La Coctelera murió, y con ella el espacio donde estaban publicados estos post, entradas me gusta más, los escribí desde 2007 a 2011.
Ahora aprovecho esta plataforma para volver a colgar tanta emoción, para reeditar este diario irrelevante.
Y como siempre sólo persigo que se dibuje una sonrisa en aquel que me lea.
Al final de cada uno hay un enlace de youtube, si lo pinchais antes de nada la música está pensada para acompañar al relato.
Prohíben besarse en
estación de tren de Inglaterra.
Los responsables de una
estación de ferrocarril situada en el norte de Inglaterra han decidido prohibir
los besos en sus instalaciones para evitar aglomeraciones de personas que se
despiden y facilitar el acceso de los viajeros.
La estación de Warrington
Bank Quay, en Cheshire, dispone de unas señales en el suelo en las zonas en que
se registraban mayores retrasos para advertir de la nueva prohibición.
En contrapartida, los
responsables de estas instalaciones establecieron una "Zona de besos"
cerca del aparcamiento para que los usuarios puedan despedirse allí con mayor
tranquilidad.
- Oiga, revisor, cuando el
tren se pare, ¿por qué lado me tengo que bajar?
La piel de no rozarla con la piel,
se va agrietando.
Los labios de no tocarlos con los labios,
se van secando.
Los ojos de no cruzarlos con los ojos,
se van cerrando.
El cuerpo de no sentirlo con el cuerpo,
se va olvidando.
El alma de no entregarla con el alma,
se va muriendo.
La piel - Bertolt Brecht
Hypnos representado con alas en las sienes
Hypnos (Ύπνος) era o es,
que esto de la mitología como todo lo divino tiene vocación de eternidad, el
dios del sueño. Padre de Morfeo, el dios de los sueños; hijo de Nix, la noche;
y hermano, vaya ironía clásica, de Tánatos (la muerte dulce), Moros (el
destino), Momo (el sarcasmo), y Ponos (la pena). Hypnos, como todos los dioses,
en ocasiones posee sin contemplaciones a algún mortal; y cosas del cielo, no
siempre bajo la más gloriosa de sus advocaciones.
A Joanna, estoy seguro, la
poseyó o la posee, en su forma más desidiosa, lo observo desde la distancia
desapasionada que me concede el tiempo que ha pasado desde que relato lo que
cuento, con cariño, porque es una mujer amable, de trato fácil, jamás discute,
casi todo el rato duerme, e incluso cuando está despierta se mantiene en una
especie de limbo somnoliento. Joanna está habitada por la pereza.
Es una mujer de un calibre
considerable, con cierto aspecto descuidado, se arregla, tiene un vestuario
enorme, se tiñe el pelo de rubio platino, se pinta las uñas... pero aunque uno
no se fije, ha de darse cuenta de que su ropa está por planchar, de que su pelo
despeinado tiene unas raíces de un dedo y de que sus uñas necesitan un repaso,
por ejemplo. Y es que todo le parece un esfuerzo inhumano, ¿cómo va ella a
estar todo el día planchando, o yendo a la peluquería, con lo lejos que queda,
o liada con la acetona?, ni hablar. Cuando hay una ocasión extraordinaria lleva
la ropa a que la planchen, si pasa cerca y tiene humor. Cocina una vez a la
semana, una olla enorme, de legumbres las más de las veces, y así va sacando
sin variar el menú porque, ¿cómo me voy a pasar media vida cocinando?, bueno,
tampoco he de exagerar, a veces, todo hay que decirlo, tiene los arrestos
suficientes para meter algo precocinado en el microondas y calentarlo, pero
sólo si hay visita o celebra algo, si no menudo esfuerzo.
La pereza es la falta de
estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e incluso para
realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la
voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores
(gracias Savater) y es su compañera inseparable. Y como no podía ser de otra manera
trabaja, es un decir, de funcionaria, es la encargada de un archivo y presume,
sin ningún complejo, de que hay días en que ha de catalogar nada más que cinco
documentos y le falta tiempo. Hay que comprenderla, es una barbaridad
levantarse cinco veces de la silla, eso si no hay imprevistos, y escribir cinco
etiquetas, y volver a levantarse e ir cinco veces al estante correspondiente,
buscar cinco veces el lugar correcto y colocarlas, inhumano.
Como no podía ser de otra
forma, ya hemos visto que el sueño es hermano del destino, Joanna
vive en Ibiza, en Sant Antoni de Portmany, por atinar, con Margalida y con
Johannes, y ha contagiado a ambos de su interminable bostezo. Hasta qué punto
llegará el dolce fare niente de esa casa que llamándose Ca Na
Gallura, todo el mundo le llamamos Ca Na Gandula. Es tan contagioso
el mal de sus vecinos que Margalida es la novia de Joana, que a su vez es la ex
mujer de Johannes, y éste sigue viviendo en esa casa, donde la tensión entre
los ex esposos puede cortarse con cuchillo, por pereza.
Llegados a este punto
tengo que referirme a la isla, mi relación con ella es la propia de los
enamorados que conjugan cariño con odio, sin que uno anule al otro. La
proximidad de los árboles suele ser un obstáculo para ver el conjunto del
bosque. Así, sucede que las visiones de conjunto sobre Eivissa han sido
promovidas desde fuera, hemos oído tantas veces: la isla mágica, la isla de los
hippies, la isla blanca... Estoy harto de leer esto en publicaciones alemanas o
inglesas, porque los que hemos vivido allí sabemos de sobra, y desde hace
tiempo, que las cosas ya no son cómo eran. Soy muy sensible a todo lo que se
refiere a la Pitiusa. Conocí a los primeros hippies, no sé si digo bien, conocí
Vara del Rey Ses Canyes cuajada de
payesas vestidas con su lazo en la trenza. Conocí cuando había animales en
aquella tierra que hoy es cemento y asfalto. También cené muchas veces en el
antiguo y autentico restaurante chino. Esperábamos en el restaurante Formentera
la llegada de las barcas con pescado...el bar Alhambra, el verdadero. Conocí
los comienzos de lo que pudo ser Ibiza y no fue.
