viernes, 31 de octubre de 2014

VIII - D. José Boronat "el Boro" o el martillo de Dios


Para buscar mi infancia, ¡Dios mío! Palomares vacíos Comí naranjas podridas, papeles viejos. Y encontré mi cuerpecito comido por las ratas, en el fondo del aljibe, con las cabelleras de los locos. Mi traje de marinero no estaba empapado con el aceite de las ballenas, pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías. Ahogado, sí, bien ahogado. Duerme, hijito mío, duerme. Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida, asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos, agonizando con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado siniestro. Oigo un río seco lleno de latas de conserva, donde cantan las alcantarillas, y arrojan las camisas llenas de sangre, un río de gatos podridos que fingen corolas y anémonas para engañar a la luna y que se apoye dulcemente en ellos. Aquí solo con mi abogado, Aquí solo con la brisa de musgos fríos y tapaderas de hojalata. Aquí solo, veo que ya me han cerrado la puerta. Me han cerrado la puerta y hay un grupo de muertos que juega al tiro al blanco, y otro grupo de muertos que busca por la cocina las cáscaras de melón, y un solitario, azul, inexplicable muerte que me busca por las escaleras, que mete las manos en el aljibe mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales y las gentes se quedan, de pronto, con todos los trajes pequeños. Para buscar mi infancia. ¡Dios mío! Comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos, pero mi infancia era una rata que corría por un jardín oscurísimo, una rata satisfecha mojada por el agua simple, una rata para el asalto de los grandes almacenes que llevaba un anda de oro entre sus dientes diminutos en una tienda de pianos asaltada violentamente por la luna

Federico García Lorca - Infancia y muerte



No estoy seguro dónde leí que la infancia es esa época que nos pasamos el resto de nuestra vida intentando superar, pero sí estoy seguro de que lo leí en algún lado, o sea que no debo ser el único que la recuerda como una etapa que afortunadamente pasó, como una condena cumplida o una cuestión zanjada. Me recuerdo de niño principalmente desconcertado, atropellado cada día por la brutalidad, desbordado por el empleo de la fuerza en aquellos que observaba, desarmado de antemano.

Me recuerdo de niño ajeno a toda esa testosterona que se derramaba a raudales por cualquier causa, me producía la sensación de que yo era diferente, que nunca podría, aunque me fuera la vida en ello, arremeter con esa violencia. Todos esos juegos en los que se pegaban, todas esas peleas por nada, me producían una repugnancia insalvable. Y cuando por obligación, las circunstancias me atrapaban en una de ellas, una especie de parálisis se apoderaba de mí y me resultaba imposible siquiera defenderme.

Por lo tanto es fácil imaginar que mis compañeros, los chicos de la calle, los del pueblo, todos. Se dieron cuenta de que, pasara lo que pasara, yo era incapaz de pelear y, como es de esperar, me convirtieron en su blanco preferido. Continuamente me agredían con cualquier excusa, fuera como fuera la gran mayoría de las veces para mí era totalmente inexplicable.

Quiso la fortuna dotarme de un tamaño considerable que, pasados los dos o tres primeros cursos atroces en el colegio, me permitió blindarme y fabricarme un universo personal, fuera de los intereses de los demás niños, en el cual estaba totalmente excluida la violencia y que irradiaba el suficiente atractivo para atraer a tres o cuatro chicos más a los que permití acceder a mi mundo, y con los cuales satisfacía mis necesidades artísticas y mi tendencia al liderazgo.
Así, blindado en mi mundo de colores, con mis amigos tan marcianos como yo, logré, logramos, ir sobreviviendo unos cuantos años. Nada de batallas de pedradas ni de partidos de futbol, nunca respondíamos a las provocaciones, no solíamos ir con ellos de excursión, éramos como un grupo segregado, nosotros no nos metíamos con nadie y, cada vez menos, nadie se metía con nosotros, era una especie de armisticio fáctico, aprendimos a camuflarnos en nuestra exclusividad.

