Todas las partes
del cuerpo que pueden besarse, también pueden morderse, a excepción del labio
superior, el interior de la boca y los ojos.
Hay distintas
clases de mordiscos amorosos. El mordisco oculto se delata sólo por un ligero enrojecimiento de la piel.
El mordisco
hinchado es el que provoca en
la misma un ligero abultamiento.
El punto sin embargo es una pequeña
marca mordida por dos dientes.
Cuando se marcan
imperceptiblemente todos los dientes, se llama línea de puntos.
En el Coral y la Joya intervienen los
labios, el Coral, y los dientes, la Joya, es un mordisco refinado y
complejo cuyo secreto radica en equilibrar la presencia de los dos elementos.
Cuando el
mordisco se da con todos los dientes se llama línea de joyas.
El mordisco
formado por grandes marcas de dientes alternadas con zonas enrojecidas se
llama mordisco de jabalí. Es la
indicación típica de un amante muy apasionado.
Kama Sutra (versión
libre).
Mi infancia tiene lugares
que le son propios, y que después ya nunca volvieron a ser, espacios que en
aquel momento se me antojaban únicos, donde la posibilidad de protagonizar una
aventura era constante, sitios donde la disciplina y la apretadísima agenda de
un niño aplicado se relajaban, de aquellos lugares el más inmenso en mi
recuerdo es el pueblo de las vacaciones.
Era un pueblo pequeño y
fronterizo que era de todos sitios y de ninguna parte, tenía a la misma
distancia a la playa y a la mancha, estaba lleno de niños, y si eso no
parece bastante la mitad de ellos, por lo menos, eran mis primos, cuando eres
un niño raro es una ventaja, oye que es mi primo, y se disculpaba más tu
rareza. No tenía nada que ver con el colegio, había niños de todas las edades y
nos juntábamos porque nos daba la gana, principalmente comíamos y jugábamos,
que es lo que suelen hacer los niños, pero había momentos en los que
verdaderamente vivíamos auténticas aventuras.
Enriquito no hablaba
nunca, no es que fuera mudo, conmigo hablaba un poco, pero los demás solo en
ocasiones le podían oír decir sí, o no, o me voy, poco más. Se metía con
entusiasmo en mis películas, hasta en las más arriesgadas, me defendía hasta la
muerte y muy raramente disentía de mis propuestas. Nos perdíamos con los
otros niños por las calles del pueblo y muchísimo más tiempo por el campo, en
larguísimas excursiones, no nos peleábamos nunca, no recuerdo ninguna pelea con
los primos del pueblo, disfrutábamos de los animales y las plantas, y el agua y
el barro, hasta jugábamos con fuego, a hacer hogueras furtivas que veíamos
arder con una discreta fascinación, como si fuésemos acólitos de una secreta
cofradía de artífices del fuego.
En aquella casa inmensa,
en la que siempre había toneladas de comida, en la que nunca faltaban dulces ni
empanadas, ni ranas en la balsa, donde los perros entraban en casa y no
mordían, y siempre había fuego en la chimenea en invierno y limpiaban la alberca
en verano para bañarnos, y había caballos y alguna mula y cientos de ovejas,
que eran como un poco tontas y bastante miedicas y olían mal y cagaban
muchas bolitas negras, había también vacas, enormes y tranquilas, lecheras. Una
vez trajeron un toro para cubrirlas, un toro marrón y enorme, tranquilo pero
con brío, musculoso, con unos cojones enormes de color de rosa, brillante, lo
recuerdo limpísimo, con una anilla, como un piercing colosal en la nariz, de
agujero a agujero. Estaba allí con Enriquito y éramos dos vaqueros, ya teníamos
12 o 13 años, los reyes del condado, y del mambo. Por la tarde llegaron unos
señores muy fuertes con D. Paco, el veterinario, el Chevrolés, el toro por lo
visto era un Chevrolés, iba a montar a una vaca.
Mi tío hizo que Enriquito
se llevara a las pequeñas, pero nosotros podíamos quedarnos, aquellos hombres
con toda normalidad empezaron a poner cachondo al toro, lo toquetearon y lo
dirigieron a la grupa de la vaca, de aquel animal enorme empezó a brotar una
portentosa tranca, una cosa gigante y obscena que se antojó el colmo de la
lujuria, aquello no entraba en la vaca, que francamente tampoco parecía muy
interesada, por la anilla de su nariz pasaba una cuerda que aquellos hombres
usaban para mantenerlo en su puesto, uno que parecía más experto guio con sus
dos manos el descomunal vergajo, hasta que hubo culminado su cometido, aquello
salió goteando, y tardó bastante en bajar de tamaño.
El espectáculo nos dejó
estupefactos, con una excitación urgente, nos perdimos hasta la parte de
detrás, los dos solos, como muchas otras veces, nos habíamos hecho muchas pajas
allí, de todas las formas posibles: cada uno con la suya, cada uno con la del
otro… pero nunca, ni se nos había ocurrido hacer otra cosa que no fuera
eso, una paja. Comentamos lo del pollón del toro, nos tocamos un poco, y
en un momento estábamos los dos con el pantalón por el tobillo, unos meneos, y
no sé si sería por la excitación porno - taurina o porque ya empezaba a
salirnos vello en nuestras partes, aquella tarde loca y animal, al aproximarme
para coger su pene con mi mano, y acercar el mío a la suya, muy suavemente, con
solo un punto de intención, le di un delicado mordisco en la nuca, entonces
Enriquito, el corderito obediente, el rubito que nunca hablaba y que se había
hecho tantas pajas conmigo me propinó, contra todo pronóstico, un directo al
ojo derecho, y un empujón mientras gritó: Maricón.
Me quedé primero perplejo,
la violencia física me paraliza siempre primero, me cuesta asumirla, después,
como una erupción, me desbordó una furia terrible, yo era más grande y más
fuerte, me abalancé sobre él, le di dos o tres cachetes, le tumbé boca abajo y
le mordí en el culo con todas mis fuerzas, le marqué todos los dientes.
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