Desde finales de los 70 a
finales de los 80 maldito el verano que no pasaba en la isla, si no recuerdo
mal, creo que sólo el de la mili y otro más falté a mi cita. Trabajaba montando
saraos, que era lo mío, las discotecas legendarias tenían la suficiente ilusión
para financiar mis montajes, y el suficiente dinero; unas veces más casual y
otras con un argumento más sólido, el público lo permitía, era lo que
esperaban, meterse en un sueño, así que lo mismo de ángel que de demonio, de
romano que de dr. Spook, cada fiesta era una película diferente.
Así conocí a Joanna,
necesitaba documentarme sobre el traje típico de las payesas, ese tan publicado
de las sayas superpuestas, el pañuelo y la trenza. Y ella fui quien me
proporcionó la información. Gracias a ella me enteré de que los trajes tienen
influencias de origen púnico y de Oriente Próximo. No llevan ningún botón,
ojal, cremallera, etc. todo va sujeto con alfileres. El volumen de la falda se
debe a que llevan hasta 12 enaguas....
Fantástico, así podía
reproducirlos en papel y darles color, cosas de los 80. Hice el trabajo, tenía
un equipo extraordinario, y como deferencia, por agradecerle el esfuerzo, le
hice un traje para ella, precioso, en tonos rojos y naranjas, como el sol desde
el Café del Mar de madrugada. Y cuando se lo llevamos, ella, muy amablemente,
sin levantarse del sofá, agradeció el detalle pero, cómo no, declinó el regalo
porque: "menudo curro ir toda la noche con eso puesto, y moverme hasta KU,
y tanta enagua, y bailar, y...quita, quita, muchas gracias de verdad, pero con
lo ricamente que estoy yo en mi casa".
La casa era una maravilla,
auténtica, con su pozo, su alberca, su porche y todo. Pero claro, el jardín
casi abandonado, la mesa con los platos sin quitar, y los tres, cada uno en un
sofá. Había, muy ad-hoc, media docena larga de gatos de todos los colores,
desperdigados por encima de cualquier sitio, dormitando. La estampa era la
misma imagen del tiempo detenido, aunque el olor que lo impregnaba todo, ese
olor penetrante a gato mal cuidado, rompía bastante cualquier sosiego, ellos o
estaban acostumbrados, o encargarse del tema les parecía espartano.
Bueno, pues pese a este
intento fallido de intimar, sin saber muy bien por qué, seguí frecuentando Ca
Na Gandula, cada verano, en alguna ocasión, cuando encontraba alguien dispuesto
a la excursión (yo no conduzco) me acercaba a la casa de la bella durmiente.
Ella, siempre amable, cada vez estaba más sola, las amistades requieren cierta
dedicación, como el jardín, y como el jardín las había descuidado. Era inútil
intentar quedar con ella para cualquier cosa, sólo si ibas a su casa o te
pasabas por el archivo tenías la oportunidad de verla. Como es de suponer los
pocos amigos que tenía fueron, poco a poco, difuminándola, cada vez estaban más
aislados en su interminable siesta.
Johannes, uno de mis
últimos veranos en Ibiza, estaba enfermo, tenía un cáncer en los huesos, no
hacía rehabilitación ni iba a quimioterapia ni a radioterapia ni nada, él decía
que porque era inútil, yo estoy convencido que por mismísima pereza.
Un viejo cuento narra cómo
un padre luchaba contra la pereza de su hijo pequeño que no quería nunca
madrugar. Un día llegó muy temprano por la mañana, lo despertó, el chico estaba
tapado en la cama, y le dijo: "Mira, por haberme levantado temprano he
encontrado esta cartera llena de dinero en el camino. El chico tapándose le
contestó "más madrugó el que la perdió". La pereza siempre encuentra
excusas.
Tenía crisis de dolor y
pude ver, no en vano el sueño también es hermano de la pena,
como Margalida y Joanna lidiaban a ver cuál de ellas levantaba el culo del sofá
para ir a por algo para calmarlo. No eran más que cinco minutos, tenían un dos caballos destartalado, la farmacia
estaba en el pueblo, pues nada, el pobre hombre llorando de dolor y las otras
dos mantas toreándose a ver cuál era la que se levantaba.
En fin, el pobre hombre
murió, y el siguiente verano, cuando fui a ver a Joanna, estaba sola, Margalida
se había marchado, no me contó la razón, quizá había despertado.
El último verano de
aquellos logré en una ocasión, con grandes dosis de insistencia, arrastrarla
hasta la playa. Cuarenta grados a la sombra, el sol caía sin piedad. Me pongo
bronceador, me baño de vez en cuando para refrescar el bochorno, y ella nada,
tumbada de lado, como una odalisca. A la hora de comer: "no, ve tu solo,
yo ya comeré, con lo a gustito que se está aquí, para una vez que vengo a la
playa hay que aprovechar".
.
Me entretengo en la
comida, unas copitas de Ricard, me encanta el Ricard en la playa, una paellita,
unas risas, unos que vienen, unos porritos, total está a 300 metros, si se
aburre ya vendrá.
Cuando llego a la
sombrilla, ella sigue de lado, del mismo lado, el sol ha girado la sombra.
- Joanna, nena, te habrás
quemado
- (ruidos no
transcribibles)
- Joanna que llevas tres
horas al sol, te habrás quemado.
- Creo que un poco, sí.
¿Un poco? Cuando se
levanta, después de dos o tres intentos, mi amiga es un auténtico mapa, una línea
perfectamente definida divide su cuerpo en dos, la mitad blanca, como la leche,
la otra mitad roja, completamente quemada, media cara, medio cuerpo, un brazo,
una pierna, es como uno de esos helados de corte de nata y fresa, la mitad de
cada color. Acabamos en el hospital, la enfermera, cuando me daba el parte de
la gravedad de las quemaduras, no podía evitar una sonrisa divertida.
Será porque el sueño es, ironías clásicas,
hermano del sarcasmo, claro que también es hermano de la muerte.
Étienne, Étienne
Oh ! Tiens-le bien
Baisers salés salis
Tombés le long du lit de l'inédit
Il aime à la folie
Au ralenti je soulève les interdits
Oh !
