miles de años, coincidía con el fenómeno del calor que abrasa.

El día de la canícula es el día de mi santo y el día de la plantá de las hogueras de Alicante, ahora que han pasado milenios, y el eje de la tierra se ha desplazado, Sirio aparece en Septiembre, pero ya se le quedó el nombre. Aquel día de mi santo, de mis veinte años, en Alicante el calor era insoportable, y el clima de mi casa no lo era menos. Los caballos que galopaban en mis sienes se habían desbocado, y una especie de urgencia inaplazable me obligó, con todo el calor a echarme a la calle.

Vivía en el extremo superior de una avenida larguísima que se remontaba en una cuesta interminable, por algo a mi barrio le llamaban el alto de los ángeles. El calor de mi tierra, cuando se pone, es inhumano, y aquel día era especialmente exagerado, como un mazazo de sol que me hacía hervir aún más la sangre: el asfalto se deshacía, la luz obscena de tan blanca se solazaba en cegar más todavía mi enloquecido ánimo, y una especie de ardiente furia me obligaba, pese a ello, a acelerar el paso.

Crucé todo el centro a trote desesperado, en las plazas montaban las hogueras, el ambiente de fiesta lo vestía todo de gala, pero para mí en ese momento, era como si la ciudad me diera una bofetada, la música de las bandas se me antojaba insoportable, el ruido de los petardos me horadaba la paciencia, la gente me hastiaba, hasta la playa que siempre me consolaba, atestada de bañistas se me antojó insufrible, y bajo aquel calor implacable, seguí caminando y caminando hasta que la ciudad se desdibujó a mi espalda.

Llegué, al borde de la insolación, a una cala de rocas planas, como planchas, ahí no se escuchaba la fiesta, que ese año precisamente tanto me exasperaba, estaba a salvo de la alegría. Por fin reconocí mi mar, de cien azules, y pude empezar a templar mi alma. Me quité la ropa, completamente desnudo me tumbé sobre una losa de piedra blanca, donde hasta el verdín se había calcinado en una especie de terciopelo ajado, estaba aturdido por el tantísimo calor y la caminata, una suerte de somnolencia suicida me fue invadiendo. En mi cabeza se sucedían imágenes de desiertos mortales con sus cactus y sus calaveras de vaca, tenía la boca seca como un papel de estraza, y mientras me adormecía el mar me arrullaba.

Afortunadamente alguien me sacó de mi sueño abrasador tocándome suavemente en la espalda, me incorporé asustado de mi propia inconsciencia, sabía de lo peligroso del sol a esas horas en que se acababa la mañana, un anciano completamente vestido, con su bastón y su perro, de pie, mientras sonreía con bondad, me miraba, lo corriente habría sido que el anciano pretendiese albergar en mi cuerpo desnudo alguna esperanza, y sin embargo, por la forma de mirarme me dí cuenta de que no había nada ofensivo en su gesto.

- Te vas a quemar, con este sol y sin echarte nada te vas a poner como un cangrejo, chico.
- No llevo nada, ni siquiera he traído una toalla.
- Ya he visto, te vi llegar, tengo un bronceador muy bueno, ¿quieres?
- Muchas gracias.

El anciano, con parsimonia, desplegó una toalla enorme, sacó un frasco de bronceador, y con mucha delicadeza, llenó la palma de la mano, y se puso a untarme el cuello y la espalda. En otras circunstancias habría pensado que era un pretexto, y sin embargo había algo en él que lo eximía de cualquier perspicacia por mi parte. Una vez la loción hubo refrescado mi cuerpo sacó una botella de agua helada, me sugirió que bebiera despacio, la tranquilidad que me contagió aplaco también la sed de mi alma.

- Estás enfadado con el mundo
- No lo sabe usted bien
- No me hables de usted, por favor, ya se que soy un viejo, pero háblame de tú, que te acabo de dar un masaje en la espalda.

Y charlamos durante mucho rato, de vez en cuando me acariciaba, pero no había nada en ello que me molestara, eran caricias blancas, hablamos de los peligros del sol, y le conté de mi estampida, de cómo había caminado a galope, bajo el sol brutal, hasta la cala. Me contó de lo revelador de la luz, de la furia, y de cómo el tiempo la aplaca, poco a poco nos fuimos abriendo el uno al otro como en un libro, sin prisas, página a página, y los más de cincuenta años que nos abismaban se fueron diluyendo como se diluye a acuarela de un pincel en el agua. El mediodía se acababa.
- Vamos a comer algo.
- No llevo ni dinero ni nada
- No te hace falta, estamos entre poetas, no te hace falta.
- Yo no soy poeta.
- Claro que lo eres. - se le iluminó la mirada - Te voy a contar una historia: Había en mi casa una chica que venía a limpiar un poco, a hacerme la plancha y la colada, un día como hoy, con un sol como este, yo estaba en la terraza mirando cómo le daba la luz a las sábanas que ella había tendido, tan blancas, llevaría un buen rato en esas cuando la chica, asustada me dijo - Don Gastón va a agarrar una insolación, ¿Que hace ahí tanto rato, con toda la solanera, en la terraza?- Le expliqué que estaba viendo como le daba la luz a las sábanas y la mujer, toda cargada de razón me contestó - Hay que ver como son ustedes los poetas, si es bonito lo que ven les da igual que les queme las pestañas.
Anda vamos a comer.
Gastón nació en 1902 fue pintor y mosaista, autor de una obra sólida y amable que reconstruyó el folklore, las fiestas y los tipos populares, como escultor del fuego introdujo un decorativismo estilizado que conformaría el estilo alicantino vigente en las hogueras hasta los años cincuenta. Fue un chicazo fornido que se dedicó a pintar tal como él era, yo mismo tuve el placer de servirle como modelo en alguna ocasión. Estudió en Madrid, recordaba con deleite sus primeros estudios con modelos al natural en el círculo de Bellas Artes, luego marchó a París, un poco por la aventura y otro poco por escapar de un amor escandaloso, me contaba de Montmartre y del Quartier Latín, de un París que el dibujaba como atractivo por fuera y profundamente triste por dentro.

