No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para que me
canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube...
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo, en la noche
y en la sangre...
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto, una gota siquiera de mi
llanto.
En la gran luna de este espejo sin límites, donde me miren y se reconozcan los
que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
y la luz con el dolor de tus ojos.
Tus ojos son la fuente del llanto y de la luz.
León Felipe - No he venido a cantar
Los días de las canículas
(o de la canícula) son la temporada del año en que es más fuerte el calor.
Coincide con el solsticio de verano, el 21 de junio. En esta fecha precisamente, el sol a mediodía está a la máxima altura sobre el horizonte y hace más calor. O sea que es cuando empieza el tiempo de mayor calor, cuando empieza la canícula, el tiempo de "perros".
Coincide con el solsticio de verano, el 21 de junio. En esta fecha precisamente, el sol a mediodía está a la máxima altura sobre el horizonte y hace más calor. O sea que es cuando empieza el tiempo de mayor calor, cuando empieza la canícula, el tiempo de "perros".
Esta expresión canícula, derivada de canes / perros, y su alusión al fenómeno del calor abrasador, tiene un fundamento astronómico: alude a la constelación Can Mayor / Canícula y su estrella Sirio “La Abrasadora”, que cuando surgía en determinado momento del año, hace miles de años, coincidía con el fenómeno del calor que abrasa.
El día de la canícula es
el día de mi santo y el día de la plantá de las hogueras de Alicante,
ahora que han pasado milenios, y el eje de la tierra se ha desplazado, Sirio
aparece en Septiembre, pero ya se le quedó el nombre. Aquel día de mi santo, de
mis veinte años, en Alicante el calor era insoportable, y el clima de mi casa
no lo era menos. Los caballos que galopaban en mis sienes se habían desbocado,
y una especie de urgencia inaplazable me obligó, con todo el calor a echarme a
la calle.
Vivía en el extremo
superior de una avenida larguísima que se remontaba en una cuesta interminable,
por algo a mi barrio le llamaban el alto de los ángeles. El calor de mi tierra,
cuando se pone, es inhumano, y aquel día era especialmente exagerado, como un
mazazo de sol que me hacía hervir aún más la sangre: el asfalto se deshacía, la
luz obscena de tan blanca se solazaba en cegar más todavía mi enloquecido
ánimo, y una especie de ardiente furia me obligaba, pese a ello, a acelerar el
paso.
Crucé todo el centro a
trote desesperado, en las plazas montaban las hogueras, el ambiente de fiesta
lo vestía todo de gala, pero para mí en ese momento, era como si la ciudad me
diera una bofetada, la música de las bandas se me antojaba insoportable, el
ruido de los petardos me horadaba la paciencia, la gente me hastiaba, hasta la
playa que siempre me consolaba, atestada de bañistas se me antojó insufrible, y
bajo aquel calor implacable, seguí caminando y caminando hasta que la ciudad se
desdibujó a mi espalda.
Llegué, al borde de la
insolación, a una cala de rocas planas, como planchas, ahí no se escuchaba la
fiesta, que ese año precisamente tanto me exasperaba, estaba a salvo de la
alegría. Por fin reconocí mi mar, de cien azules, y pude empezar a templar mi
alma. Me quité la ropa, completamente desnudo me tumbé sobre una losa de piedra
blanca, donde hasta el verdín se había calcinado en una especie de terciopelo
ajado, estaba aturdido por el tantísimo calor y la caminata, una suerte de
somnolencia suicida me fue invadiendo. En mi cabeza se sucedían imágenes de desiertos
mortales con sus cactus y sus calaveras de vaca, tenía la boca seca como un
papel de estraza, y mientras me adormecía el mar me arrullaba.
Afortunadamente alguien me
sacó de mi sueño abrasador tocándome suavemente en la espalda, me incorporé asustado
de mi propia inconsciencia, sabía de lo peligroso del sol a esas horas en que
se acababa la mañana, un anciano completamente vestido, con su bastón y su
perro, de pie, mientras sonreía con bondad, me miraba, lo corriente habría sido
que el anciano pretendiese albergar en mi cuerpo desnudo alguna esperanza, y
sin embargo, por la forma de mirarme me dí cuenta de que no había nada ofensivo
en su gesto.