Étienne, Étienne
Oh ! tiens-le bien
Affolé affolant
Il glisse comme un gant
Pas de limite au goût de l'after beat
Reste allongé je vais te rallumer
Aïe
Étienne.
Étienne, Étienne, Étienne
Oh ! tiens-le bien
Alléché, mal léché
Accolés tout collés
Très alanguie, je me sens étourdie
Toute alourdie, mais
Un très grand appétit
Oh !
Étienne, Étienne, Étienne
Oh ! tiens-le bien
Délassé, délaissé, enlacé, élancé
Si je te mords et encore et encore
Quand dans le dos
Je souffle le mot :
Oh ! Étienne.
o es cierto que las hadas
no existan. Es difícil verlas, eso es lo que pasa. Y si queréis que os diga la
verdad, casi es mejor así, ya que las hadas suelen aparecer cuando los niños no
son felices. Por eso todos los cuentos de hadas son tristes, lo cual no quiere
decir que no nos guste escucharlos. Y este cuento también lo es.
Veréis, las hadas no son tan especiales como suele decirse. Viven en el bosque,
y se confunden con el viento, el agua y el rumor de las hojas, pero no son
demasiado complicadas. Hacen algo y se olvidan enseguida de ello. No hay nada
en su mundo comparable a los recuerdos. Por eso siempre andan alrededor de los
niños, y les gusta apropiarse de todo lo que pasa por sus pensamientos.
Especialmente cuando están tristes o melancólicos. Un niño alegre se parece a
los pájaros, a los conejos que saltan en la hierba, al agua que corre por los
torrentes, pero un niño triste no se parece a nadie ni a nada. Nada en el
mundo, ni el atardecer más hermoso, ni las auroras boreales o los fuegos de San
Telmo, se le puede comparar, porque es como una isla que guarda en su interior
un secreto. Suele decirse que las hadas son unos seres ordenados que andan por
el mundo concediendo favores a los niños obedientes y un poco cursis, pero esto
no es cierto.
Gustavo Martín Garzo - Tres cuentos de hadas.
En Mallorca, y no es de
extrañar, existen muchas leyendas que explican la magia de algunos lugares de
la isla. Una de ellas es la de las Dones d'Aigo o mujeres del agua,
nombre con el que se las conoce en Cataluña y Baleares, aunque según las zonas
las llaman también goges, aloges, encantades, o fades. En la mitología
universal se las conoce como Ondinas. La tradición cuenta que, desde tiempos
inmemoriales, viven en estanques, ríos, pozos, fuentes… Todos los lugares
naturales donde se las puede encontrar son sitios de gran belleza, ya que se
supone que están bajo su custodia y se han mantenido prácticamente intactos
hasta hoy.
Cuenta la leyenda que las Dones d'Aigo tienen el mismo poder que el
agua: cuando es bueno, cura, es vital y renovador. Pero cuando se enfadan
arrasan con todo lo que tienen por delante, igual que hace el agua.
Las Dones d'Aigo salen de sus hogares para relacionarse con los
humanos, sobre todo con los hombres, y su objetivo es ayudar. Lo único que
piden a cambio es que no se las mencione nunca, ya que en el momento que
alguien cuenta que ha visto una ondina o pronuncia en voz alta su nombre,
desaparecen.
Todas las historias explican que las Dones d'Aigo hacen que la buena
suerte acompañe a aquellos afortunados a los que se aparecen y su vida comienza
a mejorar. Pero en el mismo instante en el que el privilegiado que las ve lo
comenta con sus conocidos o la llama en voz alta pierde toda fortuna que le
había acompañado hasta ese momento.
Es curiosa y hasta cierto punto paradójica la falta casi absoluta de
tradiciones fantásticas originales y populares en Mallorca. Es curioso, pero es
el mallorquín un pueblo poco dado a esos alardes de fantasía, sin embargo las
hadas del agua están presentes naturalmente, sin excesos dramáticos, en la
tradición insular.
Y si no lo estuvieran tampoco tendría demasiada importancia, porque yo, aunque
sea difícil de creer, tuve la fortuna de conocer a una, y no era un hada
cualquiera.
La conocí muy bien, y no es que la viera un momento, tuve con ella charlas que
se alargaban horas, porque aunque las hadas no son muy dadas a contar sus
cosas, tienen la facultad de escuchar de tal manera que nunca crees que eres pesado,
o que tu conversación no les interesa; cenamos juntos muchas veces, porque
aunque las hadas comen muy poquito, tienen el don de cocinar como nadie y saben
todas las recetas. No se me apareció en un claro del bosque ni al pie de un
manantial, no tuve que frotar un anillo ni una lámpara, nada de eso. Michelle,
mi hada, vivía en el ático de al lado, terraza con terraza.
Mira que yo con los vecinos tengo cierta prevención, siempre procuro ser
cordial, pero lo justo, bastante costosa es la intimidad para ir arriesgándola
alegremente. Pues bien, sin estar especialmente dispuesto, no pude menos que
observar como su terraza no era como las demás: las bignonias y las buganvillas
de todos los colores la amurallaban como una pared de carcajadas de colores,
tenía rosas todo el año, y frisias, y dalias blancas, y hasta un cerezo y una
palmera rarísima que se desmayaba en una cascada de hilos, como una melena,
sobre una hiedra enana.
¿Y su perro?, porque mi hada tenía un perro gordito y torpe el que,
seguramente, de tanto estar a su lado se había vuelto un poco mágico, era un
perro tan especial que bajaba el solo las escaleras, siete pisos, y daba su
vuelta, hacía sus cosas, y volvía tan ricamente a subir los siete pisos sin
despistarse nunca, tenía este perro una mirada especial por la que nunca sabías
exactamente lo que pasaba por su cabeza, en esa mirada siempre había un brillo
de escepticismo, como si nada acabara de convencerle.
Estas cosas hacían que mi vecina me resultase especialmente agradable, no
obstante, habían pasado dos meses y no habíamos cruzado más que algún
comentario amable e intrascendente sobre el clima, lo bonitas que son las
flores o lo simpático y listísimo que es el perro.
