viernes, 31 de octubre de 2014

III - Domingo o el corazón zapateado


ESTUDIANTE 4° (Con asombro.) ¿Pero no te has dado cuenta de que la Julieta que estaba en el sepulcro era un joven disfrazado, un truco del Director de escena, y que la verdadera Julieta estaba amordazada debajo de los asientos?
            
ESTUDIANTE 5° (Rompiendo a reír.) ¡Pues me gusta! Parecía muy hermosa, y si era un joven disfrazado no me importa nada; en cambio, no hubiese recogido el zapato de aquella muchacha llena de polvo que gemía como una gata debajo de las sillas.                                                                                                                                                                                      
ESTUDIANTE 3° Y, sin embargo, por eso la han asesinado.                                                                               
ESTUDIANTE 5° Porque están locos. Pero yo que subo dos veces, todos los días, la montaña y guardo, cuando terminan mis estudios, un enorme rebaño de toros con los que tengo que luchar y vencer cada instante, no me queda tiempo para pensar si es hombre o mujer o niño, sino para ver que me gusta con un alegrísimo deseo.                                                                                                                                               
ESTUDIANTE I° ¡Magnífico! ¿Y si yo quiero enamorarme de un cocodrilo?                                                                                                 
ESTUDIANTE 5° Te enamoras.                                                                                                               
ESTUDIANTE I° ¿Y si quiero enamorarme de ti?                                                                                              
ESTUDIANTE 5° (Arrojándole el zapato.) Te enamoras también, yo te dejo, y te subo en hombros por los riscos.                                                                                             
ESTUDIANTE I° Y lo destruimos todo.                                                                                 
ESTUDIANTE 5° Los tejados y las familias.                                                                                   
ESTUDIANTE I° Y donde se hable de amor entraremos con botas de foot ball echando fango por los espejos.                                                                                                   
ESTUDIANTE 5° Y quemaremos el libro donde los sacerdotes leen la misa.
ESTUDIANTE I° Vamos. ¡Vamos pronto!                                                                                     
ESTUDIANTE 5° Yo tengo cuatrocientos toros. Con las maromas que torció mi padre los engancharemos a las rocas para partirlas y que salga un volcán.                                                        
ESTUDIANTE I° ¡Alegría! Alegría de los muchachos, y de las muchachas, y de las ranas, y de los pequeños taruguitos de madera.                                                                                    
TRASPUNTE. (Apareciendo.) ¡Señores!, clase de geometría descriptiva.                                                                                                           
HOMBRE I° Agonía. (La escena va quedando en penumbra. Los Estudiantes encienden sus linternas y entran en la universidad.)                                                                                                                                      


Federico García Lorca - El Público



La luz en Valencia tiene otro carácter, no es pasión, casi roza el tópico, pero es lo primero en lo que pienso cuando pienso en ella. El cielo se desparrama a raudales sobre sus colores, y es blanca, blanca como una bofetada de cal, como un golpe de sal, como tu recuerdo. 
Llegué desde el servicio militar obligatorio hecho un guiñapo, con la dignidad arrasada de tanto esfuerzo inútil, con la prisa de saber que me habían hecho perder un año entero de mi vida y un mes, y que esos cuatrocientos días nadie me los devolvería, y quería ver, quería gritarle al mundo que había sido víctima de un robo imperdonable, que me habían violado los dioses con una extraña mentira que se me adentró hasta la sangre. Había salido de mi casa que se me hacía insufrible, sabía que debía haber dado una explicación, pero no podía, o no sabía, necesitaba salir a la calle, dejar cualquier asomo de jerarquía y recuperar mi libertad, era una necesidad que anulaba cualquier otra consideración, quería correr, correr hasta agotar cualquier recuerdo de tanta ignominia. y no estaba preparado, nunca lo estuve demasiado, para volver a sufrir ningún tipo de disciplina. 

Estaba en Valencia, con veintimuypocos años, toda la fuerza del mundo y ni un puto duro, eran otros tiempos, todo era menos crudo, la ciudad era lo suficientemente grande como para que cupiera mi curiosidad, así que pasé varios días dejándome llevar por sus calles, el Carmen desvencijado se me ofrecía sin oponer resistencia, tardé en orientarme, iba por una calle en una dirección y me encontraba el cauce del río, esa herida profunda y curiosa que no permitía olvidar la fuerza del agua, regresaba por esa misma calle, en dirección contraria, y me volvía a llevar al cauce del río, di vueltas y vueltas hasta comprender su topografía; la catedral, el Miguelete con sus puestos de souvenirs chillones, el mercado más bonito del mundo, los billares de la calle Colón... Pero no alcancé a querer a Valencia hasta que después de andar y andar descubrí el Cabanyal, un barrio de fachadas imposibles que acumulaba en una sola casa, en un solo frontal, todos los azulejos del catálogo, geometrías imposibles, combinaciones de colores impensables, y esa luz que lo envolvía todo como un radiante papel de regalo para mis ojos. Nunca me ha sido demasiado difícil buscarme la vida, no me costó demasiado, relajando un tanto la moral, conseguí una casa y un trabajo por las noches; lo que más me gustaba era patear la calle, ir descubriendo el pulso de mi barrio, que era, por supuesto, el Cabañal. 