- Te vas a quemar, con
este sol y sin echarte nada te vas a poner como un cangrejo, chico.
- No llevo nada, ni
siquiera he traído una toalla.
- Ya he visto, te vi
llegar, tengo un bronceador muy bueno, ¿quieres?
- Muchas gracias.
El anciano, con
parsimonia, desplegó una toalla enorme, sacó un frasco de bronceador, y con
mucha delicadeza, llenó la palma de la mano, y se puso a untarme el cuello y la
espalda. En otras circunstancias habría pensado que era un pretexto, y sin
embargo había algo en él que lo eximía de cualquier perspicacia por mi parte.
Una vez la loción hubo refrescado mi cuerpo sacó una botella de agua helada, me
sugirió que bebiera despacio, la tranquilidad que me contagió aplaco también la
sed de mi alma.
- Estás enfadado con el
mundo
- No lo sabe usted bien
- No me hables de usted,
por favor, ya se que soy un viejo, pero háblame de tú, que te acabo de dar un
masaje en la espalda.
Y charlamos durante mucho
rato, de vez en cuando me acariciaba, pero no había nada en ello que me
molestara, eran caricias blancas, hablamos de los peligros del sol, y le conté
de mi estampida, de cómo había caminado a galope, bajo el sol brutal, hasta la
cala. Me contó de lo revelador de la luz, de la furia, y de cómo el tiempo la
aplaca, poco a poco nos fuimos abriendo el uno al otro como en un libro, sin
prisas, página a página, y los más de cincuenta años que nos abismaban se
fueron diluyendo como se diluye a acuarela de un pincel en el agua. El mediodía
se acababa.
- Vamos a comer algo.
- No llevo ni dinero ni
nada
- No te hace falta,
estamos entre poetas, no te hace falta.
- Yo no soy poeta.
- Claro que lo eres. - se
le iluminó la mirada - Te voy a contar una historia: Había en mi casa una chica
que venía a limpiar un poco, a hacerme la plancha y la colada, un día como hoy,
con un sol como este, yo estaba en la terraza mirando cómo le daba la luz a las
sábanas que ella había tendido, tan blancas, llevaría un buen rato en esas
cuando la chica, asustada me dijo - Don Gastón va a agarrar una insolación,
¿Que hace ahí tanto rato, con toda la solanera, en la terraza?- Le expliqué que
estaba viendo como le daba la luz a las sábanas y la mujer, toda cargada de
razón me contestó - Hay que ver como son ustedes los poetas, si es bonito lo
que ven les da igual que les queme las pestañas.
Anda vamos a comer.
Gastón nació en 1902 fue
pintor y mosaista, autor de una obra sólida y amable que reconstruyó el
folklore, las fiestas y los tipos populares, como escultor del fuego introdujo
un decorativismo estilizado que conformaría el estilo alicantino vigente en las
hogueras hasta los años cincuenta. Fue un chicazo fornido que se dedicó a
pintar tal como él era, yo mismo tuve el placer de servirle como modelo en
alguna ocasión. Estudió en Madrid, recordaba con deleite sus primeros estudios
con modelos al natural en el círculo de Bellas Artes, luego marchó a París, un
poco por la aventura y otro poco por escapar de un amor escandaloso, me contaba
de Montmartre y del Quartier Latín, de un París que el dibujaba como atractivo
por fuera y profundamente triste por dentro.
En 1928 le llegó la
noticia del nacimiento en Alicante de las hogueras de San Juan, Gastón no lo
duda un momento y acudió al alumbramiento, convencido de su capacidad para
diseñar los nuevos monumentos de cartón. No fue tan fácil, pues su
desconocimiento de la técnica era total. El secreto le fue revelado. Y
surgieron escultóricamente personajes que irían sentados en el tranvía de
Parada y Fonda (Benalua 1928). El resonante éxito de esta hoguera la hizo
acreedora del primer premio de las hogueras de San Juan. Dotada con 100 pesetas
en plata de la época. En los primeros años de las hogueras eran muy simples,
Gastón las llamaba Naifs. Eran pequeños entarimados que introducían temas de la
vida diaria de la gente humilde. Con el dinero que esto le fue dando pudo
alternar su vida con unos meses en París y otros tantos en Alicante
construyendo fogueres, pronto se situó a la cabeza de los artistas foguerers.