Un sábado de carnaval voy a Tito's, la disco más grande, a una fiesta; como yo
trabajaba en la "Mansión del terror" me agencié un disfraz de
vampiro, me maquillé como una puerta, cara blanca, ojeras, ojos inyectados en
sangre y toda la pesca. Muchas copas, muchas risas, la locura del carnaval,
fotos, hasta hago de jurado y todo... De pronto, de tanto unos y otros, mis
amigos me han dejado solo, se habrán cansado de esperarme, ya son las nueve de
la mañana, mejor me voy, pero ostias, mi disfraz no lleva bolsillos, es como
una túnica sin ningún rincón para guardar las cosas, les he dejado las llaves y
el dinero, y ahora estoy vestido de vampiro a las nueve de la mañana en el
quinto pino; nada, paciencia y buen humor, Lou no te queda otra, así que con
toda mi cachaza y esas pintas cogí todo el Paseo Marítimo (que no es moco de pavo)
así vestido, pintado como un apache, chorreando sangre de atrezzo hasta casa.
El sol cae ya a plomo, los claxon de los coches me van jaleando todo el camino.
Por fin llego, ahora ¿cómo entro?
- ¿Michelle?
- Soy tu vecino, es que he extraviado las llaves.
- Te abro.
- Oye pero cuando me veas no te asustes.
- ¿Has tenido un accidente?
- No, no te preocupes, ahora te cuento.
Voy para el ascensor, lo que veo en el espejo es desalentador, después del
baile, el copavayviene, la caminata, el sol y diez horas, el vampiro que me
mira da realmente miedo. Paro en mi piso, el perro viene a recibirme y me mira
con esa cara de cachondeo. Cuando Michelle me ve no hace ningún aspaviento, ni
siquiera sonríe, me invita a pasar y me dice que me siente, charlamos como si
tal cosa, como si tuviera un vampiro de visita todos los días. Me cuenta de su
vida, ya dije que no era un hada corriente, es francesa, vino a Mallorca por
amor, el amor murió y ella siguió enamorada de la isla, sabe de exilios y de
extraviar sueños, pero sobre todo escucha, sin preguntar, tiene la facultad de
hacer brotar las palabras, le cuento también de mis destierros, de trenes
perdidos y de abandonos, de la lamentable desidia que supone que mi compañero
no me escuche llamar, de que no haya caído en que me quedaba solo, sin llaves y
sin dinero, del desgaste del cariño, de cómo la pasión se desdibuja sin
preguntar primero. Y cuando ya llevo dos horas sentado, me doy cuenta de que
todavía voy vestido de no-muerto, le pregunto.
- ¿Qué te parece la pinta?, ya ves, todavía de carnaval, habré de cambiarme,
digo yo, a ver como entro.
- Ay, que es carnaval, ya veía yo que tenías un aspecto un poco raro, pero
hijo, yo es que, en la pinta, es en lo que menos me fijo.
- Vaya, y yo que creía que daba miedo.
- ¿Miedo? ¿Con esa cara? miedo daban las SS desfilando sobre Nancy, mi ciudad,
mataron a mi perro.
Ya digo que a las hadas no les gusta mucho contar sus cosas, sonrió, se levantó
y me dijo - ahora hay que abrir la puerta - se fue a un cajón, lo abrió y sacó
una radiografía, y como una Houddinni maravillosa, como si no hubiera hecho
otra cosa en su vida, la introdujo en el quicio de mi puerta y la abrió sin
ningún esfuerzo, a la primera.
- Que barbaridad, eso es magia, ya decía yo que eras un hada.
- Un hada, espera.
Vuelve al momento con un tarro precioso en la mano, como un tesoro, me lo da,
está lleno de cerezas.
- Mira un regalo de hada, son guindas en aguardiente, y son mágicas, cuando se
te atragante la vida cómete una, verás cómo se te pasa el trago. Yo las como continuamente.
Así es que tenía una nueva
amiga, cuarenta y tantos años mayor que yo, si es que se puede uno fiar de la
edad de un hada, pero sincera y auténtica, fuimos intimando, cada vez más. Era
un hada profesional, trabajaba, sin cobrar, en una especie de hilo telefónico
ofreciendo consuelo a los ancianos -la línea dorada, o algo por el estilo, creo
recordar - que son los niños tristes más tristes de todos. Era un hada moderna
que hacía su magia por teléfono y bebía calvados en una copa de balón enorme
como una pecera. Me contó de un exilio primero de unos padres implacables, del
gran exilio azuzada por los alemanes, sin rencor, con toda la parsimonia de las
Ondinas, de su soledad de extranjera, de la implacable coraza de la sociedad
mallorquina, que no le perdonaba el haberse enamorado de un mortal, del exilio
último del amor, cuando tuvo que acompañarlo hasta el final, y sin embargo no
daba nada por perdido, se sentía útil y era sabia. Me enseñó a apreciar los
matices del piano de Chopin, la luz imposible de Artá, el punto del soufflé, el
mundo que cabe en una maceta. Y supo de mi sed, que era como una llaga abierta,
de cómo lo cotidiano se me había vuelto intolerable, de mi soledad atiborrada
de gente sin ninguna importancia, y me enseñó, sobre todo, a afrontar la
madurez con serenidad.
Mi hada y yo, ante el asombro de la concurrencia, íbamos a cenar vestidos como
si fuéramos a la ópera, a uno de esos restoranes pequeños e impecables, sabía
los secretos del vino, y era experta en encontrar, en cada pueblo, dónde estaba
la fuente; tenía, como es natural dada su calidad de ninfa, una especial
querencia por el agua y me enseñó, con sus casi ochenta años, dónde estaban las
calas más transparentes, donde el azul es más que verde y devuelve la luz como
una joya ligerísima, con ella aprendí el secreto para no evitar el sol, le
sentaban bien todos los sombreros. Mi hada y yo nos divertíamos como si la edad
no fuera más que un asunto del tiempo. Muchas veces, siguiendo su consejo,
cuando todo se hacía una bola, comíamos unas guindas, y surtían efecto. Muchas
veces sorprendí, mientras tanto, los ojos socarrones de su perro.