Así transcurrieron, en una relativa calma, nuestros siguientes cinco o seis años. Hasta un fatídico año en que ya tenía catorce años, una nueva asignatura: química, y con ella él, D. José Boronat, por abreviar con esa inocua costumbre salesiana de poner mote al profesorado, como era un elemento de la "tabla periódica", le llamamos "el Boro".

Fue odio a primera vista, desde el primer momento en que la vida tuvo a bien hacernos coincidir, el Boro y yo nos odiamos, tenía una forma de hablar despreciativa, descalificaba a cualquiera en el que observara la más mínima oposición, utilizaba todo tipo de adjetivos que sirvieran para poner en evidencia al objeto de su ira, y tenía una auténtica clac de incondicionales a los que les parecía ocurrente y el paradigma de la hombría, ese era su tema preferido, la hombría.

Todos sus zarpazos iban en el mismo sentido, si no resolvías correctamente una ecuación o no formulabas a la perfección el mono sulfito no era un problema de aplicación o de estudio, no tenía nada que ver con tu inteligencia, lo único que estaba en juego era tu hombría, su insulto preferido era "nena". Eras una nena si no habías acabado la tarea, si no estabas atento eras una nena, nena, nenita, nenaza, continuamente los empleaba con nosotros, para divertimento de sus acólitos. Conmigo ya lo hacía por sistema, debí de enfrentarme a él en una primera ocasión que no recuerdo, de otra forma se me hace imposible comprender por qué me eligió como su sparring preferido, debió de ser poco a poco, probablemente habría una razón, pero el caso es que llegamos a un punto en el que, cuando pasaba lista, y todos los demás contestaban "presente", yo tenía que contestar "servidora", para mofa de su cohorte de mandriles, no sé cuánto tiempo duró aquello, no sé por qué empezó el primer día, pero recuerdo muchos días de tener que contestar "servidora" cada día, y recuerdo cada día con todas sus carcajadas.


El caso es que me hizo estudiar química porque caía sobre mí a la mínima, me quitaba puntos con cualquier disculpa y me colocaba en un aprieto cada vez que podía, continuamente hacía chistes a mi costa, un día me dijo que llevaba el pelo muy largo, que tenía que cortarlo, cuando volví al día siguiente con el mismo pelo me obligó a ponerme dos pasadores, dos ranitas de esas que llevaban sus tan denostadas nenas, y estar con los dos pasadores puestos el resto de la clase, ante el jolgorio a mi costa de mis compañeros.
Había una guerra declarada entre el boro y yo, cualquiera podía verla, una guerra desigual, todo hay que decirlo, en la que yo llevaba la peor parte, era difícil teniendo que contestar servidora con dos ranitas en el pelo que nadie tomara mi bando en serio.

Pero don José Boronat ocultaba un secreto, entraba con absoluta soltura en los vestuarios después de un partido o de una clase de gimnasia, era el único padre que no se sentía incómodo ante nuestra desnudez, los demás sólo entraban al vestuario lo inevitable y miraban a otro lado, el boro no, él se quedaba tranquilamente, no es que nadie hubiera podido decir que había en su mirada ninguna intención libidinosa, era más bien una actitud de campechana camaradería la suya, pero la cosa es que en cuanto tenía la ocasión de encontrarnos en pelotas ahí estaba el boro con sus bromas machistas y sus cuchufletas. Un día, después de un partido de baloncesto, entramos sudados al vestuario, Quique, se llamaba, y yo hemos tenido que recoger los balones y contar las camisetas, cuando nos desnudamos estamos solos en el banquillo, lo hacemos con una naturalidad fingida que intenta serenar el pudor, lo tengo enfrente, bajo la luz de la ventana de arriba, tiene vello, me eriza los poros, yo aún no tengo y contemplarlo aparecer en el pecho de Quique, en sus muslos, en sus nalgas...se quita el calzoncillo y una pesada polla cae sobre dos enormes y negrísimos cojones, recuerdo que me parecieron los más grandes y los más negros que había visto nunca, estaba delirando cuando veo perfectamente como el boro, desde detrás de una taquilla, mira precisamente la misma polla que miraba yo hacía un momento, no había duda, esta vez no era camaradería, estaba mirando la polla de Quique, se da cuenta de que lo he visto mirando, se da cuenta de que sé qué miraba, me mira, me siento doblemente desnudo, huyo a la ducha, abro el grifo, oigo la de Quique, dos más allá, una en medio vacía, me enjabono, que no esté, que se haya ido, salgo, me seco, salgo corriendo.

