viernes, 31 de octubre de 2014

II - La Pepa o de como mi mejor amigo mató a mi mejor amigo (Parte II)


"Sin embargo, algunas veces el estómago de la ciudad se hincha de tal modo que los gases letales, en lugar de un espectáculo individualizado, producen un espectáculo colectivo y ritual, es el gran regüeldo urbano, imprevisible, meteorológico"


Félix de Azúa - ¿Tiene usted fuego?



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Eran los albores de los 80, Madrid se desparramaba vertiginosa como una gigantesca botella de champaña agitada durante años, por fin podías mostrarte como te diera la gana sin peligro de acabar en comisaría; la noche, sobre todo la noche, se había, de repente, revelado como una plataforma insospechada para la imaginación, el Baile el baile y Dúplex, el Ras y Rockola, el Marquee...
En los albores de mis veinte años, yo también entraba en erupción, había, después del inefable servicio militar, decidido venirme a la capital, aburrido ya de tanto pijorrerío alicantino. Mi timidez comenzaba a atemperarse y mi cara y mi altura hacían que la ciudad fuera amabilísima conmigo. La capacidad de estupor a esa edad es bastante extrema (ya dice el Tao: la inocencia extrema es no extrañarse de nada) y me movía con total naturalidad entre la fauna que inundaba de color todas las fiestas: Eva Lyberten, Fanny, Juanjo Rocafort, Manolo Piña, Carlos Vijande, Costus,Paz Muro... personajes que me ayudaron a ser consecuente con mi tiempo, y entre todos ellos, y sobre todos, la Pepa.
La bomba la Pepa, para empezar estaba en régimen abierto, cumpliendo una condena que nunca llegué a entender del todo, sólo le podía ver los fines de semana, era feo como un dolor y brillante como un Swarosky, había vivido en Londres y tenía esa naturalidad tan británica para el kitch, bastante más auténtica que la que exhibían la mayoría de los modernos habituales.
Nos conocimos una noche en el baile el baile, yo, que a la sazón tenía un novio bailaor de flamenco llevaba una camisa de volantes naranja a topos blancos con sus chorreras y todo, que en aquel contexto y momento me sentaba como un guante, él vino a mi mesa y me preguntó.

- Oye, ¿dónde has comprado esa camisa?
- En ningún lado, es un regalo.
- ¿Y no sabes cómo puedo conseguir una igual?
- Pues en un sastre, es de un espectáculo.
- ¿Eres artista?
- No, no es mía, bueno sí es mía, pero no la hicieron para mí.

Luego, resultó que era de Alicante, que me conocía de vista (yo no lo había visto en mi vida) y que tenía una conversación tan habitual como interesante, me contó mil cosas, de las que la mitad eran mentira, pero era tan auténtico que estuvimos haciendo todo el periplo sin parar de charlar. Acabamos en un sitio indescriptible al lado de Chamartín que se llamaba Golden mientras se aproximaba la aurora, salimos casi de día y fuimos a la estación a coger un metro o algo.


Me quedé sentado en un banco, a esas horas en la estación no había más que gente durmiendo y yo con mi camisa de faralaes. Me senté y esperé. De repente, el asesino con más cara de criminal de la historia de la delincuencia llegó y sentó a mi lado, yo, me quedé petrificado, ahora sí que me las dan todas en el mismo lado -pensé- y como recurso más fácil me hice el dormido, hacía bastante frío, y yo llevaba unas manoletinas sin calcetines, tenía los pies helados. El criminal me miró detenidamente y se puso a hurgar en su bolso, sólo él sabría que armas terribles guardaría, una navaja, una pistola, por fin sacó una especie de bufanda infecta, ya está, me iba a estrangular, se me acercó y se inclinó sobre mí, estaba a punto de desmayarme, literalmente, la puso sobre mis pies y se dispuso a dormir. No sabía que me azoraba más si el alivio o la vergüenza de haber sido tan miedoso.
En eso llegó la Pepa riendo a carcajadas.

- Lo he visto, lo he visto, ya por fin te has sacudido tu educación salesiana.

Me levanté, y no hube de preguntarle dónde había estado, un pequeño chorro de sangre bajaba por su antebrazo derecho.



Ese día nos hicimos amigos.


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