Desarrolló una serie de innovaciones técnicas, al sustituir la cera e
introducir el cartón modelado. Además abandona los vestidos de tela y en su
lugar desarrolla los de papel y cartón, y otra innovación que como las
anteriores revolucionaría no solo los distritos fogueriles sino también a los
falleros valencianos: apeará a las hogueras del tradicional tablado sobre el
que estaban ubicadas, a partir de ese momento al no existir límite ni de
espacio ni de peso la hoguera pudo desarrollarse y extenderse. Las hogueras
realizadas por Gastón en el periodo comprendido entre 1932 y 1936 significaron
el afianzamiento de un modo de concebir el arte.
Llego la guerra Civil, los
años de hambre, barbarie y calamidades; Gastón estaba afiliado al sindicato de
pintores de la U.G.T. se dedicaba a pintar puertas y ventanas, luego retratos
de gran tamaño de políticos que servían para los mítines. Agobiado por la
situación marcha a Albacete, donde consigue un contrato en un circo actuando
con el payaso Popy. Termina la guerra y regresa Alicante donde es encarcelado
por su puesto de dibujante subversivo. Le condenan a 6 años y un día de los que
cumplió año y medio, tiempo que aprovecho para plasmar cuanto se le presentaba
a la vista. Por falta de espacio no le era posible pintar al óleo. De esta
circunstancia brotó su dedicación a la acuarela, técnica que llegó a dominar
gracias a la práctica diaria. A finales de 1940 le concedieron la libertad.
Luego, intentando
difuminar tanto horror, vivió en Marruecos, en Suiza, viajó a Suecia y Europa
central y hasta México de donde vino su afición a los mosaicos monumentales y
los murales al fresco.
No estaba demasiado
orgulloso de su obra pública, para instituciones oficiales y edificios
públicos, esas colosales pinturas murales y los enormes mosaicos, fue víctima
en numerosas ocasiones del chantaje y la censura, de ahí le quedó un poso de
amargura que el intentaba afrentar con resignación.
Posiblemente, nunca en el
arte de las hogueras una obra tan concreta, haya tenido tanta influencia en su
nacimiento y desarrollo como el conjunto de monumentos creados por Gastón.
Gastón, además, era un
señor, y un amigo, con el tiempo, y pese a la maledicencia y el resquemor de
los mal pensantes nos hicimos familia, era mi maestro, lo sigue siendo, pese a
su edad nos divertimos muchísimo el tiempo que le quedó, la Pepa le llamaba
WalWitman, con su inglés macarrónico, y es una de las personas más tolerantes
que jamás he conocido, recuerdo una de las últimas veces que salimos juntos,
fuimos a ver "terremoto", una película de catástrofes que tenía
sonido sensurrun, temblaban los asientos, de verdad, cuando el terremoto
devastador aparecía en escena, él disfrutó como un niño chico.
A la salida de cine le
dijimos que nos encantaba que hubiera disfrutado tanto, él tan amable, mientras
tomábamos algo en un pub de ambiente en el que los chicos se mostraban afecto
con naturalidad me dijo.
- Es que no ves que
alegría, ¿cómo no va a temblar la tierra? Bendita sea
- Es que tengo que querer,
mira que ya es un punto habernos conocido por un bronceador.
- De eso nada, Lou, el
bronceador no era un pretexto, te estabas achicharrando, pero es que te vi tan
rabioso... y yo no podía consentir que esa boca tuya la ocultara una mordaza.
Es el piropo más bonito
que me han dicho nunca.
Murió en 1986, un día
antes de morir pintó su última obra, la tituló "La esperanza".
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