Una vez al año, así como en primavera, nos íbamos de convivencias, irnos de convivencias era irnos cinco días a una residencia que era como un hotel de la cadena Sol que en vez de tener azafatas tenía monjitas, nos costaba un riñón, pero era prácticamente obligatorio porque todos, cada año, estábamos. Y eso que, la verdad, aparte de la novedad de estar durmiendo fuera de casa y de lo bien que cocinaban las monjitas no recuerdo que tuvieran nada bueno, ni malo tampoco. Muchas dinámicas de grupo y mucho rollo tipo " cogeros todos de la mano y dejar circular la energía" y muchas chorradas así, en la última sesión de la tarde nos colocan "educación para el amor" una producción en súper 8 a modo de educación sexual, en plan José Luis Martín Vigil en La vida te sale al encuentro, todo muy divulgativo y muy María Ostiz, pero aun así lo suficientemente excitante en aquel desierto de estímulos sexuales como para alterarnos a todos considerablemente, la luz apagada, el boro se sienta a mi lado, noto la tensión en las sienes, se inclina hacia mi oreja, me quedo paralizado, me dice - ¿Tú te masturbas mucho? - así, como si nada, como por decir algo, me quedo K O , en la pantalla un óvulo es como una estación interespacial, - No - soló sale eso de mi cuerpo, parece que le basta, se marcha, ya no sigo la película.


- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida, dime hijo.
- Padre es que no sé si es pecado o no es pecado.
- Pues a ver, que yo sí lo sabré.
- Creo que soy homosexual, pero es que soy así, de siempre, no puede ser pecado.
- Es una buena cuestión ésta, depende, en esto hay de dos tipos, aquellos que Dios quiso que tuvieran esa naturaleza, y los que por el contrario teniendo una naturaleza viril se dejan tentar por el maligno y la pervierten. Los primeros no pecan, puesto que es su naturaleza, estos otros sin embargo sí lo hacen.
- ¿Y cómo puedo saber si soy de los unos o de los otros?
- Muy sencillo, los homosexuales por naturaleza, está probado, presentan un semen de poca consistencia, con escasos espermatozoides, los que lo son por perversión, sin embargo, son poseedores de un semen de consistencia normal y con una normal cantidad de espermatozoides, basta con someter a un análisis sencillo una muestra de semen para saber a cuál de los dos grupos pertenece.
- ¿Una muestra de semen? ¿Quiere decir...?
- Sí, hijo, es muy sencillo, como si la obtienes por tus propios medios estarías ya pecando contra el sexto, yo sería en este caso el encargado de obtenerla, vamos un momento al despacho, es necesario chico.

Salí corriendo, literalmente, no tenía aún quince años, pero me di cuenta perfectamente de que el boro me quería hacer una paja,
no se lo conté a nadie, él tampoco volvió a sacar el tema, nunca más contesté servidora, tardé años en cortarme el pelo, y la verdad respecto a la consistencia y el número de espermatozoides de mis fluidos parece de lo más corriente, va a ser que lo mío no tiene remedio.


Nunca he vuelto por el colegio, en todos estos años, ni falta, no sea que vuelva la niñez, ni falta.



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