Allí te conocí, también era tu barrio, y tu playa, y tu luz, será por eso que siempre te recuerdo iluminado, como un santo, como una estrella, como un milagro. Al principio me pareciste demasiado guapo, con ese cuerpo perfecto, con ese pelo de caracoles negros, con esa sonrisa franca y abierta que tenía un lunar en el sitio exacto, justo al lado de la comisura, como indicando el punto donde debían ir las miradas. Tardé, tardamos varios encuentros en hablarnos, sabía que eras bailarín de flamenco, bailaor, me corregiste más tarde, eras el otro al que todos miraban cuando coincidíamos en Napoleón, en Balkiss, cuando desayunábamos cada cual con su cohorte de fans en esa terraza de la Plaza la Virgen, en la playa cuando bronceabas ese cuerpo fabuloso ya bronceado apenas cubierto por aquel atrevido mini bañador fucsia que era casi una insolencia, en el autobús en el que inopinadamente regresábamos solos cada uno a nuestra casa de vez en cuando. Te sentaste a mi lado, me habías visto con Montesinos y querías una camisa, una camisa de faralaes que no fuera una mariconada. Te la prometí. A partir de ese día nos fuimos haciendo amigos, poco a poco, nada de flechazos, éramos demasiado guapos, demasiado putas, demasiado jóvenes para abismarnos en un flechazo. Por fin Francis me dio tu camisa, no tenía tu teléfono, así que tuve que esperar a encontrarte, nos vimos en la cola del cine, echaban El cuarto hombre y nos sentamos juntos, recuerdo que nos emocionamos con una escena de un tren, una madre con un niño pelando una naranja, el niño hace un gesto casual con la monda que ahora es como una naranjada corona y aparecen como la Virgen con el niño con un resplandor mágico, esa coincidencia emocional nos desata la conversación, descubro lo que tienes que trabajar, esa capacidad de sacrificio tan espartana que te hace pasar horas y horas machacándote, amasando tu cuerpo en el estudio de Ruzafa, descubres que cultivo la poesía y que estoy solo, vamos a casa a por tu camisa, cuando te la pones sobre esos jeans negros tan ajustados estás glorioso, está hecha para ti, Montesinos es un genio y la camisa una maravilla, pero sobre la silla no era ni la centésima parte de lo que es en tí.
- Es impresionante, estás guapísimo.

- Sí, es una preciosidad ¿qué tela es esta? 
- Bambula de seda 
- Una pasada, ¿qué te ha costado? 
- Nada, nada, te la regalo. 
- Me enfado, dime lo que te ha costado, ¿qué te debo? 
- Un beso y un abrazo.

 Lo digo sin pensar, como a mi hermano, pero él coge mi cara entre sus manos y me estampa un beso dulce, larguísimo y nada fraternal, la sorpresa me inmoviliza pero me entrego, me dejo hacer, me desnuda, se despoja de sus pantalones y sólo se queda con su camisa desabotonada, me arrastra a la terraza y me aparta de sí. 

- Déjame que te vea a la luz de la luna, así te quería yo ver, para mí, desnudo.     Eres un ángel 
- No te rías de mí, anda, tú sí que tienes un cuerpo divino. 
- ¿Por qué no me decías nada, no te gusto? 
- Pero, claro, me pareces guapísimo, por eso no te decía nada 
- ¿De verdad que te gusto? 
- Pues claro, mira, ¿lo ves?, éste no sabe mentir. 
- Pues sí que parece que se alegra, habrá que hacer algo con eso. 

Y vaya si hizo algo, nos fundimos el uno en el otro, fue la primera vez que alcancé a comprender lo que significaba esa cursilada de hacer el amor, esa noche hicimos el amor, surgió de nuestro abrazo como una revelación, fue la primera vez que los límites de mi cuerpo dejaron de pertenecerme para confundirse con el tuyo, ya no sabía dónde empezaba yo y dónde acababas tú, todas las anteriores aventuras pertenecían a un plano que no tenía nada que ver con esto, perdí la noción del tiempo, estuvimos navegándonos durante horas, hasta que el sol, naranja como tu camisa, nos avisó la mañana. Y ante ese telón ardiente, te levantaste, brillando, y me dijiste: - Te voy a bailar una Alboreá, una zambra gitana, quiero bailar para ti, sólo se baila en las bodas gitanas, para celebrar las tres rosas de la niña, está prohibido a los payos, pero yo quiero bailarla para ti.