Dicen que si hablas de
una dona de s'aigo se marcha por el brocal del pozo, la de mi vida,
un día, me dijo que nos despedíamos, que la vida suya se iba, y que se iba fea,
de mala manera, y que bajo ningún concepto quería que yo lo viera, que era pura
magia el habernos encontrado, pero que, después de todo, la edad era lo que
era, y cuando lo dijo supe que así quería ella que fuera, el estómago se me
anudó a la garganta, toqué el fondo, tomé impulso, sonreí.
- Michelle, vamos a
comernos una guinda
- Muy bién, magnifique, ya sabes mi secreto.
Toutou, su perro, ladró
como asintiendo.
Dicen que no se puede
hablar de las hadas porque se marchan, yo, que siempre voy a la contra, con
vuestro permiso, es una forma que tengo de conjurar a la mía.
Otra es comerme una guinda.
Para buscar mi infancia,
¡Dios mío! Palomares vacíos Comí naranjas podridas, papeles viejos. Y encontré
mi cuerpecito comido por las ratas, en el fondo del aljibe, con las cabelleras
de los locos. Mi traje de marinero no estaba empapado con el aceite de las
ballenas, pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías. Ahogado, sí,
bien ahogado. Duerme, hijito mío, duerme. Niño vencido en el colegio y en el
vals de la rosa herida, asombrado con el alba oscura del vello sobre los
muslos, agonizando con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado
siniestro. Oigo un río seco lleno de latas de conserva, donde cantan las
alcantarillas, y arrojan las camisas llenas de sangre, un río de gatos podridos
que fingen corolas y anémonas para engañar a la luna y que se apoye dulcemente
en ellos. Aquí solo con mi abogado, Aquí solo con la brisa de musgos fríos y
tapaderas de hojalata. Aquí solo, veo que ya me han cerrado la puerta. Me han
cerrado la puerta y hay un grupo de muertos que juega al tiro al blanco, y otro
grupo de muertos que busca por la cocina las cáscaras de melón, y un solitario,
azul, inexplicable muerte que me busca por las escaleras, que mete las manos en
el aljibe mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales
y las gentes se quedan, de pronto, con todos los trajes pequeños. Para buscar
mi infancia. ¡Dios mío! Comí limones estrujados, establos, periódicos
marchitos, pero mi infancia era una rata que corría por un jardín oscurísimo,
una rata satisfecha mojada por el agua simple, una rata para el asalto de los
grandes almacenes que llevaba un anda de oro entre sus dientes diminutos en una
tienda de pianos asaltada violentamente por la luna
Federico García Lorca -
Infancia y muerte
No estoy seguro dónde leí
que la infancia es esa época que nos pasamos el resto de nuestra vida
intentando superar, pero sí estoy seguro de que lo leí en algún lado, o sea que
no debo ser el único que la recuerda como una etapa que afortunadamente pasó,
como una condena cumplida o una cuestión zanjada. Me recuerdo de niño
principalmente desconcertado, atropellado cada día por la brutalidad,
desbordado por el empleo de la fuerza en aquellos que observaba, desarmado de
antemano.
Me recuerdo de niño ajeno a toda esa testosterona que se derramaba a raudales
por cualquier causa, me producía la sensación de que yo era diferente, que
nunca podría, aunque me fuera la vida en ello, arremeter con esa violencia.
Todos esos juegos en los que se pegaban, todas esas peleas por nada, me
producían una repugnancia insalvable. Y cuando por obligación, las
circunstancias me atrapaban en una de ellas, una especie de parálisis se
apoderaba de mí y me resultaba imposible siquiera defenderme.
Por lo tanto es fácil imaginar que mis compañeros, los chicos de la calle, los
del pueblo, todos. Se dieron cuenta de que, pasara lo que pasara, yo era
incapaz de pelear y, como es de esperar, me convirtieron en su blanco
preferido. Continuamente me agredían con cualquier excusa, fuera como fuera la
gran mayoría de las veces para mí era totalmente inexplicable.
Quiso la fortuna dotarme de un tamaño considerable que, pasados los dos o tres
primeros cursos atroces en el colegio, me permitió blindarme y fabricarme un
universo personal, fuera de los intereses de los demás niños, en el cual estaba
totalmente excluida la violencia y que irradiaba el suficiente atractivo para
atraer a tres o cuatro chicos más a los que permití acceder a mi mundo, y con
los cuales satisfacía mis necesidades artísticas y mi tendencia al liderazgo.
Así, blindado en mi mundo de colores, con mis amigos tan marcianos como yo,
logré, logramos, ir sobreviviendo unos cuantos años. Nada de batallas de
pedradas ni de partidos de futbol, nunca respondíamos a las provocaciones, no
solíamos ir con ellos de excursión, éramos como un grupo segregado, nosotros no
nos metíamos con nadie y, cada vez menos, nadie se metía con nosotros, era una
especie de armisticio fáctico, aprendimos a camuflarnos en nuestra
exclusividad.
Así transcurrieron, en una relativa calma, nuestros siguientes cinco o seis
años. Hasta un fatídico año en que ya tenía catorce años, una nueva asignatura:
química, y con ella él, D. José Boronat, por abreviar con esa inocua costumbre
salesiana de poner mote al profesorado, como era un elemento de la "tabla
periódica", le llamamos "el Boro".
Fue odio a primera vista, desde el primer momento en que la vida tuvo a bien
hacernos coincidir, el Boro y yo nos odiamos, tenía una forma de hablar
despreciativa, descalificaba a cualquiera en el que observara la más mínima
oposición, utilizaba todo tipo de adjetivos que sirvieran para poner en
evidencia al objeto de su ira, y tenía una auténtica clac de incondicionales a
los que les parecía ocurrente y el paradigma de la hombría, ese era su tema
preferido, la hombría.
Todos sus zarpazos iban en el mismo sentido, si no resolvías correctamente una
ecuación o no formulabas a la perfección el mono sulfito no era un problema de
aplicación o de estudio, no tenía nada que ver con tu inteligencia, lo único
que estaba en juego era tu hombría, su insulto preferido era "nena".
