viernes, 31 de octubre de 2014

II - La Pepa "o de como mi mejor amigo mató a mi mejor amigo" (parte III)


...Pero no se produjo el amado, el antiguo, el buen fuego. ¡Aquellos incendios populares en que se incendiaba media ciudad, mientras la otra media bailaba borracha! Pero allí quedó el deseo, esperando, agazapado, acechando la noche con ojos de ramera.
Félix de Azúa - ¿Tiene usted fuego?


Algo comenzaba a trastabillar en todo aquello, los ochenta tan liberadores estaban comenzando a ser homologables, el Dúplex ya era el Risk, el Alcalá 20 había ardido con espantosos resultados, el baile el baile era Barchelor, Fanny ya no se tumbaba en la escalera de Ras y la podíamos encontrar en la mesa de MariLe en Pachá. Y sobre todo las Costus se habían marchado, Enrique murió de la innombrable en el 89 después de un pleito larguísimo y humillante con su casero, era una época en que "la que tantos se llevó" era una desconocida que provocaba pánico irracional en quienes sólo leían de ella y Juan no había podido resistir ese vacío de su otra mitad y se marchó al mes justo. Nada era lo mismo, es cierto que nuestros veinte ya casi eran treinta, y nosotros tampoco; los que habían llegado estaban, en su mayoría, en el limbo de los intratables, y para los que no, la época del todogratis había acabado.

En honor a la verdad los bocadillos de jamón de la escalera de Voltereta todavía eran los mejores del mundo y te hacían pensar que no tenían nada que envidiar a esos churripitosos y suculentos perritos de todas las películas en New York. Warhol venía a Madrid a presentar una espantosa colección de flores y pistolas y se marchaba sin haber descubierto a Fanny. Era un tiempo de convulsiones burguesas.




Un servidor, ante el espanto de amigos y allegados, tenía por primera vez en su vida (y única) una pareja femenina, que encima era bailarina y para más INRI, aunque tenía una cara, digamos, muy personal, tenía un cuerpo absolutamente inevitable, era la vedette de Ales y de Berlín Cabaret y bailaba como una diosa. Sólo la Pepa nos entendió, cuando le expliqué que sin dejar de ser igual de maricón esta mujer me parecía irresistible y que me cagaba en el integrismo de Chueca se hicieron íntimas. Con mi bailarina y una trapecista montamos un grupo, “Sarao Corporation”, y nos dedicábamos a animar fiestas y saraos. Yo ni canto ni bailo, ni muchísimo menos domino el trapecio, pero tenía unas lentillas plateadas que me habían traído de Londres y un guardarropa impresionante, quedaba perfecto entre dos hembras tan artistas. Llevábamos unos años con el montaje que ya empezaba a hacer estragos: Teresa, la trapecista, quería triunfar en el Cine y continuamente tenía castings y audiciones y nos dejaba colgados; X, llamemos X a la vedette, se había enzarzado con la Pepa (que había dejado el caballo esa temporada) en una carrera alcohólica que, francamente, mermaba considerablemente su técnica, y yo me sentía ya un tanto hastiado de mi papel de chulo-jarrón.
Una noche en Voltereta, Tino Casal, el genio de la lámpara de la movida, me pidió las lentillas prestadas, no pude interpretar aquello más que como una revelación y se las regalé. 



A la salida, X, la Pepa y yo cogimos un taxi para volver a casa en medio de una bronca descomunal, no sé si de vergüenza ajena o presa de un súbito ataque de ardor patrio, el taxista comenzó a cantar una jota (sería maño, si no no se entiende) y la Pepa, muy educado como era su norma, le pidió si por favor podía poner la radio:
Hawái-Bombay, me meto en el baño, le pongo sal y me hago unos largos, para nadar lo mejor es el mar
¿Era posible tanta desfachatez? Esos tres niñopijos nos estaban dando la clave.
A la altura de la Gran Vía el conflicto ya era de mal gusto y le dije al taxista-maño, - por favor pare aquí un momento si es tan amable, que yo me bajo, adiós X, tómate una B12 y luego una tila que si no voy a decir algo que no debo - y me bajé de la casa de Aragón sobre ruedas, vi que la otra puerta se abría y oí a la Pepa, - Bye cariño, sosiégate.
Echamos a andar Gran Vía abajo, nos miramos con los ojos brillantes, y empezamos a cantar: - Hawái-Bombay, a la luz del flexo, Hawái-Bombay nos damos un bexo, hazme el amor frente al ventilador. Y al ponerme el bañador me pregunto cuándo podré ir a Hawái, y al untarme el bronceador me pregunto cuándo podré ir a Bombay - estallamos en una carcajada.

- ¿Dónde vamos, yo paso de ir a casa, llévame a algún sitio.
- Vámonos al Cruising y así te sigues riendo.
- Tú sí que sabes.
- Of course, Darling.


Al día siguiente nos fuimos de Madrid.
En unos meses la Pepa estaba en Alicante enganchado otra vez más que Lou Reed y yo llegaba a Mallorca.



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