Y fui el privilegiado único espectador de esta danza excluyente y exclusiva que celebra el salvaje rito del pañuelo y las tres rosas, su cuerpo sin música interpretó para mí el más bello regalo que jamás tuvieron mis ojos y el sol lo envolvió, cómplice, para mí. Fue una época feliz, pese a las envidias de aquellos que nos auguraban negros nubarrones, nadie quería admitir que precisamente nosotros dos nos hubiésemos encontrado, esgrimían argumentos de todo tipo: la diferencia social, la competencia, la tupida urdimbre de amantes que arrastrábamos, pero nada pudo con aquello, era demasiado fuerte, era de verdad, esperábamos ansiosos cualquier momento para estar solos y disfrutarnos, dejamos a nuestras cohortes rumiar su frustración y nos fabricamos un limbo especial de abrazos y deseos cumplidos. Así estuvimos más de un año, y ni un solo día deshojamos la desconfianza, ni un grito, ni una suspicacia, parecíamos hechos con la misma horma, yo aprendí flamenco, a distinguir los palos, a celebrar la felicidad de una alegría, a vislumbrar la negra pena de una soleá, ese relámpago de belleza que se dibuja en las ondulaciones de las caderas y en los quiebros de la cintura... Tú aprendiste a ver el claroscuro de Lorca, la recia determinación de León Felipe, la caricia de Cernuda...Ambos aprendimos para siempre que es posible el amor, que no es una apuesta vana, que se puede tocar el cielo con la punta de los dedos, que la maravilla de encontrarse no es comparable a nada.
Un día terrible vino con una noticia, le daba vueltas, preocupado, lo sentí triste, sin su brillo habitual, y sin embargo era un día como los demás, nada hacía presagiar que ese día, precisamente ése, sería el principio del fin.

TacatacaTa TacaTacaTa

- Te tengo que contar una cosa.

Aparentemente una frase trivial, y sin embargo se me encienden todas las alarmas, la angustia se me asoma al gesto, desbocada, como una yegua asustada por un tiro. 

- Me ha salido un contrato a Japón, con la compañía. 

Japón, vaya milonga, nada menos que Japón, tan lejos, no será nada, se esfumará, no puede ser, Japón, tan lejos.

TacatacaTa TacaTacaTa

- Es un contrato de seis meses, a lo mejor de un año.

Seis meses, un año, no es posible, no puede ser, es como si me arrancaran un pedazo, la felicidad se rompe como un cristal, estalla como una bombilla.

TacatacaTa TacaTacaTa

- Tengo que ir, no puedo dejar a la compañía colgada, es mucha pasta, para algunos es arreglar su familia.

Una espiral de dolor, un tornado va vaciándome el ánimo, se abre un infierno al borde de mis zapatos.

TacatacaTa TacaTacaTa

- No llores, son seis meses, no pasa nada, mi amor, no llores, tengo que hacerlo, por mi gente.

Se me desbocan los caballos de las sienes, se me seca la boca, se me desdibuja el deseo, un grito terrible me horada la frente.

TacatacaTa TacaTacaTa

- ¿Desde cuándo lo sabes? 
- Hace ya, niño, ya está hecho, nos vamos la semana que viene. 
- La semana que viene no, ahora, vete. 
- ¿Que dices? no pasa nada, no me digas que me vaya. 
- Vete Domingo, vete, ni un minuto más sabiendo que te vas, si te vas a ir vete ahora, vete.

TacatacaTa TacaTacaTa Vete.

No te veo marchar, tengo los ojos anegados, paso dos días como un zombi, sin comer, solo duermo, y sueño contigo, es mi forma de tenerte. 
Apenas oigo la puerta, no sé si lo imagino, me empecino en el sueño y no reacciono, cuando me levanto tu camisa está sobre la silla. 
Te marchas al día siguiente. 
No te he vuelto a ver, e incluso ahora, después de tanta vida, de tantos tangos, se me anega la mirada al recordarte bailándome. 
Tú te fuiste a Japón y yo me fuí a Madrid, estuve años evitando Valencia, cuando por fin reuní valor para saber de ti nadie sabía desde hace años, desde que te marchaste al país donde nace el sol.



Yo te imagino allá, en un jardín, bajo la luz que te mereces.














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