sábado, 1 de noviembre de 2014

XVII - Enriquito o el silencio con corderos.


Todas las partes del cuerpo que pueden besarse, también pueden morderse, a excepción del labio superior, el interior de la boca y los ojos.
Hay distintas clases de mordiscos amorosos. El mordisco oculto se delata sólo por un ligero enrojecimiento de la piel.
El mordisco hinchado es el que provoca en la misma un ligero abultamiento.
El punto sin embargo es una pequeña marca mordida por dos dientes.
Cuando se marcan imperceptiblemente todos los dientes, se llama línea de puntos.
En el Coral y la Joya intervienen los labios, el Coral, y los dientes, la Joya, es un mordisco refinado y complejo cuyo secreto radica en equilibrar la presencia de los dos elementos.
Cuando el mordisco se da con todos los dientes se llama línea de joyas.
El mordisco formado por grandes marcas de dientes alternadas con zonas enrojecidas se llama mordisco de jabalí. Es la indicación típica de un amante muy apasionado.


Kama Sutra (versión libre).

Mi infancia tiene lugares que le son propios, y que después ya nunca volvieron a ser, espacios que en aquel momento se me antojaban únicos, donde la posibilidad de protagonizar una aventura era constante, sitios donde la disciplina y la apretadísima agenda de un niño aplicado se relajaban, de aquellos lugares el más inmenso en mi recuerdo es el pueblo de las vacaciones.
Era un pueblo pequeño y fronterizo que era de todos sitios y de ninguna parte, tenía a la misma distancia a la playa y a la mancha, estaba lleno de niños, y si eso no parece bastante la mitad de ellos, por lo menos, eran mis primos, cuando eres un niño raro es una ventaja, oye que es mi primo, y se disculpaba más tu rareza. No tenía nada que ver con el colegio, había niños de todas las edades y nos juntábamos porque nos daba la gana, principalmente comíamos y jugábamos, que es lo que suelen hacer los niños, pero había momentos en los que verdaderamente vivíamos auténticas aventuras.
Enriquito no hablaba nunca, no es que fuera mudo, conmigo hablaba un poco, pero los demás solo en ocasiones le podían oír decir sí, o no, o me voy, poco más. Se metía con entusiasmo en mis películas, hasta en las más arriesgadas, me defendía hasta la muerte y muy raramente disentía de mis propuestas. Nos perdíamos con los otros niños por las calles del pueblo y muchísimo más tiempo por el campo, en larguísimas excursiones, no nos peleábamos nunca, no recuerdo ninguna pelea con los primos del pueblo, disfrutábamos de los animales y las plantas, y el agua y el barro, hasta jugábamos con fuego, a hacer hogueras furtivas que veíamos arder con una discreta fascinación, como si fuésemos acólitos de una secreta cofradía de artífices del fuego.

En aquella casa inmensa, en la que siempre había toneladas de comida, en la que nunca faltaban dulces ni empanadas, ni ranas en la balsa, donde los perros entraban en casa y no mordían, y siempre había fuego en la chimenea en invierno y limpiaban la alberca en verano para bañarnos, y había caballos y alguna mula y cientos de ovejas, que eran como un poco tontas y bastante miedicas y olían mal y cagaban muchas bolitas negras, había también vacas, enormes y tranquilas, lecheras. Una vez trajeron un toro para cubrirlas, un toro marrón y enorme, tranquilo pero con brío, musculoso, con unos cojones enormes de color de rosa, brillante, lo recuerdo limpísimo, con una anilla, como un piercing colosal en la nariz, de agujero a agujero. Estaba allí con Enriquito y éramos dos vaqueros, ya teníamos 12 o 13 años, los reyes del condado, y del mambo. Por la tarde llegaron unos señores muy fuertes con D. Paco, el veterinario, el Chevrolés, el toro por lo visto era un Chevrolés, iba a montar a una vaca.
Mi tío hizo que Enriquito se llevara a las pequeñas, pero nosotros podíamos quedarnos, aquellos hombres con toda normalidad empezaron a poner cachondo al toro, lo toquetearon y lo dirigieron a la grupa de la vaca, de aquel animal enorme empezó a brotar una portentosa tranca, una cosa gigante y obscena que se antojó el colmo de la lujuria, aquello no entraba en la vaca, que francamente tampoco parecía muy interesada, por la anilla de su nariz pasaba una cuerda que aquellos hombres usaban para mantenerlo en su puesto, uno que parecía más experto guio con sus dos manos el descomunal vergajo, hasta que hubo culminado su cometido, aquello salió goteando, y tardó bastante en bajar de tamaño.

El espectáculo nos dejó estupefactos, con una excitación urgente, nos perdimos hasta la parte de detrás, los dos solos, como muchas otras veces, nos habíamos hecho muchas pajas allí, de todas las formas posibles: cada uno con la suya, cada uno con la del otro… pero nunca, ni se nos había ocurrido hacer otra cosa que no fuera eso, una paja. Comentamos lo del pollón del toro, nos tocamos un poco, y en un momento estábamos los dos con el pantalón por el tobillo, unos meneos, y no sé si sería por la excitación porno - taurina o porque ya empezaba a salirnos vello en nuestras partes, aquella tarde loca y animal, al aproximarme para coger su pene con mi mano, y acercar el mío a la suya, muy suavemente, con solo un punto de intención, le di un delicado mordisco en la nuca, entonces Enriquito, el corderito obediente, el rubito que nunca hablaba y que se había hecho tantas pajas conmigo me propinó, contra todo pronóstico, un directo al ojo derecho, y un empujón mientras gritó: Maricón.

Me quedé primero perplejo, la violencia física me paraliza siempre primero, me cuesta asumirla, después, como una erupción, me desbordó una furia terrible, yo era más grande y más fuerte, me abalancé sobre él, le di dos o tres cachetes, le tumbé boca abajo y le mordí en el culo con todas mis fuerzas, le marqué todos los dientes.

Nunca más me volvió a dirigir la palabra, tampoco hablaba mucho…

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