Eras una nena si no habías acabado la tarea, si no estabas atento eras una
nena, nena, nenita, nenaza, continuamente los empleaba con nosotros, para
divertimento de sus acólitos. Conmigo ya lo hacía por sistema, debí de
enfrentarme a él en una primera ocasión que no recuerdo, de otra forma se me
hace imposible comprender por qué me eligió como su sparring preferido, debió
de ser poco a poco, probablemente habría una razón, pero el caso es que
llegamos a un punto en el que, cuando pasaba lista, y todos los demás
contestaban "presente", yo tenía que contestar "servidora",
para mofa de su cohorte de mandriles, no sé cuánto tiempo duró aquello, no sé
por qué empezó el primer día, pero recuerdo muchos días de tener que contestar
"servidora" cada día, y recuerdo cada día con todas sus carcajadas.
El caso es que me hizo
estudiar química porque caía sobre mí a la mínima, me quitaba puntos con
cualquier disculpa y me colocaba en un aprieto cada vez que podía, continuamente
hacía chistes a mi costa, un día me dijo que llevaba el pelo muy largo, que
tenía que cortarlo, cuando volví al día siguiente con el mismo pelo me obligó a
ponerme dos pasadores, dos ranitas de esas que llevaban sus tan denostadas
nenas, y estar con los dos pasadores puestos el resto de la clase, ante el
jolgorio a mi costa de mis compañeros.
Había una guerra declarada entre el boro y yo, cualquiera podía verla, una
guerra desigual, todo hay que decirlo, en la que yo llevaba la peor parte, era
difícil teniendo que contestar servidora con dos ranitas en el pelo que nadie
tomara mi bando en serio.
Pero don José Boronat ocultaba un secreto, entraba con absoluta soltura en los
vestuarios después de un partido o de una clase de gimnasia, era el único padre
que no se sentía incómodo ante nuestra desnudez, los demás sólo entraban al
vestuario lo inevitable y miraban a otro lado, el boro no, él se quedaba
tranquilamente, no es que nadie hubiera podido decir que había en su mirada
ninguna intención libidinosa, era más bien una actitud de campechana
camaradería la suya, pero la cosa es que en cuanto tenía la ocasión de
encontrarnos en pelotas ahí estaba el boro con sus bromas machistas y sus
cuchufletas. Un día, después de un partido de baloncesto, entramos sudados al
vestuario, Quique, se llamaba, y yo hemos tenido que recoger los balones y
contar las camisetas, cuando nos desnudamos estamos solos en el banquillo, lo
hacemos con una naturalidad fingida que intenta serenar el pudor, lo tengo
enfrente, bajo la luz de la ventana de arriba, tiene vello, me eriza los poros,
yo aún no tengo y contemplarlo aparecer en el pecho de Quique, en sus muslos,
en sus nalgas...se quita el calzoncillo y una pesada polla cae sobre dos
enormes y negrísimos cojones, recuerdo que me parecieron los más grandes y los
más negros que había visto nunca, estaba delirando cuando veo perfectamente
como el boro, desde detrás de una taquilla, mira precisamente la misma polla
que miraba yo hacía un momento, no había duda, esta vez no era camaradería,
estaba mirando la polla de Quique, se da cuenta de que lo he visto mirando, se
da cuenta de que sé qué miraba, me mira, me siento doblemente desnudo, huyo a
la ducha, abro el grifo, oigo la de Quique, dos más allá, una en medio vacía,
me enjabono, que no esté, que se haya ido, salgo, me seco, salgo corriendo.
Una vez al año, así como en primavera, nos íbamos de convivencias, irnos de
convivencias era irnos cinco días a una residencia que era como un hotel de la
cadena Sol que en vez de tener azafatas tenía monjitas, nos costaba un riñón,
pero era prácticamente obligatorio porque todos, cada año, estábamos. Y eso
que, la verdad, aparte de la novedad de estar durmiendo fuera de casa y de lo
bien que cocinaban las monjitas no recuerdo que tuvieran nada bueno, ni malo
tampoco. Muchas dinámicas de grupo y mucho rollo tipo " cogeros todos de
la mano y dejar circular la energía" y muchas chorradas así, en la última
sesión de la tarde nos colocan "educación para el amor" una
producción en súper 8 a modo de educación sexual, en plan José Luis Martín
Vigil en La vida te sale al encuentro, todo muy divulgativo y muy
María Ostiz, pero aun así lo suficientemente excitante en aquel desierto de
estímulos sexuales como para alterarnos a todos considerablemente, la luz apagada,
el boro se sienta a mi lado, noto la tensión en las sienes, se inclina hacia mi
oreja, me quedo paralizado, me dice - ¿Tú te masturbas mucho? - así, como si
nada, como por decir algo, me quedo K O , en la pantalla un óvulo es como una
estación interespacial, - No - soló sale eso de mi cuerpo, parece que le basta,
se marcha, ya no sigo la película.
- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida, dime hijo.
- Padre es que no sé si es pecado o no es pecado.
- Pues a ver, que yo sí lo sabré.
- Creo que soy homosexual, pero es que soy así, de siempre, no puede ser
pecado.
- Es una buena cuestión ésta, depende, en esto hay de dos tipos, aquellos que
Dios quiso que tuvieran esa naturaleza, y los que por el contrario teniendo una
naturaleza viril se dejan tentar por el maligno y la pervierten. Los primeros
no pecan, puesto que es su naturaleza, estos otros sin embargo sí lo hacen.
- ¿Y cómo puedo saber si soy de los unos o de los otros?
- Muy sencillo, los homosexuales por naturaleza, está probado, presentan un semen de poca consistencia, con escasos espermatozoides, los que
lo son por perversión, sin embargo, son poseedores de un semen de consistencia
normal y con una normal cantidad de espermatozoides, basta con someter a un
análisis sencillo una muestra de semen para saber a cuál de los dos grupos
pertenece.
- ¿Una muestra de semen? ¿Quiere decir...?
- Sí, hijo, es muy sencillo, como si la obtienes por tus propios medios
estarías ya pecando contra el sexto, yo sería en este caso el encargado de
obtenerla, vamos un momento al despacho, es necesario chico.