En 1928 le llegó la noticia del nacimiento en Alicante de las hogueras de San Juan, Gastón no lo duda un momento y acudió al alumbramiento, convencido de su capacidad para diseñar los nuevos monumentos de cartón. No fue tan fácil, pues su desconocimiento de la técnica era total. El secreto le fue revelado. Y surgieron escultóricamente personajes que irían sentados en el tranvía de Parada y Fonda (Benalua 1928). El resonante éxito de esta hoguera la hizo acreedora del primer premio de las hogueras de San Juan. Dotada con 100 pesetas en plata de la época. En los primeros años de las hogueras eran muy simples, Gastón las llamaba Naifs. Eran pequeños entarimados que introducían temas de la vida diaria de la gente humilde. Con el dinero que esto le fue dando pudo alternar su vida con unos meses en París y otros tantos en Alicante construyendo fogueres, pronto se situó a la cabeza de los artistas foguerers. Desarrolló una serie de innovaciones técnicas, al sustituir la cera e introducir el cartón modelado. Además abandona los vestidos de tela y en su lugar desarrolla los de papel y cartón, y otra innovación que como las anteriores revolucionaría no solo los distritos fogueriles sino también a los falleros valencianos: apeará a las hogueras del tradicional tablado sobre el que estaban ubicadas, a partir de ese momento al no existir límite ni de espacio ni de peso la hoguera pudo desarrollarse y extenderse. Las hogueras realizadas por Gastón en el periodo comprendido entre 1932 y 1936 significaron el afianzamiento de un modo de concebir el arte.

Llego la guerra Civil, los años de hambre, barbarie y calamidades; Gastón estaba afiliado al sindicato de pintores de la U.G.T. se dedicaba a pintar puertas y ventanas, luego retratos de gran tamaño de políticos que servían para los mítines. Agobiado por la situación marcha a Albacete, donde consigue un contrato en un circo actuando con el payaso Popy. Termina la guerra y regresa Alicante donde es encarcelado por su puesto de dibujante subversivo. Le condenan a 6 años y un día de los que cumplió año y medio, tiempo que aprovecho para plasmar cuanto se le presentaba a la vista. Por falta de espacio no le era posible pintar al óleo. De esta circunstancia brotó su dedicación a la acuarela, técnica que llegó a dominar gracias a la práctica diaria. A finales de 1940 le concedieron la libertad.

Luego, intentando difuminar tanto horror, vivió en Marruecos, en Suiza, viajó a Suecia y Europa central y hasta México de donde vino su afición a los mosaicos monumentales y los murales al fresco.

No estaba demasiado orgulloso de su obra pública, para instituciones oficiales y edificios públicos, esas colosales pinturas murales y los enormes mosaicos, fue víctima en numerosas ocasiones del chantaje y la censura, de ahí le quedó un poso de amargura que el intentaba afrentar con resignación.
Posiblemente, nunca en el arte de las hogueras una obra tan concreta, haya tenido tanta influencia en su nacimiento y desarrollo como el conjunto de monumentos creados por Gastón.

Gastón, además, era un señor, y un amigo, con el tiempo, y pese a la maledicencia y el resquemor de los mal pensantes nos hicimos familia, era mi maestro, lo sigue siendo, pese a su edad nos divertimos muchísimo el tiempo que le quedó, la Pepa le llamaba WalWitman, con su inglés macarrónico, y es una de las personas más tolerantes que jamás he conocido, recuerdo una de las últimas veces que salimos juntos, fuimos a ver "terremoto", una película de catástrofes que tenía sonido sensurrun, temblaban los asientos, de verdad, cuando el terremoto devastador aparecía en escena, él disfrutó como un niño chico.

A la salida de cine le dijimos que nos encantaba que hubiera disfrutado tanto, él tan amable, mientras tomábamos algo en un pub de ambiente en el que los chicos se mostraban afecto con naturalidad me dijo.

- Es que no ves que alegría, ¿cómo no va a temblar la tierra? Bendita sea
- Es que tengo que querer, mira que ya es un punto habernos conocido por un bronceador.
- De eso nada, Lou, el bronceador no era un pretexto, te estabas achicharrando, pero es que te vi tan rabioso... y yo no podía consentir que esa boca tuya la ocultara una mordaza.

Es el piropo más bonito que me han dicho nunca.
Murió en 1986, un día antes de morir pintó su última obra, la tituló "La esperanza".


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