La piel de no rozarla con la piel,
se va agrietando.
Los labios de no tocarlos con los labios,
se van secando.
Los ojos de no cruzarlos con los ojos,
se van cerrando.
El cuerpo de no sentirlo con el cuerpo,
se va olvidando.
El alma de no entregarla con el alma,
se va muriendo.
se va agrietando.
Los labios de no tocarlos con los labios,
se van secando.
Los ojos de no cruzarlos con los ojos,
se van cerrando.
El cuerpo de no sentirlo con el cuerpo,
se va olvidando.
El alma de no entregarla con el alma,
se va muriendo.
La piel - Bertolt Brecht
Hypnos representado con alas en las sienes
Hypnos (Ύπνος) era o es,
que esto de la mitología como todo lo divino tiene vocación de eternidad, el
dios del sueño. Padre de Morfeo, el dios de los sueños; hijo de Nix, la noche;
y hermano, vaya ironía clásica, de Tánatos (la muerte dulce), Moros (el
destino), Momo (el sarcasmo), y Ponos (la pena). Hypnos, como todos los dioses,
en ocasiones posee sin contemplaciones a algún mortal; y cosas del cielo, no
siempre bajo la más gloriosa de sus advocaciones.
A Joanna, estoy seguro, la
poseyó o la posee, en su forma más desidiosa, lo observo desde la distancia
desapasionada que me concede el tiempo que ha pasado desde que relato lo que
cuento, con cariño, porque es una mujer amable, de trato fácil, jamás discute,
casi todo el rato duerme, e incluso cuando está despierta se mantiene en una
especie de limbo somnoliento. Joanna está habitada por la pereza.
Es una mujer de un calibre
considerable, con cierto aspecto descuidado, se arregla, tiene un vestuario
enorme, se tiñe el pelo de rubio platino, se pinta las uñas... pero aunque uno
no se fije, ha de darse cuenta de que su ropa está por planchar, de que su pelo
despeinado tiene unas raíces de un dedo y de que sus uñas necesitan un repaso,
por ejemplo. Y es que todo le parece un esfuerzo inhumano, ¿cómo va ella a
estar todo el día planchando, o yendo a la peluquería, con lo lejos que queda,
o liada con la acetona?, ni hablar. Cuando hay una ocasión extraordinaria lleva
la ropa a que la planchen, si pasa cerca y tiene humor. Cocina una vez a la
semana, una olla enorme, de legumbres las más de las veces, y así va sacando
sin variar el menú porque, ¿cómo me voy a pasar media vida cocinando?, bueno,
tampoco he de exagerar, a veces, todo hay que decirlo, tiene los arrestos
suficientes para meter algo precocinado en el microondas y calentarlo, pero
sólo si hay visita o celebra algo, si no menudo esfuerzo.
La pereza es la falta de
estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e incluso para
realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la
voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores
(gracias Savater) y es su compañera inseparable. Y como no podía ser de otra manera
trabaja, es un decir, de funcionaria, es la encargada de un archivo y presume,
sin ningún complejo, de que hay días en que ha de catalogar nada más que cinco
documentos y le falta tiempo. Hay que comprenderla, es una barbaridad
levantarse cinco veces de la silla, eso si no hay imprevistos, y escribir cinco
etiquetas, y volver a levantarse e ir cinco veces al estante correspondiente,
buscar cinco veces el lugar correcto y colocarlas, inhumano.
Como no podía ser de otra
forma, ya hemos visto que el sueño es hermano del destino, Joanna
vive en Ibiza, en Sant Antoni de Portmany, por atinar, con Margalida y con
Johannes, y ha contagiado a ambos de su interminable bostezo. Hasta qué punto
llegará el dolce fare niente de esa casa que llamándose Ca Na
Gallura, todo el mundo le llamamos Ca Na Gandula. Es tan contagioso
el mal de sus vecinos que Margalida es la novia de Joana, que a su vez es la ex
mujer de Johannes, y éste sigue viviendo en esa casa, donde la tensión entre
los ex esposos puede cortarse con cuchillo, por pereza.
Llegados a este punto
tengo que referirme a la isla, mi relación con ella es la propia de los
enamorados que conjugan cariño con odio, sin que uno anule al otro. La
proximidad de los árboles suele ser un obstáculo para ver el conjunto del
bosque. Así, sucede que las visiones de conjunto sobre Eivissa han sido
promovidas desde fuera, hemos oído tantas veces: la isla mágica, la isla de los
hippies, la isla blanca... Estoy harto de leer esto en publicaciones alemanas o
inglesas, porque los que hemos vivido allí sabemos de sobra, y desde hace
tiempo, que las cosas ya no son cómo eran. Soy muy sensible a todo lo que se
refiere a la Pitiusa. Conocí a los primeros hippies, no sé si digo bien, conocí
Vara del Rey Ses Canyes cuajada de
payesas vestidas con su lazo en la trenza. Conocí cuando había animales en
aquella tierra que hoy es cemento y asfalto. También cené muchas veces en el
antiguo y autentico restaurante chino. Esperábamos en el restaurante Formentera
la llegada de las barcas con pescado...el bar Alhambra, el verdadero. Conocí
los comienzos de lo que pudo ser Ibiza y no fue.
Desde finales de los 70 a
finales de los 80 maldito el verano que no pasaba en la isla, si no recuerdo
mal, creo que sólo el de la mili y otro más falté a mi cita. Trabajaba montando
saraos, que era lo mío, las discotecas legendarias tenían la suficiente ilusión
para financiar mis montajes, y el suficiente dinero; unas veces más casual y
otras con un argumento más sólido, el público lo permitía, era lo que
esperaban, meterse en un sueño, así que lo mismo de ángel que de demonio, de
romano que de dr. Spook, cada fiesta era una película diferente.