Salí corriendo,
literalmente, no tenía aún quince años, pero me di cuenta perfectamente de que
el boro me quería hacer una paja,
no se lo conté a nadie, él tampoco volvió a sacar el tema, nunca más contesté
servidora, tardé años en cortarme el pelo, y la verdad respecto a la
consistencia y el número de espermatozoides de mis fluidos parece de lo más
corriente, va a ser que lo mío no tiene remedio.
Nunca he vuelto por el
colegio, en todos estos años, ni falta, no sea que vuelva la niñez, ni falta.
Granada es como una rosa más bonita que ninguna
que se duerme con el sol y florece con la luna.
Enamorada del agua flor de la brisa
que vive sola por culpa de las espinas.
Rosa de melancolía los ruiseñores le cantan
y ella como es flor de olvido
con el silencio les paga.
Granada vive en si misma tan prisionera
que solo tiene salida por las estrellas.
Ay amor, deja el balcón abierto del corazón.
Ay amor que en la Vega te espero con una flor;
por un suspiro la luna se lo llevó
y en el destino de la sombra se quedó.
Ay amor, amor que se fue y no vino
por el aire se perdió como los suspiros de mi corazón.
Granada no tengas miedo de que el mundo sea tan grande,
de que el mar sea tan inmenso tu eres la novia del aire.
La de la sombra de plata, la del almendro,
la que parece de nieve y por dentro es fuego.
Tu eres rosa del rocío, amor de los ruiseñores
lamento del agua oculta que cantan los surtidores.
Granada del alma mía si tu quisieras
contigo me casaría esta primavera.
CARLOS CANO
Estábamos en Granada, había cogido a la Pepa y nos
habíamos venido a Granada a pasar unos días, un apartamento en la Carrera del
Darro, con vistas al río y a la Torre de la Vela y a disfrutar de esta ciudad
mágica, siempre ha sido para mí una especie de refugio, cuando la vida me
atropella, cuando dejo de manejar las riendas de lo que me ocurre, vengo a
Granada y una especie de efluvio benéfico me ayuda a recuperar el destino.
Disfruto paseando cualquier domingo cuando la ciudad parece aún dormida por esas
calles y plazas... Zacatin...Birrambla...el Paseo de los Tristes...y desde
arriba, carmesí, la Alhambra.
El apartamento era de poco luxe, un poco cutre y todo, las vistas eran
impresionantes, estaba en medio de la marcha y tampoco era tan caro; tenía una
pandilla de amigos, "las largas" les llamaban porque eran todos
super-fashion y más altos de lo habitual, pero en esta ocasión habíamos venido
en plan sorpresa y la sorpresa nos la llevamos nosotros, se habían ido de
"pesca" a Torremolinos, que no puedo sufrir, y por lo tanto la Pepa y
yo teníamos la ciudad de los dos ríos en exclusiva. Tomamos posesión, nos
preparamos los modelazos, nos acicalamos y salimos a comérnoslo todo, en esta
ciudad no hace falta ir de restoranes, te tomas unos cuantos cortos y con las
tapas que te van poniendo tienes más que suficiente, cuando ya llevábamos diez
o doce cambiamos de tercio y nos fuimos de copas. Para esto de la cosa
nocturna, si vas en plan hunter de Chueca en Granada lo tienes crudo, y más por
aquel entonces, que va a hacer ya veinte años de lo que cuento, había dos o
tres sitios de ambiente y a cual más cutre, cuatro mariquitas autóctonas en
cada uno que nos miraban con cara de cogérsela con papel de fumar, en plan ¿de
dónde habrán salido estos dos marcianos con sus conjuntos de Montesinos?
llevaban todas el mismo modelito de polo. Las largas, que eran la
vanguardia local, no estaban y nos encontrábamos abandonados al provincianismo
más radical. Definitivamente no era el día.
La ansiedad de la Pepa había alcanzado su zénit
- Mira, yo sin drogas y sin marcha paso de Granada y de su puta madre.
- Pues como se te ocurra ponerte cojo el portante y me voy, Jose, por favor, no
te pongas ciego, que no te aguanto.
- No hombre, unos porritos o algo, que si no ya ves que plan.
- Unos porritos vale, pero unos porritos, como vea que te duermes me largo.
- He visto que abajo de casa había color, vamos para allá.
Es cierto, justo debajo de casa había un pub, La Torre de la Vela, que
tenía más marcha que ninguno de los sitios en los que habíamos estado, igual
era pronto, subimos hasta la Carrera del Darro, pedimos unas copas y salimos a
beber a la muralla del río, hacía una noche agradable y dentro era imposible
hablar siquiera, estaba repleto de extranjeros y la música imposible.
- Voy a ver cómo está el mercado.
- Ten cuidado. No te pases.
A los dos minutos estaba de vuelta como si le hubiera tocado la lotería, tenía
una habilidad especial para encontrar lo que fuera en cualquier sitio,
habilidad que yo envidiaba, porque entre que todos los dealers me
confunden con un policía y que me da un montón de corte pues nunca puedo
encontrar ni una china.
- Mira nene he comprado costo del bueno y una sorpresa.
- Una sorpresa, paso de sorpresas, ya te lo he advertido.
- Que no nene, que no, que he comprado un tripi.
- Un tripi, uf, hace años, desde Valencia que no he visto un tripi.
- Pues mira, un Superman
- No sé, un Superman, ¿qué ñoco es un Superman?
- Un secante, si no es nada, un tripi de la risa, verás que bien.
Puede que fuera la magia del Darro, el aburrimiento, en fin que nos comimos
medio cada uno.
Al principio nada de nada, unos porritos para atemperar
la expectativa, dos o tres copas más, la gente que va llenando la calle de
acentos y colores, pero ningún efecto especial.
- Oye, a mí no me sube nada
- A mí tampoco, vamos a movernos, hay que moverse un poco.
Echamos a andar la calle para adelante hasta el Paseo de los Tristes, algunos
grupitos de gente fumando y bebiendo en los bancos, la poca luz de cuatro
farolas viejísimas resaltaban la belleza de la Alhambra tan iluminada enfrente.
Nos quedamos hipnotizados completamente, en silencio, absolutamente abstraídos
por la visión. Pasó un instante fuera del reloj y de repente una de las farolas
tilila e inopinadamente proyecta un halo de luz potentísima justo a nuestra
derecha, sin mirarnos, al mismo tiempo, salimos los dos corriendo a ponernos
debajo de la luz con un grito común - ¡Abdúceme! - Así, sin ponernos de acuerdo
el ácido nos había llevado a la misma sensación, era de esas cosas que
conseguían estrechar nuestra comunión.
- Joder, y eso que no subía, si llega a subir...
El ácido tiene un efecto eléctrico, las cosas pasan como a ráfagas y necesita
de una placidez sin la que puede convertirse en algo molesto, tampoco es que
sea un experto, lo habré probado tres o cuatro veces, pero, la verdad es que
siempre me pasa lo mismo, me pone nervioso y me divierto mucho, y acaba
mandándome a casa, a mi cama. Eso ocurrió, nos tomamos alguna copa más, pero el
colocón no me permitía conectar con la gente que estaba como en otra dimensión.
- Se me ha cortado el rollo, si te da lo mismo me voy a casa.
- No jodas, siempre te pasa igual, pues yo hasta que no ligue no me voy a
ningún lado, hoy pillo cacho, ¿quieres que te traiga algo?
- Sí, un chulazo, venga, hasta luego, ten cuidadito.
- Vaaale mamá
Llego a la casa, es todo más cutre con el tripi, veo con cierto espanto el
raillite terrible de los muebles, la pitiña en las rayas de los azulejos, me
pongo un zumo, que horror, frutas del bosque, vaya mierda, serán de un bosque
talado, sabe a serrín... Abro la ventana para que entre el aire fresco, me
desnudo, cojo un sillón y me siento a contemplar el paisaje, un calor paulatino
me está poniendo cachondo, noto como la excitación sube de grado, parecería que
todo el colocón se me ha ido a parar justo a la polla, me acaricio, voy notando
como se inflama y se endurece, mi mano la conoce perfectamente y sabe cómo
jugar con ella, la abarco, la sensación, con el LSD, se multiplica
exponencialmente, me abandono.
Y se abre la puerta, me pongo una toalla por encima, nuestra intimidad no llega
a tanto.
- Sí que se te ha cortado el rollo pronto, ¿has ligado?...oye, ¿estás
bien?
En el umbral, magnificado por la luz que entra por la ventana, como en juego de
luz de una película de Visconti, completamente desnudo está Tore.
Me quedo impresionado por la elástica belleza de su cuerpo, los nórdicos cuando
tienen una constitución atlética son realmente hermosos.
- ¿Y esto? - Es lo único que se me ocurre decir.
- He hablado con tu amigo, porque os he visto antes y me ha dado las llaves -
me dijo con su acento que enredaba las erres - si quieres me voy.
- No, no... Es que estoy sorprendido. Justamente estaba pensando en ti - dejo
caer la toalla - mira, ¿ves cómo es verdad?
- Mentiroso, a ver, a ver...
Uno de los polvos de mi vida, el efecto del ácido con su piel fabricó un cocktail
perfecto, era tan...obediente. Con los hombres grandes siempre me da morbo que
se sometan a los vericuetos de mi deseo, y su disposición era inmejorable,
siempre recordaré como lo poseí apoyado en el quicio de la ventana mientras
contemplaba la Alhambra iluminada.
Los caminos del diálogo pasaron por nuestros orígenes, dieron vueltas por
nuestros gustos, hicieron curvas por pensamientos, volvieron por cumplidos,
enderezaron opiniones, hasta que por fin desembocaron en la incontenible
atracción. Me animé. Le abracé, le vi ponerse serio, y le dije: "me gustas
mucho". Él no se movió un milímetro sólo sonrió levemente, cerró los ojos
al verme más cerca, un beso tan profundo como dulce. Quería más. Sus labios
siguieron buscando los míos con los ojos cerrados, y los encontró junto a una
caricia suave en su rostro, y pareció desvanecerse en un lecho de ternura. Y
allí se quedó por unos minutos eternos.
Desde pequeños, los noruegos son educados para no sobresalir hirientemente
sobre el compañero de pupitre. La modestia es la virtud nacional. Y si alguien
destaca, la suerte tiene más peso ante los ojos de sus vecinos que los méritos,
será por eso que estaba tan fascinado sin ser consciente de su propia
hermosura.
"Tú también me gustas mucho, ha sido un polvo increíble". Me fijé en
su cara, tenía una marca, como una media luna, al lado de la boca, la acaricié
con la yema del índice, ¿y esto?
Un imperceptible gesto de amargura - Es un... no sé cómo se dice en español,
un bite.
- ¿un bocado?
- Sí, un bocado de mi ex en una pelea.
No sé qué ocurrió, pero al entender lo que decía, todas las copas, y el ácido y
hasta la primera papilla que me tomé hicieron erupción y tuve que salir
corriendo al baño a vomitarlo todo. Cuando regreso le digo - Disculpa, es que
he bebido mucho, y me he comido medio tripi.
Le cambió la cara, recogió sus ropas, se vistió y me dijo - no soporto las
drogas, lo siento - Debía haberlo intuido, cuando hay estupefacientes de por
medio, la moral luterana se impone a la vena liberal. Fuman poco. Y beben
menos. Salvo la copita del folclórico aquavit, el aguardiente patrio. Salió
literalmente corriendo. Solo me quedé con que era de Ålesund, con que se
llamaba Tore (pronúnciese Tuura) y era profesor para orientales inmigrantes en
un colegio.
Me he acordado de aquello tantas veces, Ålesund, es
preciosa, la reconstruyeron después de un incendio, y es como de postal con
todas las casas modernistas llenas de agujas, torres, chapiteles y ornamentos,
siempre quise ir y nunca más me comí un tripi....
Llega la Pepa, oigo su voz desde la calle, amanece,
neneeee abre que no tengo llaves.
- He pegado un polvo fantástico con un chulazo de Pinos Puente, ¿Y tu vikingo?
¿No te ha gustado?
- Sí me ha encantado, pero se ha mosqueado porque le he dicho que iba de ácido.
- Son raras, me lo encontré en el Cadí
- Ah, con razón
- ...
- Un Cadí es un juez de los musulmanes que aplica la ley islámica.
- Ah coño, que listo eres maricón.