Así conocí a Joanna,
necesitaba documentarme sobre el traje típico de las payesas, ese tan publicado
de las sayas superpuestas, el pañuelo y la trenza. Y ella fui quien me
proporcionó la información. Gracias a ella me enteré de que los trajes tienen
influencias de origen púnico y de Oriente Próximo. No llevan ningún botón,
ojal, cremallera, etc. todo va sujeto con alfileres. El volumen de la falda se
debe a que llevan hasta 12 enaguas....
Fantástico, así podía
reproducirlos en papel y darles color, cosas de los 80. Hice el trabajo, tenía
un equipo extraordinario, y como deferencia, por agradecerle el esfuerzo, le
hice un traje para ella, precioso, en tonos rojos y naranjas, como el sol desde
el Café del Mar de madrugada. Y cuando se lo llevamos, ella, muy amablemente,
sin levantarse del sofá, agradeció el detalle pero, cómo no, declinó el regalo
porque: "menudo curro ir toda la noche con eso puesto, y moverme hasta KU,
y tanta enagua, y bailar, y...quita, quita, muchas gracias de verdad, pero con
lo ricamente que estoy yo en mi casa".
La casa era una maravilla,
auténtica, con su pozo, su alberca, su porche y todo. Pero claro, el jardín
casi abandonado, la mesa con los platos sin quitar, y los tres, cada uno en un
sofá. Había, muy ad-hoc, media docena larga de gatos de todos los colores,
desperdigados por encima de cualquier sitio, dormitando. La estampa era la
misma imagen del tiempo detenido, aunque el olor que lo impregnaba todo, ese
olor penetrante a gato mal cuidado, rompía bastante cualquier sosiego, ellos o
estaban acostumbrados, o encargarse del tema les parecía espartano.
Bueno, pues pese a este
intento fallido de intimar, sin saber muy bien por qué, seguí frecuentando Ca
Na Gandula, cada verano, en alguna ocasión, cuando encontraba alguien dispuesto
a la excursión (yo no conduzco) me acercaba a la casa de la bella durmiente.
Ella, siempre amable, cada vez estaba más sola, las amistades requieren cierta
dedicación, como el jardín, y como el jardín las había descuidado. Era inútil
intentar quedar con ella para cualquier cosa, sólo si ibas a su casa o te
pasabas por el archivo tenías la oportunidad de verla. Como es de suponer los
pocos amigos que tenía fueron, poco a poco, difuminándola, cada vez estaban más
aislados en su interminable siesta.
Johannes, uno de mis
últimos veranos en Ibiza, estaba enfermo, tenía un cáncer en los huesos, no
hacía rehabilitación ni iba a quimioterapia ni a radioterapia ni nada, él decía
que porque era inútil, yo estoy convencido que por mismísima pereza.
Un viejo cuento narra cómo
un padre luchaba contra la pereza de su hijo pequeño que no quería nunca
madrugar. Un día llegó muy temprano por la mañana, lo despertó, el chico estaba
tapado en la cama, y le dijo: "Mira, por haberme levantado temprano he
encontrado esta cartera llena de dinero en el camino. El chico tapándose le
contestó "más madrugó el que la perdió". La pereza siempre encuentra
excusas.
Tenía crisis de dolor y
pude ver, no en vano el sueño también es hermano de la pena,
como Margalida y Joanna lidiaban a ver cuál de ellas levantaba el culo del sofá
para ir a por algo para calmarlo. No eran más que cinco minutos, tenían un dos caballos destartalado, la farmacia
estaba en el pueblo, pues nada, el pobre hombre llorando de dolor y las otras
dos mantas toreándose a ver cuál era la que se levantaba.
En fin, el pobre hombre
murió, y el siguiente verano, cuando fui a ver a Joanna, estaba sola, Margalida
se había marchado, no me contó la razón, quizá había despertado.
El último verano de
aquellos logré en una ocasión, con grandes dosis de insistencia, arrastrarla
hasta la playa. Cuarenta grados a la sombra, el sol caía sin piedad. Me pongo
bronceador, me baño de vez en cuando para refrescar el bochorno, y ella nada,
tumbada de lado, como una odalisca. A la hora de comer: "no, ve tu solo,
yo ya comeré, con lo a gustito que se está aquí, para una vez que vengo a la
playa hay que aprovechar".
.
Me entretengo en la
comida, unas copitas de Ricard, me encanta el Ricard en la playa, una paellita,
unas risas, unos que vienen, unos porritos, total está a 300 metros, si se
aburre ya vendrá.
Cuando llego a la
sombrilla, ella sigue de lado, del mismo lado, el sol ha girado la sombra.
- Joanna, nena, te habrás
quemado
- (ruidos no
transcribibles)
- Joanna que llevas tres
horas al sol, te habrás quemado.
- Creo que un poco, sí.
¿Un poco? Cuando se
levanta, después de dos o tres intentos, mi amiga es un auténtico mapa, una línea
perfectamente definida divide su cuerpo en dos, la mitad blanca, como la leche,
la otra mitad roja, completamente quemada, media cara, medio cuerpo, un brazo,
una pierna, es como uno de esos helados de corte de nata y fresa, la mitad de
cada color. Acabamos en el hospital, la enfermera, cuando me daba el parte de
la gravedad de las quemaduras, no podía evitar una sonrisa divertida.
Será porque el sueño es, ironías clásicas,
hermano del sarcasmo, claro que también es hermano de la muerte.
el sol no sale todos los días por antequera
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